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Para crecer, más productividad y más consumo

Belén Santa Cruz Díez, Jordi Sevilla

11 de Enero de 2019, 22:22

España crecerá este año más que los países de la zona euro, por encima de la media de los países avanzados, lo mismo que América Latina y sólo por debajo de Asia, según la previsión del Fondo Montario Internacional (FMI) que coincide con el consenso de los expertos. Sin embargo, mientras el conjunto de la economía mundial mantendrá estancado por tercer año consecutivo un crecimiento del 3,7%, todos los países desarrollados y algunos en desarrollo notarán una ligera desaceleración que empezó ya el año pasado, dejando 2017 como el punto álgido de la actual fase del ciclo expansivo. Con los vientos exteriores de cola debilitándose (comercio mundial, precio del petróleo y política monetaria expansiva), la economía española se resiente, demostrando con ello lo relevante de la parte coyuntural e incontrolable que tiene nuestra recuperación. Con un crecimiento previsto del Producto Interior Bruto (PIB) del 2,2%, este año permitirá evidenciar las fortalezas y las carencias de nuestro modelo económico tras la crisis y las políticas de austeridad aplicadas. Entre las fortalezas se encuentra que ese crecimiento será compatible con seguir reduciendo desequilibrios macroeconómicos (déficit público y paro), mientras se deteriora la balanza exterior (aunque, todavía, en superávit).

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Entre las debilidades, que seguiremos manteniendo una elevada tasa de desempleo, especialmente entre jóvenes; que no ha habido, como decía el Gobierno anterior, cambio de modelo productivo hacia una economía basada en el sector exterior ganando competitividad a base de rebajar salarios (de hecho, la demanda externa tendrá de nuevo una contribución negativa al crecimiento); que seguimos enganchados al crédito como mecanismo para mejorar el consumo de las familias ante la practica congelación de las remuneraciones salariales; que los problemas de escasa productividad total de los factores siguen evidenciándose; y que las cuentas públicas continúan sin abordar una corrección estable de sus déficits estructurales actuales y los anunciados (pensiones) a pesar de tener unos ingresos y unos gastos públicos en relación al PIB por debajo, ambos, de la media de los países del euro. España inició la recuperación económica tras la intensa crisis financiera internacional de 2008, continuada por la crisis del euro en 2010, a partir del momento en que el Banco Central Europeo, de la mano de Draghi, aplicó una agresiva política de expansión monetaria para sostener el euro. A esta primera fase le siguió una segunda etapa de nuestra recuperación en la que, aprovechando la expansión del comercio mundial y los bajos precios del petróleo, se aplicó una agresiva política de rebajas salariales llamada devaluación interna, mediante la que se buscó recuperar competitividad internacional.   Pero esta política de devaluación interna fue para combatir la crisis económica, pero no el mecanismo para cambiar nuestro modelo productivo. En la última década, no se observan grandes variaciones ni en la estructura porcentual ni en la aportación al crecimiento de los distintos componentes del PIB, si bien podríamos destacar el incremento del peso de las exportaciones, el vuelco en la balanza de pagos y el desplome de la inversión sobre el producto. Y la política de bajos salarios no sólo no ha servido para mejorar o fortalecer nuestro modelo productivo sino que, además, ha dejado un gran poso de desigualdad y pobreza en nuestra sociedad: el 21,6% de los españoles está por debajo del umbral de la pobreza, casi tres de cada 10 niños están en riesgo de pobreza y la diferencia entre el 20% que más gana y el 20% que menos es de seis veces y media (la media europea es de cinco veces). Una de las mejores manifestaciones de la inexistencia de un cambio en nuestro modelo productivo es el estancamiento de la productividad total de los factores. Ésta, que permite medir la eficiencia de una economía en el uso del factor trabajo y del factor capital, es inferior a la de países vecinos y está prácticamente al mismo nivel que hace 20 años. El problema del presente y del futuro de la economía española sigue siendo conseguir incrementos sostenidos de esta variable. Y para ello se necesitan reformas estructurales de calado en ámbitos como la innovación tecnológica, el capital humano y el apoyo al crecimiento del tamaño de las empresas. El modelo de recuperación basado en la expansión monetaria del BCE y en un comercio internacional vigoroso con petróleo barato ha concluido. Para dar un nuevo impulso al crecimiento español, tenemos que poner en marcha políticas económicas orientadas hacia una tercera fase de la recuperación que priorice el crecimiento de la productividad total de los factores y también garantice una recuperación de la demanda interna y, de forma principal, del consumo de las familias que representa, con el 56%, el principal componente del PIB. De hecho, los últimos datos de la Contabilidad Nacional muestran que, si bien la economía española ha completado un ciclo de recuperación económica y crece a menores tasas (2,8%, 2,5% y 2,4% en los tres primeros trimestres de 2018), la demanda interna sigue siendo el pilar del crecimiento económico (aportando 2,8 puntos en el tercer trimestre) y el consumo de los hogares continúa siendo el componente que más aporta. Frente a ello, el sector exterior empeora su posición y la demanda externa resta crecimiento, con las importaciones creciendo de nuevo por encima de las exportaciones, que en el tercer trimestre de 2018 mostraron el menor avance interanual (1,3%) desde 2012. Ello significa que esta tercera fase de la recuperación debe mejorar la confianza de los consumidores a través de impulsar políticas de recuperación del poder adquisitivo de los salarios, reformas que favorezcan el empleo de calidad y un restablecimiento de las políticas públicas orientadas a reducir la pobreza y a reforzar los bienes considerados como salarios sociales (sanidad, educación, pensiones). Junto a ello, debemos desplegar todas las medidas de mejora estable de la productividad de los factores asociadas a digitalización, nuevas tecnologías e innovación. Por tanto, cualquier plan económico para el momento actual debe contemplar estos dos asuntos clave: el impulso de la demanda interna, especialmente del consumo de los hogares, a través de mejoras del mercado laboral y de la subida de los salarios; y conseguir incrementos sostenidos de la productividad para mejorar nuestro modelo productivo. En 2019, para seguir creciendo, habrá que repartir mejor los frutos del crecimiento y apostar por un modelo productivo orientado a hacer las cosas mejor y no más baratas. Todo un cambio respecto a lo habido en los últimos años.

(Si desea acceder al documento íntegro de los autores, pinche aquí)

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