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La reconstrucción de la confianza europea

Juan Luis Manfredi

10 de Enero de 2019, 19:16

Nos jugamos buena parte del futuro del proyecto europeo en estos meses. O, al menos, eso que denominan el acervo comunitario y que ha ido construyendo un perfil político a los acuerdos comerciales y económicos. Hablamos de ciudadanía europea y de cómo las instituciones se estructurarán como resultado de las elecciones al Parlamento Europeo del próximo mes de mayo. En este momento se plantean tres retos. El primero es de naturaleza política y se explica por el auge de los populismos y las soluciones contrarias al espíritu liberal. Las encuentro en todas partes: a izquierda y a derecha, por encima del Danubio y por debajo de Rhin. Según el estudio de The Guardian, uno de cada cuatro europeos está interesado en estas opciones políticas, lo que significa que no se valora el proyecto europeo como solucionador de problemas comunes. Aquí pesa la visión nacionalista, la difusión de noticias falsas o las promesas de una economía para los nuestros. Tales mitos no pueden ser derribados con argumentos y ahí arraiga nuestra penitencia. El segundo asunto es económico. La arquitectura del euro está lejos de ser (digamos) resiliente. Cuando venga la nueva crisis, seguiremos sin unión fiscal ni monetaria. Tampoco parece que los eurobonos estén encaminados. Habrá que dar una oportunidad al Banco Central Europeo y al Eurogrupo bajo el liderazgo de Mario Centeno, ministro de Finanzas de Portugal. En otra dimensión, en la propia de la economía real, Europa presenta problemas en la transformación digital, la creación de empleo de calidad que pueda suplir la destrucción masiva derivada de la robotización. A pesar de que se han creado unos 12 millones de empleos en los últimos cinco años, algunos países como España, Grecia o Italia presentan números insostenibles. La brecha digital tiene que ser la oportunidad para facilitar la innovación y la competitividad, así como los buenos salarios. Por último, el reto de la descarbonización de los procesos de negocio, la logística, el transporte o la producción será creíble en un contexto europeo y no tanto en uno nacional.

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El tercer fantasma es el 'Brexit', la peor decisión política y económica para Reino Unido y la propia UE. No habrá sino un pacto menos malo, que espero no termine en un callejón sin salida o una parálisis institucional. Frente a la democracia compleja, espero que hayamos aprendido que no caben soluciones binarias. Hay que respetar la decisión política del Brexit, pero las externalidades se intuyen terribles en el corto plazo. Ante esta situación, la propuesta europea tiene que trabajar en la aportación de soluciones reales, cercanas al ciudadano y diferenciadoras. Soy por naturaleza un optimista del proyecto europeo y estoy persuadido de las bondades del mismo, si bien necesita una respuesta concreta en cuatro ejes. Más arraigo europeo. El Brexit no puede ser el primero de los abandonos, sino el último. Hay que repensar dónde y cómo tiene que estar la UE, con más profundidad, en los asuntos de calado: mercado interior, movilidad de personas y migraciones, asuntos de seguridad y defensa, protección de derechos digitales, medidas contra la desinformación y los algoritmos. Tiene que dar la sensación de que nos ocupamos de esto y que dejamos a un lado cuestiones menores. El arraigo europeo es político, es una virtud cívica, pero tiene que concretarse en cuestiones económicas de construcción de una Unión Monetaria y Fiscal. Nuevo pacto social. No hay prosperidad si no hay redistribución. Se trata aquí de recuperar, atender y cuidar a los ciudadanos europeos vulnerables, aquéllos que se han visto perjudicados por la globalización económica y piensan que la opción política tradicional está obsoleta. No son perdedores de la globalización –que están en otras latitudes–, sino personas inquietas ante ella y ante la robotización como excusas para la pérdida de empleos locales, la llegada de inmigrantes que traen nuevas costumbres y usos, la falta de transparencia en las decisiones políticas y la sensación de corrupción. El pacto social tiene que concretarse en medidas: impuestos europeos, eliminación del dumping intra-fronteras, capacitación en nuevas profesiones digitales, fomento de la innovación y la creatividad como yacimientos de empleo, menos restricciones a la competencia, fomento de la economía social, conexión con las audiencias jóvenes, entre otras. Sostenibilidad. Después de la gran crisis de 2008, asistimos a dos transiciones paralelas: energías y digitalización. En las dos hay proyectos que trascienden la realidad nacional y pueden dotar de legitimidad a las decisiones de corte europeo. Es el camino de la igualdad de oportunidades mediante una agenda digital compartida que principie en los procesos de producción y continúe con los efectos laborales, las competencias, los empleos. Es la economía que emana de la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, las políticas de cohesión, la atención a los menores de 25 años y la construcción económica de la sostenibilidad. No es una filantropía más, sino la promesa de reducción de las brechas energéticas, geográficas, digitales y de empleabilidad. Toda política es local. Europa no es otra cosa que la suma de sus ciudadanos, por lo que debemos impulsar la subsidiariedad y la actividad urbana, como espacios para la expansión de las inquietudes europeas. El valor del territorio se concreta en la apuesta por la gobernanza multi-nivel, con más cercanía en el proceso de toma de decisiones y en la ejecución de los proyectos. En mi opinión, esta nueva fase de construcción de ciudadanía europea tiene que pivotar sobre las ciudades y no tanto sobre las capitales, los gobiernos y las elites nacionales. Europa es Madrid, París, Roma o Varsovia, pero también Sevilla, Lyon, Malinas, Hamburgo, Salerno o Tesalónica. Estas cuatro propuestas son aspiracionales y tienen como finalidad contribuir al debate sobre la Europa que queremos. No deseo tener razón, pero sí aspiro a que los europeos dediquemos el tiempo necesario para pensar el proyecto político que comienza en mayo de 2019.

(¿Cuál sería una agenda posibilista para la política exterior española en 2019?) en #AgendaExterior

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