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El partido nacionalista anti-nacional

Víctor Javier Vázquez

3 de Enero de 2019, 22:00

Hoy sabemos que en la distinción entre genética y epigenética, es decir, entre lo que es expresión intrínseca de nuestro ADN y lo que es una huella provocada sobre el mismo por la exposición ambiental, se encuentra la clave científica para el tratamiento y diagnóstico de las adversidades. Desde luego es muy diferente el método propio de una ciencia como la Biología que el de las Ciencias Sociales, pero no es raro encontrar en este ámbito de las ciencias experimentales un marco conceptual válido para explicarnos ciertos fenómenos culturales o sociales que se nos presentan como especialmente complejos. En concreto, creo que esta dicotomía entre genética y epigenética resulta muy útil para el análisis del que es, sin duda, el fenómeno político que marca la actualidad española: el acceso de un partido como Vox a las instituciones democráticas. La cuestión, por lo tanto, es si su irrupción es sólo consecuencia de una ecología concreta o si, por el contrario, responde a algo intrínseco en la cultura política española que, sin embargo, hasta ahora no había encontrado expresión pese a estar, digamos, en nuestros genes. Mi tesis, como desarrollaré en adelante, es que más allá de que hay innegables factores ambientales o ecológicos sin los cuales Vox es inexplicable, mucho de lo que este partido representa desde el punto de vista ideológico no es sino expresión de algo que ya estaba en nuestra genética histórica. Existe una expresa línea de conexión entre Vox y la tradición reaccionaria española que nos permite calificar a este partido como un exponente moderno de lo que durante el siglo XIX se conoció como el pensamiento anti-nacional. Esta nueva derecha española es, en definitiva, una derecha nacionalista, sin duda, pero también anti-nacional; y lo es en la medida en que plantea un problema de compatibilidad entre la identidad política a la que apela y la propia identidad de la Nación constitucional. Un conflicto entre las doctrinas del verdadero orden y las que invocaban la legitimidad liberal y democrática del orden político que, lejos de ser inédito, bien puede decirse que fue el gran lastre para la construcción nacional de España.

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Pero ¿por qué Vox es un nacionalismo anti-nacional? Desde luego, la complejidad de esta pregunta no radica en señalar su nacionalismo, que es tan explícito como integrista, sino en cifrar por qué el mismo es refractario a la idea de Nación constitucional que consagra la Carta Magna de 1978. El punto de partida para ello pasa, en primer lugar, por atender a la propia forma territorial del Estado español en la Constitución, que no se reduce a ese carácter indisoluble de la Nación al que alude su artículo 2, sino que se concreta a renglón seguido, en la garantía del "derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran". Así, si bien es cierto que nuestra forma territorial del poder adolece de un importante grado de des-constitucionalización y apertura, también lo es que se cimienta sobre un pacto que no puede entenderse sin ese compromiso con el "derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones", pero tampoco, conviene recordarlo, sin el reconocimiento que la propia Constitución hace de los derechos históricos de las provincias vascas y Navarra (Disposición Adicional Primera); de la legitimidad de los plebiscitos republicanos para la autonomía de ciertas regiones (Disposición Transitoria Segunda); y del pacto entre parlamentos como criterio democrático para el reparto del poder, dentro del marco constitucional, entre el Estado y las nacionalidades que han accedido a la autonomía política. En este sentido, creo que es evidente que una fuerza política que, con base en su comprensión de la españolidad, postula la supresión del Estado autonómico, no está sino impugnando un elemento esencial y basilar de la Nación constitucional, como lo es el reconocimiento de regiones y nacionalidades autónomas en su interior. Pero esta impugnación no termina ahí. La Nación española no es en la Constitución una Nación ensimismada. El texto de 1978, por el contrario, sale al encuentro del Derecho Internacional y, muy específicamente, al encuentro de Europa. Es un texto de cuño y vocación cosmopolita que, por eso, vincula la idea de los derechos al consenso solapado que sobre el contenido de los mismos pueda surgir en el ámbito internacional (Artículo 10.2), y facilita la transferencia competencias de vinculadas a la idea de soberanía a entidades de carácter supranacional (Artículo 93). Tras su explícito rechazo, entre otras cosas, a acatar determinadas líneas jurisprudenciales del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, la nueva derecha española está reclamando la vigencia de un concepto de soberanía nacional refractario al que subyace en nuestro texto constitucional y en obvia sintonía con la derecha reaccionaria europea. Escribía ya hace muchos años el profesor Rubio Llorente que la Constitución Española era la realización nacional de una idea de modernidad política, idea que se expresa y concreta en ese horizonte axiológico que constituye la fórmula Estado social y democrático de derecho, y en el múltiple compromiso que adquiere nuestra Constitución con la igualdad, tanto formal como material. La empresa ideológica de Vox no pasa por impugnar abiertamente nuestro marco constitucional, sino por neutralizar esta rica identidad democrática de la Nación española expresada en la Constitución, reduciéndola a la "indisoluble unidad" a la que hace alusión el artículo 2, y clausurando aspectos esenciales del mandato constitucional igualitario con propuestas abiertamente discriminatorias. Vox apela firmemente a la nación, pero se enfrenta a la idea de Nación expresada en la Constitución. En definitiva, su auge e implantación implicaría abortar la construcción de un patriotismo nacional-democrático y sustituirlo por el significante esencialista de los Tercios de Flandes. No es (tendría que sobrar decirlo) un partido inconstitucional. Sí es, sin embargo, un partido nacionalista anti-nacional. Como decíamos, el conflicto entre las doctrinas del verdadero orden y las que apelaban a la legitimidad liberal y democrática del orden político ha sido una constante en nuestra historia constitucional donde, bajo distintas caras, ha sido cíclica la aparición del tradicionalismo reaccionario, apelando a las esencias mancilladas, y advirtiendo sobre el efecto contaminante de la modernidad y lo extranjero. Se han señalado recientemente, y creo que con acierto, los vestigios carlistas existentes independentismo catalán de los Puigdemont y Torra, nacionalistas anti-nacionales también ellos. Pero no puede obviarse que dentro del nacionalismo español siempre mantuvo su lugar en la construcción de la opinión pública un tradicionalismo reaccionario y abiertamente contrario a la idea liberal de nación, de pulsión radical. Hay una añeja y larvada anti-modernidad detrás del éxito pionero de Vox en Andalucía, un territorio donde, pese a la hegemonía socialista, nunca ha desaparecido como corriente ideológica ese hijo reaccionario del moderantismo que es el tradicionalismo español; del mismo modo que, como es sabido, hay también mucho de tradicionalismo reaccionario en el origen del Frente Nacional de Marine le Pen, una formación que hasta hoy no ha sido capaz de conciliar la idea nacional que predican sus siglas con la idea de República que afirma la Constitución. Se trata, en definitiva, de la confluencia de nostalgias del antiguo orden y de lo absoluto, con miedos muy presentes y justificados. Genética tradicional que se reinventa y se expresa cuando las condiciones ambientales son propicias. Una compleja síntesis entre lo pre-moderno y lo postmoderno en torno a la idea esencialista de nación, a través de la cual el viejo mundo llama con malas intenciones a la puerta de la Europa de nuestro tiempo. La nueva derecha de la derecha española, el partido antinacional, pone sin duda nuevas cuestiones en el tablero que interpelan a todos. Su reciente impugnación al "marco ideológico" de las políticas contra la violencia de género ha delimitado ya de forma clara la encrucijada ética a la que se enfrentan a partir de ahora los principales actores del pensamiento liberal conservador español. A este respecto, para quienes se han definido como liberales, furibundos anti-nacionalistas y patriotas constitucionales, cualquier capitulación a la hora de plantar cara a un discurso nacionalista, iliberal y en franca contradicción con los valores que subyacen a la Constitución Española supondrá una contradicción que arrojará serias dudas no sólo sobre la coherencia, sino sobre la propia veracidad de su discurso. Del mismo modo, aquellos sectores del conservadurismo español que reiteradamente han apelado al culto y a la defensa de la Constitución como marco de convivencia tendrán ahora oportunidad de refrendar ese patriotismo, o bien de retratar su propio patriotismo constitucional como un patriotismo apócrifo, traidor a los valores de fraternidad y concordia que representa y consagra aquel orden que aspiran a conservar. Pero la irrupción de Vox va a interpelar también a la izquierda y, en concreto, a quienes, tras un diagnóstico muy severo de la sociedad española, irrumpieron en el escenario político haciendo una enmienda a la totalidad a la Constitución, y con ello a todo lo que han descalificado como 'Régimen del 78'. Y digo esto porque es más que probable que cuando la nueva derecha vea en los límites y contrapesos constitucionales una barrera a las aspiraciones reaccionarias de su discurso, parte de esta izquierda comprenda que la defensa de la modernidad política frente a las viejas ideas del orden no sólo es compatible con la defensa de la legalidad constitucional, sino que en muchas ocasiones pasa necesariamente por ello. Qué hace un chico como yo en un sitio como éste, se preguntará más de uno, muy pronto, en esta empresa: todo un himno de la Transición.
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