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Cataluña y el camino esloveno a la secesión

Luis Moreno Fernández, Daniel Conversi

20 de Diciembre de 2018, 22:58

Hace unos días, el presidente de la Generalitat, Quim Torra, habló de una "vía eslovena hacia la independencia" de Cataluña. Más allá de que sea viable, conviene repasar los hechos que rodearon al proceso esloveno y sus efectos colaterales durante el período de desmembración yugoslava (1991-1999). Eslovenia fue el primero de los países que se separaron de Yugoslavia. Ello concatenó las declaraciones de independencia -una tras otra- de todas las repúblicas y un territorio autónomo, Kosovo, que formaban parte de la República Democrática Federal de Yugoslavia. Ésta fue constituida en primera instancia al final de la Segunda Guerra Mundial, y estuvo bajo conducción política y mando militar del mariscal Tito de 1953 a 1980. La declaración de independencia eslovena de junio de 1991 no fue pacífica. Provocó una reacción inmediata del Ejército yugoslavo y causó más de 70 muertos en la propia Eslovenia (la llamada Guerra de los Diez Días). Siendo dicha declaración la directa responsable de tan trágico resultado, esto no fue lo más grave. Sí lo fue como desencadenante del proceso de desintegración política y territorial que siguió en una tierra predispuesta históricamente para la carnicería. La debacle eslovena continuó en Croacia, donde conllevó una despiadada guerra civil y el primer caso de limpieza étnica que se produjo en Europa en la posguerra mundial. En lo relativo a Bosnia, asumió la forma de un verdadero genocidio con casi 100.000 muertos. A la serie de masacres masivas en Kosovo sólo pusieron fin los bombardeos disuasorios de la OTAN en Serbia.

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En el año 2000, Daniele Conversi, uno de los coautores del presente artículo, publicó el libro ‘La desintegració de Iugoslavia‘, en el que se acometía la tarea de explicar el cómo y el porqué de la desintegración, a la que había conducido en un primer momento la declaración unilateral de independencia de Eslovenia. Aunque el libro tuvo difusión en el mundo académico, y fue incluso citado profusamente por el influyente historiador nacionalista Joan B. Culla i Clara, su repercusión mediática fue escasa. Quizá el libro podría haberse leído entonces como una poderosa señal de advertencia. Casi 20 años después, y dado que la lección que se analizaba entonces no se ha comprendido ni entendido en absoluto, sirvan nuestras presentes reflexiones para proseguir en la tarea de arrojar algo de luz a tan devastador asunto. El libro se ocupaba de dos asuntos principales, de carácter externo e interno. Primero: la comunidad internacional defendió la pervivencia del Estado yugoslavo, incluso cuando la sangre comenzó a fluir. Tal apoyo se prolongó hasta que se hicieron evidentes las pruebas del genocidio cometido por los paramilitares serbios. Segundo: la defensa de la unidad yugoslava se dejó en manos del Ejército federal, una institución controlada por mandos serbios. Recuérdese que el partido comunista de Yugoslavia, que había controlado las instituciones políticas de la federación, se convirtió en el partido comunista de Serbia. La etnización partidista lo convirtió en una organización promotora de un tipo de secesión serbia, pese a proclamar que auspiciaba la continuidad de una Yugoslavia unida. En realidad, y en las mentes del secretario general Slobodan Milosevic (1941-2006) y del entorno corifeo que le asesoraba, con la secesión de Eslovenia se puso en práctica el 'plan B', consistente en agrupar a todos los territorios serbios en el proyecto irredentista y pan-nacionalista de la Gran Serbia. A medida que el conflicto se extendió y las repúblicas declararon, una tras otra, sus aspiraciones de independencia, el proyecto de la Gran Serbia se volvió prioritario, aunque los antiguos defensores de la Yugoslavia unida lo habían rechazado. En lugar de respetar el principio establecido por el Derecho Romano del ‘uti possidetis iuris‘, adoptado ya por otros secesionistas, particularmente los eslovenos y hasta los nacionalistas croatas antes de la partición de Bosnia, en el proyecto se preveía el establecimiento de territorios de pureza étnica serbia dentro de áreas tradicionalmente mixtas. Territorios, en suma, en los que durante siglos habían coexistido distintas comunidades étnico-religiosas, y que a menudo se habían mantenido como comunidades estructuradas laicamente.   Una vez establecida la república independiente de Eslovenia, un gran número de ciudadanos yugoslavos residentes en su territorio se encontraron de la noche a la mañana sin nacionalidad ni pasaporte; una situación de desamparo analizada por académicos expertos como Brad Blitz. ¿Qué sucedería hipotéticamente con un proceder similar en el caso catalán? Ciertamente, un nuevo estado independiente crearía automáticamente un problema de nacionalidad (catalana y/o española) para un número muy considerable de residentes. Pero la pregunta crucial es: ¿se mantendría la tradicional tolerancia intercultural catalana (Conversi & Jeram, 2017) o se optaría por el ejemplo esloveno? Con un presidente etnicista como Torra, ya se ha propagado la división entre catalanes supremacistas y catalanes mestizos (Moreno, 2017). Para los etnicistas catalanes, ¿qué alternativas podrían ofrecerse a los inmigrantes, tanto de otras regiones de España como de fuera? Hay otras derivaciones culturales o lúdicas, pero de gran peso identitario y movilización étnica. El fútbol representó un elemento de aglutinación también para extremistas radicales croatas, eslovenos y, sobre todo, serbios. Por ejemplo, las tropas paramilitares del serbio (nacido en Eslovenia) Željko Ražnatovi?, también conocido como Arkan, fueron responsables de la limpieza étnica en Bosnia, Croacia y Kosovo. El propio Arkan asesinó fríamente a miles de ciudadanos indefensos y buena parte de sus seguidores fueron reclutados originalmente en los estadios entre los fanáticos de la Estrella Roja de Belgrado. Afortunadamente, es absurdo comparar a los forofos pacíficos y disciplinados de cualquier equipo catalán o español con las bandas de criminales desalmados y enloquecidos en los Balcanes. Pero es necesario subrayar el contexto popular de apoyo a estos crímenes que nadie podía haber sospechado que pudieran ocurrir hace unas pocas décadas en un territorio del Viejo Continente; incluso entre los que vivían en la península balcánica. El Gobierno esloveno convocó a las urnas el 23 de diciembre de 1990 a los residentes del territorio para que decidiesen en referéndum su independencia. Fue aprobado por una gran mayoría, con el 88,5% de los votos emitidos y un participación del 93,2% del censo electoral. El Ejecutivo esloveno sabía muy bien que el Gobierno central usaría el Ejército federal (JNA) para defender la integridad territorial de Yugoslavia, por lo que se preparó utilizando las fuerzas constitucionalmente reconocidas de las milicias o fuerzas territoriales de defensa territorial (Teritorijalna odbrana, o TO). Éstas habían sido establecidas en 1969 frente a una hipotética invasión soviética y estaban inspiradas en los grupos de resistencia durante la guerra de liberación contra las fuerzas fascistas y nazis en la Segunda Guerra Mundial. Algunos expertos han observado otros parecidos entre ambos procesos de secesión respecto a la Policía Autonómica de los Mossos d'Esquadra. Conviene puntualizar que las milicias territoriales eslovenas corrieron el riesgo de ser reemplazadas por un sistema de defensa centralizado en Belgrado y, por lo tanto, habrían sido desarmadas y subordinadas al JNA. El primer acto de guerra vino de este intento. Los parecidos de ambas situaciones en Eslovenia y Cataluña no pueden ser más dispares al respecto. Finalmente, debe subrayarse un hecho muy preocupante: mientras que la desintegración de Yugoslavia se produjo en un período de sólida y profunda estabilidad internacional, y cuando la globalización neoliberal ya había comenzado a socavar el tejido comunitario y social de Yugoslavia, el aumento combinado del secesionismo catalán, del neo-conservadurismo etnicista y el neo-franquismo de Vox suceden en un período extremadamente incierto y turbulento caracterizado por una creciente inestabilidad internacional bajo la égida del trumpismo y su embajador ideológico en Europa, Steve Bannon. Es desalentador que el actual presidente de la Generalitat pase por alto las implicaciones antes señaladas del camino esloveno a la secesión. Confiamos en que esta aportación escrita contribuya, en la medida de sus posibilidades, a concienciar a personas de paz en el conjunto de España. No es momento de jugar con el uso espurio de la Historia para alcanzar metas políticas que sólo pueden provocar destrucción y muerte. Recordemos que el nacionalismo (estatalista o sin Estado) es un proceso acumulativo, de oposición y de contraste impulsado por emociones impredecibles, profundas y fácilmente manipulables. Su trayectoria nunca puede definirse de antemano, ni es la continuación lineal de nuestro presente. Cataluña no es Eslovenia, ni España es lo que Yugoslavia fue antes de su desaparición. Pero el aumento del nacionalismo étnico representa una amenaza real, difícil de combatir, del cual siempre tenemos que ser conscientes y que tiene que ser estudiado y observado con atención.
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