En los últimos días hemos visto en los diferentes medios de comunicación diferentes análisis acerca del ascenso de la formación VOX en las elecciones autonómicas celebradas en Andalucía el pasado 2 de diciembre. También se han ofrecido diferentes respuestas al posible efecto de la inmigración o si el debate nacional (más concretamente, la cuestión catalana) ha influido en la campaña electoral andaluza. Sin embargo, el debate público acerca del retroceso de escaños y votos por parte del PSOE de Andalucía ha estado ausente, incluso para sus propios líderes autonómicos y nacionales.
En las siguientes líneas, me gustaría aportar algunas de las explicaciones que ya podían observarse en la encuesta pre-electoral del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), realizada antes del inicio de la campaña electoral, ya que, a pesar de los buenos resultados en la estimación de voto y escaños que ofrecía el instituto público para el PSOE de Andalucía, había varios elementos que ya alertaban de la posible corriente abstencionista que parece que finalmente aconteció.
En las elecciones regionales de 2015, la formación de Susana Díaz ya recibió un pequeño aviso de cuáles eran las tendencias electorales que parecían venir en esta autonomía. Sin embargo, el mal resultado del resto de formaciones y la cómoda mayoría obtenida no forzó el necesario análisis.
[Recibe diariamente los análisis de más actualidad en tu correo electrónico o en tu teléfono a través de nuestro canal de Telegram]
El debate debiera de enfocarse en torno a tres hipótesis principales (y que deberán ratificarse una vez tengamos publicados los resultados de la encuesta post-electoral): la mala percepción de los votantes socialistas sobre la gestión de la Junta de Andalucía, la mala valoración de la candidata entre sus propios votantes y un tercer factor, más imperceptible en términos sociológicos, que es la falta de tensión electoral entre los partidos del bloque de la izquierda.
En primer lugar, la encuesta pre-electoral ya avisaba de la mala percepción de los votantes del Partido Socialista de las elecciones de 2015 sobre la gestión de las políticas públicas por parte de la Junta. En la pregunta 6, más del 50% de los votantes del PSOE consideraban que la gestión ejercida había sido regular, y más de 42%, mala o muy mala. De hecho, menos del 25% de ellos la consideraban buena o muy buena.
Además, las evaluaciones económicas retrospectivas, variable base en los análisis de voto económico, no mostraban la traslación de la gestión pública a la mejora de la situación económica andaluza. En la pregunta número 2, muchos electores socialistas no creían que la coyuntura había mejorado, sino que la economía andaluza había empeorado. Más del 70% de los votantes del PSOE en 2015 no percibía que los esfuerzos del Gobierno andaluz hubieran dado frutos.
Junto a este desgaste en la gestión de la Junta (o simplemente, que el relato económico no estaba funcionando), otra de las variables que debemos buscar para explicar el importante descenso en el PSOE es la aceptación de la presidenta, Susana Díaz, por parte de sus votantes. Éstos valoraban de media con un 5,87 puntos sobre 10 a su candidata (2,57 puntos de desviación típica), frente al 6,38 (2,35 de desviación típica) de Antonio Maíllo para los votantes de IU o al 6,44 (2,28 de DT) de Teresa Rodríguez por parte de los electores de Podemos. Es decir, la candidata del PSOE era peor valorada por sus propios electores, pero además, había una mayor dispersión entre valoraciones.
En tercer lugar, algo que pareció escaparse era la escasez de tensión electoral en el bloque en la izquierda. Mientras que la competitividad en el bloque de la derecha era fuerte, ya que estaba en juego la primera posición entre Partido Popular y Ciudadanos (las encuestas mostraban resultados similares para ambos), en el bloque de la izquierda parecía clara la victoria de Susana Díaz y el PSOE a Adelante Andalucía, lo que pareció traducirse en abstencionismo electoral.
Esta variable es más compleja de explicar en función de la encuesta pre-electoral y en términos sociológicos. Sin embargo, en la pregunta 12a, donde se pregunta a los votantes antes de la campaña electoral que harían si finalmente cambiaban de voto, permitía ya aventurar este movimiento. Casi un 25% de los electores del PSOE en 2015 admitían que se podía quedar en casa, 10 puntos por encima de los votantes del Partido Popular (14,4%), Podemos (15,7%) o Ciudadanos (11%).
Habrá tiempo de analizar de forma más precisa cuáles fueron los movimientos intraelectorales que se produjeron en estos comicios y algunas de las causas para la traslación de votantes. Las tres hipótesis o líneas de investigación aquí apuntadas debieran servir para realizar el debate sosegado sobre cuáles fueron las motivaciones de los votantes socialistas para, finalmente, no revalidar a su propio Gobierno.
En todo caso, parece claro que las explicaciones tuvieron mucho que ver con cuestiones propias regionales; especialmente, con la satisfacción de los votantes socialistas sobre las medidas llevadas a cabo por el Gobierno de Susana Díaz.