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La vida sin Angela Merkel

Roberto Inclán Gil

13 de Diciembre de 2018, 17:27

En la película de Isabel Coixet Mi vida sin mí, el personaje protagonizado por la actriz Sarah Polley decide dedicar sus últimos meses de vida pensando en cómo hacer más fácil y llevadero el futuro de su familia una vez que ella ya no esté. Para ello, organiza una serie de tareas y graba unas cintas para ser escuchadas en el futuro. El pasado viernes 7 de diciembre, Angela Merkel dejó de ser la presidenta de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) tras más de 18 años en el cargo. Su sustituta como presidenta del partido es Annegret Kramp-Karrenbauer, quien fue ministra-presidenta del Land del Sarre entre los años 2011 y 2018. En febrero de este mismo año, Annegret Kramp-Karrenbauer –más conocida como AKK– comenzó a desempeñar la labor de secretaria general de la CDU tras la dimisión de Peter Tauber. En estos pocos meses que ha estado en el cargo AKK ha mantenido un perfil bajo, sin una gran personalidad en los temas que más polémica causan en el país, y siempre a la sombra de "Mutti" Merkel. El relevo de AKK en la secretaría general del partido es el político de origen polaco Paul Ziemiak, quien hasta ahora había sido el presidente de las juventudes de la CDU. Ante la falta de experiencia y el bajo perfil de las dos personas más importantes dentro del organigrama de la CDU, seguro que muchos de los alemanes estarían encantados con la idea de que Angela Merkel hiciera lo mismo que la protagonista de Mi vida sin mí, y fuera preparando el futuro de la CDU y del país para el día que ella ya no esté. La responsabilidad que tienen ante sí es grande, tanto dentro como fuera de Alemania, al ser el partido más votado del país más importante de la Unión Europea.

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No obstante, Merkel aún tiene por delante casi tres años hasta agotar su mandato en el 2021, tiempo suficiente como para seguir supervisando la labor de la nueva presidenta del partido, y además sin transmitir las urgencias que pudieran existir si ella decidiese dimitir como canciller. El primer gran reto para la nueva dirección será sin duda las próximas elecciones al Parlamento Europeo previstas para el 26 de mayo de 2019. Según las últimas encuestas, la CDU apenas llegaría al 30% de los votos, y tendrá como principal objetivo detener el crecimiento del partido de Los Verdes y el de Alternativa para Alemania (AfD según sus siglas en alemán), que obtendrían en torno al 20% y al 16% respectivamente. Esta división del voto en Alemania no afectaría tanto a la configuración final del Parlamento Europeo, puesto que, en lo referente a los diversos grupos políticos, el Partido Popular Europeo (EPP por sus siglas en inglés) sí mantendría una cómoda ventaja sobre el grupo socialista. A medio plazo, y una vez pasada esta primera cita electoral, la nueva CDU de AKK tendrá que decidir qué rumbo ideológico seguir. Si un mero mantenimiento de la línea marcada por Merkel, alejada del radicalismo y claramente distinguible de las propuestas de AfD, o si por el contrario opta por un giro más hacia la derecha con el objetivo de recuperar parte del electorado perdido durante estos últimos años, debido en parte a su política sobre refugiados, la cual ha sido el centro de los ataques de partidos como AfD y de buena parte de las protestas que han tenido lugar en diferentes ciudades de Alemania. Protestas con un claro carácter xenófobo, no sólo por los refugiados que han llegado durante los últimos años, sino también hacia todo lo que representa el islam y su choque religioso-cultural que muchos rechazan y lo consideran que no pertenece a Alemania. Según el analista del semanario ‘Die Zeit’, Ferdinand Otto, siete son las grandes tareas a las que deberá hacer frente AKK desde la Presidencia de la CDU: conciliar a las distintas facciones del partido, aclarar cómo será su relación de convivencia con Angela Merkel, presentar alguna propuesta propia que pueda conectar con los votantes, frenar a AfD, recuperar a los votantes de Los Verdes, reiniciar la relación con la CSU y ganar las próximas elecciones. Mucho se está hablando ahora sobre cuál será el legado de Angela Merkel. En sus 13 años como canciller –los cuales podrán llegar a 16 si apura la legislatura actual, e igualaría a su padre político Helmut Kohl como el canciller más longevo–, Merkel ha pasado de ser una candidata en la que casi nadie depositaba opciones de triunfo en las elecciones del año 2005 frente al por entonces canciller carismático Gerhard Schröder –al cual se impuso por un 1%–, a ser la política más importante del continente y considerada por muchos la mujer más poderosa del mundo en la actualidad. Entre medias, Merkel ha ganado cuatro elecciones consecutivas, siempre ha tenido que gobernar en coalición –tres veces con el SPD y una con el partido liberal–, y aun así ha conseguido dotar a su país de una estabilidad económica admirable. Más si se recuerda que a su llegada a la Cancillería, Alemania estaba en plena crisis económica y acababa de realizar unos duros ajustes y recortes en las prestaciones sociales y de desempleo, conocidos como Hartz IV. Posteriormente, dos han sido los grandes momentos que han marcado el liderazgo de Merkel. El primero de ellos fue la crisis de deuda griega en el año 2009. En esta ocasión, muchas eran las voces que pedían "dejar caer a Grecia" y evitar así que otros países más grandes y con más peso económico afectaran a la economía de la Unión Europea. Estas críticas no vinieron únicamente desde otros partidos, sino que dentro de la propia CDU también hubo un sector importante que rechazaba aumentar el programa de ayudas y el rescate a Grecia. Sin embargo, tanto la propia Merkel como el ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, apostaron por tomar la decisión más difícil y tratar de salvar la economía griega mediante esas ayudas. Una de las consecuencias que se arrastran en Alemania de esta decisión fue la creación de cara a las siguientes elecciones al Bundestag del partido AfD, con un discurso anti euro y contrario a las ayudas a los países del sur de Europa. El segundo gran momento, y de quizá mayor trascendencia para el país y para toda la Unión Europea fue la gestión de la crisis de refugiados siria del año 2015. En tan sólo un año, Alemania tuvo que hacer frente a un millón de solicitudes de asilo y generó un cambio en el debate público del país, el cual aún no ha resuelto. De nuevo, esta crisis fue aprovechada por el partido populista de derecha AfD, quienes giraron su discurso a uno claramente xenófobo y antiinmigración, y les ha llevado a obtener 92 diputados en las últimas elecciones al Bundestag del año pasado y ser la tercera fuerza del país, tan sólo por detrás del SPD y la CDU. En una reciente entrevista a uno de los intelectuales más importantes del país, como es el filósofo Peter Sloterdijk, éste criticó duramente la política de refugiados de Merkel y el error que cometió la canciller en el año 2015. Si bien Sloterdijk reconoce que Merkel hizo lo correcto desde el punto de vista humano para desatascar esa situación, "su error comenzó con el hecho de que, después de esta situación extraordinaria, no dejó claro que se trataba de una situación excepcional, de carácter irrepetible". Alemania deberá decidir qué país quiere ser con respecto a la cuestión migratoria. Por un lado, hay varios partidos contrarios a ello, pero, por otro lado, y como afirmó Angela Merkel el pasado día 10 durante la conferencia de la ONU en Marrakech, "la inmigración legal crea bienestar", y defendió la necesidad de acuerdo en lo relativo al Pacto Mundial sobre Migración. Se quiera ver esta realidad o no, la llegada de mano de obra extranjera será la única manera de frenar el envejecimiento de la población alemana. Las previsiones apuntan a una progresiva pérdida de población de hasta 15 millones en 2080 con respecto a la que contaba en el año 2015. Esta realidad ha provocado que se conozca el caso de Alemania como una "Schrumpfnation" (nación menguante). A nivel europeo, la situación no es muy esperanzadora a lo que a reformas se refiere en un futuro próximo, y se puede considerar el 2019 como un año perdido. La propia Alemania está retrasando de forma deliberada varios de los planes que están sobre la mesa, como son la reforma de la unión bancaria europea, la creación del Fondo de Garantía de Depósitos y un Tesoro del euro, o la emisión de los eurobonos. A la salida anunciada de Merkel, se suma que la situación de sus principales socios comunitarios no es la más idónea. Emmanuel Macron está en unos registros muy bajos de popularidad y con unos problemas internos que hacen difícil creer que quiera emprender además una gran reforma europea, y sin la ayuda de Francia, no hay reforma importante que pueda salir adelante. Asimismo, en otros países con peso comunitario como Italia y Polonia, cuentan con gobiernos contrarios a la UE y actualmente no son socios fiables a este respecto. En el caso de Polonia, el partido en el gobierno –Ley y Justicia (PiS)– de corte conservador y nacionalista, lejos de pretender una mayor integración europea, busca recuperar competencias nacionales y amenaza con activar otro proceso de salida, ya conocido como Polexit. Situación distinta existe en España, donde si bien sus principales partidos son proeuropeos, la escasa fortaleza en cuanto a representación parlamentaria del gobierno de Sánchez, también crea serias dudas sobre el compromiso y, sobre todo, la fuerza que imprimirían a un nuevo proyecto europeo. A la perspectiva de un futuro Parlamento Europeo más fragmentado y con un mayor peso de los partidos populistas y euroescépticos, se suma también la condición de salida del actual presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, quien acaba su mandato en el mes de mayo. Su más que probable sustituto es el bávaro Manfred Weber, quien ya es el candidato oficial por el EPP y, por tanto, favorito para ocupar la presidencia durante el período 2019-2024. El político de la CSU intentará tener un papel más activo y fortalecer la UE, y hacer frente a los extremismos y populismos que amenazan los valores democráticos europeos. Otra novedad que puede cambiar el futuro de la UE será el nombramiento en el mes de mayo del nuevo presidente del BCE en sustitución del italiano Mario Draghi –aunque no será hasta el mes de noviembre cuando asuma este cargo–. Una de las personas que más ha sonado para este puesto había sido el actual presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, de carácter liberal y contrario a las políticas de ayudas y de mantenimiento de tipos de interés bajos de Draghi. Asimismo, su rechazo a la expansión del fondo de rescate podría poner en grave peligro la estabilidad de la UE. No obstante, una vez confirmada la victoria de Weber en la Comisión, Alemania tendría más que complicado colocar a otro alemán en un cargo de tanta relevancia como es el BCE, ante lo que ganarían enteros otros candidatos como el irlandés Philip Lane o la francesa Christine Lagarde. Muchas son las dudas que dejará la marcha de Angela Merkel y habrá que ver si su sustituto en la Cancillería –sea o no de la CDU– sabrá estar a la altura de estos años de gobierno de Merkel, y cuánto tardará el propio país y la Unión Europea en acostumbrarse a otro líder que no sea la persona que ha ocupado este cargo desde el año 2005.  
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