En un artículo anterior sobre el interés de Rusia en el secesionismo catalán aludía a la zona gris: ese espacio intermedio en el espectro de conflicto político que separa la competición acorde con las pautas convencionales de hacer política (blanco) del enfrentamiento armado directo y continuado (negro). Aunque el término sea relativamente nuevo, la realidad a la que alude no lo es: en gran medida, la Guerra Fría se libró en esa franja situada entre la competencia pacífica y la guerra abierta.
Actualmente, se observa una mayor actividad en la zona gris que lleva a algunos a hablar de una nueva Guerra Fría. Sin embargo, es una comparación imperfecta. No hemos vuelto a un mundo bipolar con dos bloques, ideologías y sistemas (capitalismo y comunismo) frontalmente contrapuestos. Lo que sí se advierte es una creciente rivalidad entre grandes potencias que, muy probablemente, se mantendrá e incluso intensificará en los próximos años. La asertividad de Rusia demarcando su área de influencia (Ucrania, Georgia, Bielorrusia, Transnistria
) o el azuzar azuzando la confusión y distracción política interna de sus rivales (elecciones en Estados Unidos y en varios países de la Unión Europea, incluyendo la cuestión de Cataluña) es muestra de ello. También se enmarcan en la zona gris del conflicto las acciones de China en las aguas e islas en disputa de Asia Pacífico.
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Esta tendencia obedece a dos motivos evidentes: 1) la progresiva vuelta a la multipolaridad, con potencias regionales que desean alterar el orden liderado por Estados Unidos, y 2) la conciencia clara de que un enfrentamiento militar directo tendría consecuencias catastróficas e impredecibles. La guerra entre estados hace tiempo que dejó de ser un instrumento estratégicamente eficiente a la hora de revisar el statu quo; pero sí lo es un modo de proceder menos lineal, que aporte ganancias sin cruzar líneas rojas que desaten una respuesta armada a gran escala. Más allá de estas dos razones obvias, la opción por el conflicto en la zona gris plantea varias ventajas:
1.- Permite conseguir objetivos a largo plazo, lo que permite avanzar poco a poco, de manera gradual. Y esto ayuda a dos cosas: generar ambigüedad y mantener la iniciativa. La diferencia en la escala del conflicto entre el gris y el negro (guerra) es fácil de distinguir. La verdadera dificultad se encuentra en el otro extremo, en distinguirlo de lo que se pudiera entender como decoro internacional, politics as usual, competencia bona fide, etc. En definitiva, de la política que discurre dentro de parámetros ampliamente aceptados.
Nos topamos así con criterios inevitablemente subjetivos, y en ello radica precisamente la gran ventaja de esta opción estratégica: su ambigüedad. Una ambigüedad intencionada que dificulta tanto la identificación de las actividades hostiles propias de la zona gris como la articulación de estrategias de respuesta. Al oponente no le resulta fácil determinar cuándo ha comenzado a aplicarse una estrategia contraria dentro de la zona gris, y ese tiempo cuenta a favor de quien lidera el proceso, que va alcanzado mientras tanto objetivos intermedios.
2.- Las estrategias empleadas son multidimensionales (también conocidas como híbridas), de modo que no es necesario gozar de supremacía militar para obtener ganancias en este espectro del conflicto. Suponen el empleo intencionado, multi-dimensional e integrado de diversos instrumentos de poder: políticos, económicos, sociales, informativos, diplomáticos y también militares. La peculiaridad de lo militar en estas estrategias es su carácter fundamentalmente simbólico con intención coercitiva, utilizándose para señalar, intimidar y marcar territorio; y, excepcionalmente, para respaldar a terceros actores que sí recurren a la fuerza y en ocasiones a gran escala en el marco de una guerra por delegación (proxy war), en una díada de conflicto diferente a aquélla en la que se está desarrollando el conflicto en la zona gris: la guerra de Siria es un ejemplo claro de guerra por delegación donde compiten tanto potencias principalmente regionales (Arabia Saudí, Irán, Turquía y, en menor medid Israel) como grandes potencias extra-regionales: Estados Unidos y Rusia.
3.- Como parte de ese gradualismo, se opta en ocasiones por hechos consumados, algunos particularmente llamativos: por ejemplo, Crimea. Se trata de una opción más peligrosa, aunque también conlleva ventajas. Se desafía la disuasión del adversario, pero si éste no reacciona de inmediato queda una posición incómoda. Ya no se trata de mantener el anterior statu quo, sino de cambiar una nueva realidad.
Otra posibilidad son las 'tácticas salami', concatenando acciones de bajo perfil que proporcionan ganancias graduales y que, a la vez, dificultan una reacción severa por parte del adversario. Su reducida entidad no justifica el empleo de la fuerza y deja margen para el arreglo diplomático de las diferencias; mientras que si se ejecutasen de una vez, abocarían a una crisis o incluso a una guerra. Son, de esta forma, tácticas de erosión que, además de generar ganancias, degradan la credibilidad de la disuasión contraria.
4.- El carácter no democrático
de algunas grandes potencias (caso de Rusia y de China) agiliza los procesos de toma de decisiones y ofrece mayor margen de maniobra a la hora de traspasar la legalidad internacional. Sus mecanismos de decisión poseen un alto grado de personalismo, están más centralizados y se enfrentan a menores contrapesos institucionales.
Lo mismo puede aplicarse a determinados actores no estatales que optan por este tipo de estrategias. Esto les da ventaja cuando se enfrentan a democracias, que requieren mayor consenso antes de responder
; más aún si se trata niveles de toma de decisiones supranacionales (OTAN, UE). Su ciclo de decisión se ve abrumadoramente superado como sucedió, por ejemplo, durante la crisis de Ucrania de 2014.
5.- Los avances en tecnologías de información y comunicación, y el empoderamiento de los grupos e individuos gracias a ellas, especialmente en los sistemas democráticos, ofrecen numerosas oportunidades para la implementación de estrategias en la zona gris. Facilitan las operaciones de influencia, que incluyen la creación de marcos interpretativos interesados que después se respaldan con noticias falsas, teorías conspiratorias, desacreditación de enfoques rivales, acoso a periodistas críticos, etc.
Se benefician, además, de la coincidencia de intereses con determinados grupos y sectores sociales del país adversario (es interesante observar el eco positivo que encuentran Putin y el canal de noticias RT en la extrema derecha y la extrema izquierda; o se sirven de organizaciones y figuras transnacionales, como es el caso de Julian Assange y Wikileaks. Todo ello contribuye a intensificar la ambigüedad, dividir la sociedad contraria y complicar aún más el proceso de toma de decisiones políticas del rival.
Todas estas ventajas favorecen la opción por el conflicto en la 'zona gris' en la actualidad y, muy probablemente, en los próximos años y décadas.
(Para un análisis en mayor profundidad del concepto y de sus herramientas estratégicas, puede,consultarse este artículo del autor en la 'Revista Española de Ciencia Política').