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Combatir las ideas, respetar a las personas

Joan Navarro

4 de Diciembre de 2018, 22:29

Los ciudadanos mentimos en las encuestas. Ninguna de las publicadas acertó ni de lejos la caída de la izquierda andaluza (-685.000 votos) ni la fuerza con la que irrumpió la extrema derecha (+395.000). Con estas herramientas a los analistas, si quieren seguir siéndolo, ya no les queda más remedio que empezar a interpretar datos y comportamientos, hoy ya más fiables que las respuestas humanas. Casi la mitad de los andaluces con derecho a voto (2,8 millones) no lo ejerció, 413.000 menos menos que en 2015. El PSOE diseñó una campaña de bajo perfil para no movilizar el voto contrario confiando en que, aun perdiendo sufragios, un mayor descenso del PP le permitiría mantener el Gobierno. Efectivamente el PP, pese a haber estado siempre en la oposición, continuó su deterioro electoral (casi 317.000 electores menos que en 2015, el peor resultado de su historia), pero la caída del PSOE todavía fue mayor: 402.000 votos, y con ellos, posiblemente la perdida del Gobierno de Andalucía. Por su parte, los tres partidos de la derecha plantearon una campaña nacional centrada en Pedro Sánchez y en Cataluña, con la que han movilizado 360.000 votos más que en 2015. El procés ya tiene su hijo en Andalucía; se llama Vox. Pero también el PSOE debiera tomar buena nota, ya es difícil defender que las elecciones autonómicas y municipales impulsarán la victoria electoral de Sánchez en las generales, más bien al contrario: PP, Ciudadanos... y Vox gobernarán en muchos municipios y alguna comunidad autónoma en donde hoy lo hace la izquierda.

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El PP de Pablo Casado salva los muebles, pero queda en manos de sus enemigos íntimos. Un cambio al frente de la Junta de Andalucía es un proceso legítimo, incluso saludable, pero no es (sólo) el Gobierno de la Junta lo que está en juego, sino la política de bloques en España y, sobre todo, la política dentro de cada bloque, lo que complicará aún mas los acuerdos para formar el Ejecutivo andaluz, ya de por sí bastante difíciles. Al hastío socialista se ha unido la decepción con Podemos (-283.000 votos). Por primera vez desde 2015, toda la izquierda retrocede en bloque y aumentando la abstención, lo que, conocida su tendencia a dejarse llevar por el desánimo, no augura nada bueno en las siguientes contiendas electorales. Tras las elecciones andaluzas, PSOE y Podemos se necesitan más que nunca. El PP sigue sin ser visto por los andaluces como un partido de gobierno. El 30% de sus votantes se ha ido a la abstención, a Ciudadanos o a Vox. Los populares  lideran la derecha con apenas 79.000 votos mas que Cs, gracias a una campaña en clave nacional y con la excepcionalidad catalana de por medio. Si su candidato finalmente logra los apoyos parlamentarios para gobernar Andalucía, simplemente lo pasará muy mal. Ciudadanos ha duplicado su apoyo, ha logrado votos de 'cansancio' tanto del PP como del PSOE, pero a costa de hundir puentes y permitir (junto al PP) que una fuerza de extrema derecha recoja los frutos de las alarmas que tan hábil como irresponsablemente han lanzado sobre el Gobierno de Sánchez y la situación de los independentistas catalanes. Las negociaciones y eventual acuerdo para formar Gobierno en la Junta nos indicarán si la batalla por la derecha continua o Cs se resigna finalmente a una función subsidiaria respecto del PP, como ya vienen haciendo desde las últimas elecciones autonómicas y municipales. Vox cabalga; no hacia la reconquista, pero sí hacia la fama. ¿Qué analista, tertuliano o presentador de televisión va a resistirse a pontificar sobre Vox, lo que Vox dice, lo que Vox significa? Es la novedad y nos encantan las novedades, como ya pasó con el advenimiento de Podemos. Debe su llegada al discurso irresponsable de la derecha, pero en los próximos meses veremos cómo crece gracias a alarmismo de la izquierda y la necesidad de los medios de comunicación de hacer de la política un espectáculo continuo. Ya el domingo empezaron las soflamas tipo no pasarán, se reclamó un cordón sanitario, antigüedades de otras épocas que apenas sirven para mantener la moral de la tropa. Vox ha pasado de 18.000 a 395.000 votos; no hay tanto señorito nostálgico en Andalucía. Ha sido la tercera fuerza electoral en Almería por delante de Cs y doblando en votos a Podemos. Ha roto la excepción española sobre el crecimiento de la extrema derecha. Nuestros vecinos en Europa, pero también en EE.UU. y Brasil ya saben qué ocurre cuando los más ricos e irresponsables logran el apoyo de la gente que se siente olvidada; no necesariamente de los más pobres, sino de aquellos que creen que cuentan menos. Lo explica bien José Fernández-Albertos en su libro Antisistema. Desigualdad económica y precariado político: votantes que se saben económicamente vulnerables, pero sobre todo "políticamente marginalizados… precarios políticos". Jornaleros de las comarcas de El Ejido que en su día confiaron en el PSOE, centenials de todas las ciudades defraudados con Podemos, pequeños empresarios y comerciantes cansados de tanto trasiego político no aspiran a que Franco descanse en la Giralda, pero sí se sienten patriotas y compran que el inmigrante tiene la culpa (como predica Casado) o que España esta en riesgo por el pacto con populistas e independentistas de Sánchez (como afirma Rivera) y votan Vox, que es simplemente quien lo dice más alto. Con los meses de frenesí mediático y llamadas a la resistencia que nos esperan, Vox ha llegado para quedarse. Abascal lo dejó claro en su discurso: "Estamos aquí pese al desprecio que nos tienen". En realidad, están aquí gracias, precisamente, a que se alimentan del desprecio de los demás. Muchas de sus 100 medidas y, sobre todo, buena parte de sus discursos, digámoslos claro, no sólo son muy criticables, sino simplemente no son ciertos y deben ser combatidos, pero Vox es un partido legítimo y sus electores merecen todo nuestro respeto democrático. Si algún partido necesita sus votos para gobernar hará bien en sentarse con ellos y dialogar. Creo sinceramente que PP y Cs aciertan cuando se niegan a excluir a una fuerza política que ha logrado su apoyo democráticamente, pero la derecha tendrá que explicar a cambio de qué, cuáles de mis derechos como mujer, como gay, como emigrante o como ciudadano que piensa radicalmente lo contrario que ellos, están dispuestos a sacrificar; y, aquí sí, la batalla será sin cuartel. No es la confrontación, sino el desprecio lo que les hace fuertes. Si algo están aprendiendo nuestros vecinos en la lucha contra la extrema derecha europea o americana es que lo que hay que combatir son las ideas, señalando siempre las mentiras, no a las personas que se las creen. Aún, y en medio de tanto fango, la mejor arma que disponemos para hacer frente a los retos de nuestra convivencia sigue siendo, paradójicamente, mejorar nuestro comportamiento democrático.
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