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Los cambios en el voto rural-urbano en Andalucía

Juan Montabes Pereira, Ángel Cazorla

30 de Noviembre de 2018, 22:59

A lo largo de los casi 40 años que ahora cumplimos de procesos electorales en Andalucía, una de las cuestiones que de manera recurrente ha aparecido asociada a los resultados, y en especial a los anclajes y apoyos al Partido Socialista de Andalucía, ha sido la importancia de los componentes territoriales del voto. En concreto, el peso otorgado a un denominado voto rural asociado con determinadas características sociales, culturales y económicas de este contexto, en oposición a las correspondientes al voto urbano, caracterizado por los caracteres opuestos al anterior y de orientación ideológica también diferenciada. Sin lugar a dudas, es ésta una cuestión que, más allá de la importancia capital que posee para una explicación sociológica del comportamiento electoral, resulta fundamental en una comunidad autónoma en la que muchas de sus características definitorias se han encontrado, y se encuentran aún, profundamente marcadas por la distinción tradicional de los espacios rurales y urbanos.  Es por ello que, para contextualizar adecuadamente el análisis del voto rural-urbano en Andalucía es imprescindible situar esta comunidad histórica y económicamente, ya que muchos de los comportamientos de los andaluces entroncan directamente con una realidad derivada de una evolución muy desigual con respecto al resto de España. Si bien podemos señalar que, por norma general, el salto de la ruralidad a la urbanidad se inicia en España en la segunda etapa del franquismo (el desarrollismo) y se completa en los primeros años de la andadura democrática, para el caso de Andalucía este salto hubo de esperar algo más, debido a la persistencia de estructuras productivas, culturales y sociales que no cambian a la misma velocidad de los importantes cambios políticos que introduce primero la Transición democrática y, posteriormente, el Estado de las Autonomías.

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En este sentido, y con un carácter transversal, el nulo desarrollo del sector primario, la inexistencia de una clase media pujante y emprendedora, así como la carencia de un tejido industrial competitivo no hicieron más que ahondar en la profunda brecha que separaba los ámbitos rurales y urbanos en esta comunidad. Además. en la segunda época, la de construcción autonómica, los procesos de concentración poblacional en las grandes ciudades andaluzas y la progresiva terciarización de su tejido productivo redundan en esta brecha que, a la postre, ha marcado el devenir social y político de los andaluces. De igual modo, esta terciarización de la economía expone otra realidad no menos evidente, relacionada con el agotamiento de un sistema productivo eminentemente agrario que ha sido la base productiva andaluza a lo largo de siglos de una historia marcada por el latifundismo y las estructuras productivas caciquiles; no nos olvidemos, muy presentes en el imaginario colectivo de esa población trabajadora. Desde esta óptica, hablar del comportamiento electoral andaluz implica un análisis de las relaciones que se establecen entre los perfiles poblacionales y de  comportamiento, principalmente vinculados a una serie de cleavages o fracturas que sitúan a la población en espacios contrapuestos. Éstos van a ser especialmente importantes en Andalucía, fundamentalmente porque implican la superposición de dos de ellos: el territorial (rural-urbano) y el de clase social. Dos serían las hipótesis a testar: la primera, que el desarrollo y modernización andaluces han sido más fuertes en los ámbitos tradicionalmente urbanos con respecto a los denominados como rurales, alterando la auto-percepción de pertenencia a clase social, mientras que la segunda hipótesis nos situaría en la relación que se establece entre este cambio en la clase social y la traslación a elementos relacionados con la cultura política y el voto. Por lo que respecta al primer aspecto, podemos afirmar que en esta comunidad se ha presentado, quizás de la manera más nítida, la correspondencia entre una enorme diferenciación en la composición inter-clasista y la persistencia de las estructuras productivas que han dado lugar a ellas. Este dato se puede observar en el siguiente análisis, en el cual se vislumbra la relación de dependencia entre las clases sociales más bajas y el ámbito rural, a la vez que la mejora en la auto-percepción de clase se observa en los ámbitos urbanos, muy en consonancia con la teoría de la modernización y el desarrollo urbano (Gráfico 1)

Gráfico 1.- Análisis de correspondencias entre tipo de hábitat y clase socialFuente: Elaboración propia según datos del Egopa (invierno de 2018).

En concreto, utilizando los datos del último Egopa (invierno 2018, enero-febrero), podemos observar cómo la correspondencia de clase y el sistema de ciudades es más que evidente, ya que la estrecha relación entre clase social baja y media baja es claramente rural, la correspondencia entre clase media-media es para las ciudades medias andaluzas, mientras que la existente entre clase media alta y alta es para los ámbitos urbanos. Podemos afirmar, por tanto, que a medida que las características asociadas a la ruralidad han ido cambiando, también lo han hecho las condiciones materiales de los andaluces. A modo de ejemplo, en los últimos 30 años el protagonismo del sector primario pasa de representar del 21% al 8,9% y, lo que aún es más importante, se va a convertir en un sector mucho más desarrollado, mecanizado y productivo. Por otro lado, la industria vinculada a las nuevas tecnologías sufre un importante empuje con la creación de los parques tecnológicos andaluces, además del importante cambio referido a su especialización, especialmente en el campo agropecuario, cambios que van a materializarse especialmente en las ciudades medias. Por último, y como apuntábamos con anterioridad, una de las realidades que mejor expresa el cambio de rumbo y desarrollo de Andalucía lo va a representar la progresiva tercerización de su economía; de modo que, si bien a inicios de los 80 el porcentaje de población que se dedica al sector terciario se encontraba alrededor del 49%, a finales de los años 90 este porcentaje se incrementó hasta el 67,1% y en la actualidad supera el 78%. Es de destacar que este porcentaje se ha vuelto mucho más heterogéneo, aunque se ha concentrado especialmente en las ciudades medias y urbanas, destacando los servicios relacionados con el sector público y el turismo como los principales motores económicos andaluces.  Como hemos visto, se produce una profunda transformación y desplazamiento de la actividad productiva en Andalucía, que ha implicado, a su vez, importantes cambios en aspectos socio-demográficos de la población en esta comunidad, tales como la renta, el nivel de estudios, o el modo de vida en los distintos ámbitos poblacionales. De este modo, si antes se podía caracterizar acertadamente a la población andaluza en función del tamaño o ubicación geográfica de sus poblaciones, en la actualidad esto se ha convertido en una tarea mucho más ardua, siendo más acertado ahondar en las características productivas, laborales y de acceso a servicios de dichos poblamientos.  Según lo expuesto hasta este momento, deberíamos testar la siguiente hipótesis, sustentada en la transformación de una estructura productiva y económica en Andalucía que habría implicado cambios en los anclajes partidistas y el voto. Todo ello aceptando que estas condiciones cambiantes generan alteraciones significativas en el comportamiento electoral. No hablamos de voto en clave económica, mucho más coyuntural y que esporádicamente se ha podido activar en algunos procesos electorales (siempre de manera muy débil), sino de una evolución paulatina a lo largo de los últimos 36 años que ha alterado las estructuras de adscripción partidista y ha cristalizado en un nuevo conjunto de equilibrios en el sistema de partidos andaluz.  Si analizamos los datos de evolución en la opinión pública andaluza, podemos entender la fuerza y sentido de algunos de estos cambios. En primer lugar, aquéllos que han generado el progresivo debilitamiento de las diferencias entre hábitat y, en segundo lugar, las erosiones y ganancias en cada uno de los estratos de hábitat para cada una de las formaciones políticas en Andalucía. A este respecto, los datos de intención de voto diferencial por cada estrato poblacional evidencian que, si bien es cierto que existe una clara relación entre el hábitat y los apoyos a cada formación, estas diferencias se han ido reduciendo de manera significativa a lo largo del periodo estudiado.

Gráfico 2.- Evolución de la intención directa de voto en elecciones autonómicas en Andalucía (rural)Fuente: Elaboración propia según datos del Egopa (2002-2018).

Gráfico 3.- Evolución de la intención directa de voto en elecciones autonómicas en Andalucía (ciudades medias)Fuente: Elaboración propia según datos del Egopa (2002-2018).

 

Gráfico 4.- Evolución de la intención directa de voto en elecciones autonómicas en Andalucía (urbano)Fuente: Elaboración propia según datos del Egopa (2002-2018).

Esta progresiva pérdida de relevancia en las diferencias se observa si analizamos de manera conjunta el voto a las distintas formaciones en cada uno de los ámbitos poblacionales propuestos. A este respecto, es importante reseñar la preeminencia del Partido Socialista a lo largo de gran parte del periodo estudiado, especialmente en el tramo que va desde el año 2002 al inicio de la crisis económica en 2008. También es cierto que las diferencias entre la intención de voto al PSOE y el PP en 2002 y 2003 eran de más de 30 puntos en los ámbitos rurales, de alrededor de 20 puntos en las ciudades medias y de algo más de 15 en los ámbitos urbanos, diferencias que se van a ir reduciendo sensiblemente y que prácticamente van a desaparecer entre los años 2008 a 2010.  A partir de este momento es cuando podemos comenzar a vislumbrar algunos de los cambios más importantes en el sistema de partidos andaluz, principalmente la persistencia de este comportamiento diferencial a favor del PSOE en los ámbitos rurales; aunque, eso sí, con bastante menor diferencia. De igual modo, el PP experimentará una profunda alteración en sus porcentajes, ya que en el periodo de 2008 a 2012 va a conseguir que el paulatino acercamiento al PSOE se materialice en una superación en intención directa en los tres ámbitos, especialmente en las ciudades medias y urbanas, que es donde más de debilitará el voto socialista. Por último, en el periodo que va de 2014 a la actualidad se producirá la entrada en liza de las nuevas formaciones políticas, Podemos y Ciudadanos, así como el doble castigo a los partidos tradicionales. De nuevo, el comportamiento diferencial es un hecho, remarcando las diferencias rural-urbano y exponiendo un carácter eminentemente urbano en el votante de estas nuevas formaciones. 

Gráfico 5.- Análisis de correspondencias entre tipo de hábitat e intención de voto en elecciones autonómicasFuente: Elaboración propia según datos del Egopa de invierno de 2018.

A modo de conclusión, podemos afirmar que los profundos cambios acaecidos en la estructura productiva de Andalucía se han traducido en importantes transformaciones de los espacios poblacionales de esta comunidad, cambios que a su vez han alterado las características de los votantes, así como los lazos de adscripción partidista en un proceso paulatino de debilitamiento de los componentes del voto de clase. Éstos eran los que más diferencias marcaban en la sociedad de esta comunidad y que se traducían en la preeminencia del PSOE en todos los estratos poblacionales, a la vez que un fortalecimiento de los anclajes de voto en los ámbitos rurales. El desarrollo y transformación de Andalucía ha producido una alteración de estos equilibrios, a la vez que el periodo de crisis económica ha terminado desdibujando muchas de las diferencias rural-urbano en las formaciones tradicionales, que si bien mantienen diferencias a su favor en el hábitat rural (PSOE) y urbano (PP), han visto cómo se han deteriorado sensiblemente sus apoyos en el periodo que se inicia en 2012 y que llega a las próximas elecciones del domingo. Ello ha estado ligado a la consolidación de nuevos espacios poblacionales 'peri-urbanos' (areas metropolitanas) o de zonas costeras de influencia urbana, frente a comportamientos de sectores electorales tradicionales ubicados hoy en día en las zonas de montaña e interior y con menores índices relativos de desarrollo económico. Por último, tanto Podemos como especialmente Ciudadanos, van a compartir una importante carga metropolitana en sus apoyos electorales, fruto de una erosión en el voto de los partidos tradicionales que se ha producido en aquellos espacios donde menos afianzadas se encontraban sus lealtades partidistas. 
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