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¿Tiene Vox espacio en la competición política española?

Luis Cornago

28 de Noviembre de 2018, 22:15

En los últimos años, ha sido recurrente la cuestión de por qué en España no termina de triunfar un partido (populista) de extrema derecha. Nuestro país ha sufrido en la última década una grave crisis económica que trajo consigo elevadas tasas de desempleo y una crisis política de alto voltaje. A su vez, la población nacida fuera de España pasó del 3,8% en el año 2000 al 12,3% en 2010, un aumento considerable en un corto periodo. A pesar de ello, y una vez la preocupación acerca de la inmigración alcanzó su pico más alto en 2007 (el 33% de los españoles declararon entonces al Centro de Investigaciones Sociológicas que la inmigración era uno de los principales problemas de España), esta cuestión fue perdiendo relevancia. Este verano, después de una serie de llegadas de inmigrantes particularmente mediáticas, la inmigración volvió a adquirir protagonismo en el debate público. En septiembre, el 15,6% de los españoles la situaba como uno de los principales problemas del país, un aumento significativo comparado con el 3,5% de junio (en el último CIS de octubre, este porcentaje cae al 9,5%). Al mismo tiempo, después de un acto del partido Vox en Vistalegre con más de 9.000 simpatizantes, se ha vuelto a debatir sobre la posibilidad de que un partido de este tipo triunfe en España. La irrupción de Vox, con un discurso muy crítico frente a la inmigración y una idea esencialista de España, es también una reacción al procés en Cataluña de una parte del electorado del PP que cree necesaria más mano dura. Según el modelo de predicción electoral de 'El País', Vox tendría un 50% de probabilidad de lograr escaños en Andalucía, y un 25% de que sean dos o más.

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Más allá de que este partido logre o no algún escaño este domingo en Andalucía (o en las elecciones al Parlamento Europeo de mayo de 2019), es pertinente preguntarse sobre la viabilidad electoral a largo plazo de una propuesta de este tipo en España. En este artículo trato de añadir una visión alternativa y/o complementaria a explicaciones previasprestando atención a las dos dimensiones principales de la competición partidista y a cómo la forma en que éstas se relacionan genera ventanas de oportunidad distintas para nuevos partidos políticos en países diferentes. Una forma habitual de visualizar la competición política en Europa es con dos ejes perpendiculares. El eje horizontal suele corresponder al conflicto económico, como las preferencias acerca del gasto social o los impuestos; el eje vertical, en cambio, se refiere a cuestiones culturales como las actitudes hacia los inmigrantes, la integración europea o el orden y la seguridad; aunque, como apuntan Häusermann y Kriesi, aquéllas incluyen cada vez más otro tipo de temas, como el merecimiento de las ayudas sociales. Por ejemplo, estos gráficos de Ignacio Molina muestran con datos de la Chapel Hill Expert Survey (CHES) cómo se posicionan los distintos partidos tanto en la dimensión económica como en la cultural, a la que la CHES se refiere como GAL-TAN (Green-Alternative-Libertarian y Traditional-Authoritarian-Nationalist) en una escala del 0 al 10. Aunque estas dimensiones estructuran en mayor o menor medida la competición política en la mayoría de países europeos, ambas no se relacionan de igual manera entre sí en todos los países. La estructura de la competición política y la emergencia de nuevos partidos Un trabajo reciente de los investigadores Jonathan PolkJan Rovny (incluido dentro de un interesantísimo libro editado por Manow, Palier y Schwander) muestra que el mayor contraste entre países se observa al comparar los escandinavos con los del sur de Europa. Mientras en los primeros las cuestiones económicas y las culturales apenas están correlacionadas –ambas dimensiones  son verdaderamente ortogonales entre sí y, por tanto, independientes–, en los segundos ambas están íntimamente relacionadas, lo cual sugiere que la competición política es más unidimensional. Un ejemplo de esta dinámica lo encontramos en el Gráfico 1 con el caso de Dinamarca y España. Por un lado, en nuestro país el hecho de que un partido esté posicionado más a la derecha (o a la izquierda) en la dimensión económica implica que también sea más conservador (o progresista) en las cuestiones culturales. En el caso danés, en cambio, hay partidos muy conservadores en la dimensión cultural y cercanos a la izquierda en la económica (como el Danish People's Party, la derecha populista; DF en el gráfico), así como partidos a la derecha en lo económico y progresistas en lo cultural (como la Alianza Liberal, LA en el gráfico). Es precisamente el hecho de que ambas dimensiones existan de forma relativamente independiente en Escandinavia lo que permite que esta combinación programática sea posible.   Otro elemento llamativo del Gráfico 1 es que los socialdemócratas daneses (SD en el gráfico) y Venstre, el principal partido de centro derecha danés (V en el gráfico), tienen una puntuación muy similar en la dimensión cultural. Así sucede también en Finlandia y en Suecia al comparar a los socialdemócratas con los conservadores en el eje cultural (ver Gráfico 2). Esto contrasta con el caso de España, donde al PSOE y al PP les separan casi cuatro puntos en esta dimensión. La parte más interesante del artículo de Polk y Rovny sugiere que el tipo de oferta programática de los distintos partidos anti-establishment que han ido emergiendo en las últimas décadas, con especial éxito en los últimos años, depende principalmente de la estructura de la competición política tradicional propia del país en concreto; es decir, qué dimensión es la predominante en el voto a los partidos mainstream y cómo se posicionan en ambas dimensiones.

Gráfico 1Fuente: Polk y Rovny (2018).

Gráfico 2Fuente: Polk y Rovny (2018). Los partidos populistas dominantes están marcados con un rombo. La línea de competencia representa a los partidos 'mainstream'.

Por ejemplo, en el caso de Suecia, donde las cuestiones redistributivas han estructurado tradicionalmente la competición política y los partidos mainstream han tendido a converger en la dimensión cultural, el partido de los Demócratas Suecos (la derecha populista) ha crecido principalmente a base de politizar las cuestiones culturales como la inmigración y del debate sobre la seguridad. En cambio, en el caso de España, donde ambas dimensiones se encuentran solapadas, un partido anti-establishment exitoso debía combinar una posición escorada tanto en la dimensión cultural –defendiendo valores post-materialistas y con una actitud positiva hacia la inmigración– como en la económica. Eso es lo que hizo precisamente Podemos, que según los datos del CHES se sitúa en ambas dimensiones en una posición más extrema que el PSOE. Además, en el caso de los países del sur de Europa, especialmente afectados por la crisis económica, partidos como Podemos o Syriza utilizaron exitosamente un discurso duro contra la austeridad y la corrupción. La unidimensionalidad de la competición política en España como límite al crecimiento de Vox De hecho, en España diferentes estudios (como éste de Guillem Vidalapuntan a que el conflicto izquierda-derecha ha resultado ser especialmente resiliente entre los votantes y que, a pesar de la emergencia de nuevos partidos, el conflicto político parece seguir concentrándose en torno a única dimensión (dentro de esta super-dimensión se incluyen también el conflicto territorial).  El caso de Ciudadanos, que según la encuesta del CHES ha pasado de ser de 3,22 en 2014 a 5,5 en 2017 en la dimensión cultural (ver gráficos 3 y 4) es un ejemplo de lo difícil que es para un partido político en España combinar a largo plazo posiciones independientes en ambas dimensiones.

Gráfico 3

Gráfico 4

A día de hoy, las propuestas de Vox se sitúan en la extrema derecha en la dimensión cultural en aspectos como la inmigración, la seguridad o la ilegalización de "partidos, asociaciones y ONG que busquen acabar con la unidad de España". Las cuestiones económicas ocupan un espacio menos prominente en su discurso, algo habitual en este tipo de partidos, aunque su propuesta de bajadas de impuestos dejan entrever una visión económica clásicamente liberal (aunque ya han recibido críticas desde ese sector). Esto les distingue de partidos como los True Finns en Finlandia o el Danish People’s Party en Dinamarca, de carácter más estatista y favorables al gasto social. Asimismo, su centralismo territorial les diferencia de la Liga Norte en Italia o el Vlaams Belang en Bélgica. Dado que ya existen dos partidos estatales que cubren el espectro liberal de la dimensión económica, una opción para Vox sería abrazar el chovinismo del bienestar, defendiendo un aumento del gasto y las prestaciones sociales a las que no accederían las personas inmigrantes. Ello desplazaría al partido hacia la izquierda en la cuestión redistributiva como estrategia para formar una coalición exitosa de clases populares (cuyo voto parecen buscar a conciencia) y unas clases medias provenientes mayoritariamente del PP y quizás más movilizadas por el conflicto catalán.  Sin embargo, dada la unidimensionalidad del espacio político en España y la resiliencia de la brecha izquierda-derecha, las posibilidades de éxito de esta estrategia son muy reducidas, más aún teniendo su escasa fuerza electoral a día de hoy. En definitiva, según esta lógica, las posibilidades de Vox en el panorama político actual son limitadas. En cambio, el ruido mediático y algún que otro éxito electoral menor amenazan con contaminar la discusión pública y radicalizar las posiciones del resto de actores.
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