3 de Diciembre de 2018, 22:22
Comparación de la composición del Parlamento andaluz en 2008 y en 2018Fuente: El País.
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Hace un par de meses, Borga Barragué publicaba en Agenda Pública una certera explicación del ascenso de Vox. El texto argumentaba que el potencial crecimiento de este partido se asentaba en una reacción nativista contra la evolución de la sociedad y sus valores, muy ligada a cambios demográficos (inmigración, aumento de la diversidad) y de valores (apertura sexual), a la pérdida de poder por parte de estamentos religiosos y, en el caso español, el procés. Estas tesis se contrapone a la idea económica (los ya famosos perdedores de la globalización) como explicación del apoyo a partidos populistas. Estas ideas, sin embargo, pecan de cierto cortoplacismo y responden a un fenómeno actual (el auge populista) más que a una transformación a largo plazo. Esta transformación se ha articulado en tres elementos; cambio tecnológico, la adaptación a la nueva economía y la globalización, y han provocado que el reparto de espacios políticos esté de nuevo abierto. El triunfo de Vox en Andalucia se debe entender como un éxito por ocupar un espacio político (la extrema derecha nativista) en disputa, pero que no tenía un claro inquilino. El primer factor a tener en cuenta es la tecnologización de nuestras vidas. De la misma manera que la tecnología ha cambiado cómo nos relacionamos con nuestro banco, cómo compramos o incluso cómo mantenemos relaciones sociales, también lo ha hecho con la política. Ha fragmentado la sociedad en grupos más reducidos. Gracias a internet, las ideas menos dominantes han encontrado que, aunque puedan ser minoría, no están solas. Esto ha significado un increíble ascenso de hobbies minoritarios (es más fácil encontrar a alguien que le guste el aeromodelismo de los años 20) y de las ideas política menos mainstream. Hace 20 años era difícil aglutinar a un 1% de la población alrededor de una idea, ya que no había manera de crear una comunicación directa con ellos. Hoy en día Facebook, Twitter y demás herramientas permiten que eso sea posible. Al mismo tiempo, esto provoca que los grandes partidos, que buscan juntar a grandes masas de población bajo sus siglas, sufran el efecto contrario. Difícilmente un partido puede aunar las ideas de varios grupos de unos-por-ciento con diversas ideas. Éstos, sabedores de su valor electoral, tienen una capacidad de presión significativa y hacen que los grandes partidos tengan que rebajar sus pretensiones y conformarse con ser la fuerza más votada de entre los posibles aliados para un Gobierno. El segundo elemento que ha sacado a subasta electoral los espacios políticos es la economía. Sin entrar a analizar los cambios que la crisis de 2008 ha provocado, una idea parece clara: pocos partidos han entendido el nuevo escenario económico, o al menos pocos partidos ofrecen a la población una lectura económica moderna. El consenso relativo que surgió a raíz del éxito electoral (fugaz, por otra parte) de las tesis de Blair y la tercera vía de Clinton, Schröder o Guterres se vio defenestrado por la realidad de la crisis de 2008. Tras la comprensible zozobra post-crisis, pocos partidos tradicionales han cambiado sustancialmente su posicionamiento económico, y ello a pesar de ver el éxito de aquéllos que sí lo han hecho (como, por ejemplo, el Labour en el Reino Unido o partes del Partido Demócrata en EE.UU.). Esto de nuevo ha abierto un espacio para nuevas ideas, nuevos partidos y nuevas visiones económicas. Algunos ejemplos son relativamente convencionales, como las propuestas de Labour en el Reino Unido o de los socialistas suecos; otras se salen de la convencionalidad, como el nacionalismo económico de la Administración Trump, la mezcla de neo-liberalismo y estatismo de la Lega o el ultra-liberalismo económico de Bolsonaro. Este reposicionamiento ideológico ha dejado obsoleto la clásica disyuntiva más/menos estado de finales del siglo pasado, abriendo de nuevo el debate y, por tanto, obligando a los partidos a luchar otra vez por los nuevos espacios. Por último, la globalización está creando un mundo más diverso, más comunicado y más movible. También ha significado una cierta homogenización cultural global. A día de hoy, las experiencias vitales del día a día son sorprendentemente parecidas para un habitante de Shanghái, de Sídney, de París o de Lima. En gran medida, vemos las mismas series, escuchamos la misma música, leemos los mismos libros y seguimos a los mismos influencers en Instagram. Esta suerte de armonización cultural y de valores ha provocado una contrarreacción entre los que Barragué acertadamente identificaba como 'perdedores del cosmopolitismo'. De nuevo, esta tensión ha forzado a los partidos a reposicionarse y a ofrecer un discurso a sus potenciales votantes que ofrezca respuestas a dicha tensión. Estos tres factores unidos han hecho que el tablero político haya cambiado completamente en España, pero también en muchos otros países del mundo. En Reino Unido y Estados Unidos, por ejemplo, donde el sistema electoral casi imposibilita un reparto de poder entre más partidos, estos tres factores han abierto luchas fratricidas en su interior para definir sus líneas maestras. Ante la imposibilidad de unir a todo el sector progresista o conservador, tanto los demócratas, como los Labour, como los conservadores y los republicanos están sufriendo internamente una lucha de ideas. Asimismo, en los contextos donde el sistema electoral favorece la aparición de nuevos partidos vemos una clara fragmentación. La España bipartidista se ha convertido en la España multipartidista, parecida a Holanda o Bélgica. Países como Alemania, Italia o Suecia son casi ingobernables. Y es aquí donde se puede entender el ascenso de Vox (o de Pacma). La fragmentación política ha creado nuevos espacios a ocupar por diferentes partidos. El PP ha perdido su dominación de la derecha y su lucha ahora es mantenerse por encima de Ciudadanos y evitar una fuga de votos a Vox. El PSOE ve cómo Podemos le ha robado un sector del electorado y se debate entre la lógica de la cercanía para gobernar con ellos y la de la distancia para evitar un sorpasso. Sin embargo, el ascenso de Vox, que genera una terna conservadora en España, posiblemente no será el último elemento de fragmentación del sistema de partidos. El actual e intenso debate en la izquierda española puede estar creando un espacio para la aparición de un tercer partido, lo que formaría un arco parlamentario con seis formaciones a los que sumar de una manera u otra las de ámbito regional. Pero más adelante, se pueden dar incluso ejemplos de partidos que ya tienen representación parlamentaria en otros países. El animalista Pacma podría entrar en el Parlamento en 2020, pero ¿se imaginan un partido agrario en España? Lituania ya lo tiene, y forma parte del Gobierno. ¿Y un partido de pensionistas? Holanda tiene uno con cuatro escaños. ¿Y un partido de inmigrantes? También Holanda tiene uno, con dos escaños. ¿Y uno feminista? El Parlamento Europeo tiene una representante del sueco (Feministiskt initiativ). De lo que no cabe duda es de que la nueva política fragmentada está aquí para quedarse en España y en Europa, y que las noches electorales donde por la mañana ya se sabía quién ostentaría la Presidencia del país serán algo del pasado.