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Esta hipótesis, si se confirma, plantea una cierta paradoja. Por un lado, las teorías sobre el desarrollo económico y la democracia nos dicen que unas clases medias fuertes son esenciales para mantener la democracia; por otro lado, sabemos que bajo ciertas condiciones las clases medias pueden alinearse con los más ricos en apoyo de opciones regresivas que pueden poner a aquélla en riesgo. El propósito de este post es discutir el papel de las clases medias en el mantenimiento de la democracia al hilo de estas dos tesis y de lo ocurrido en Brasil. La tesis del desarrollo económico se basa en el vínculo entre el nivel de ingreso medio en una sociedad y la probabilidad de mantenimiento de la democracia. El referente de esta tesis es Adam Przeworski, profesor en la Universidad de Nueva York. Según sus investigaciones, en países con un ingreso per cápita inferior a los 1.000 dólares la esperanza de vida de una democracia es de aproximadamente 12 años; mientras que en países donde el promedio supera los 6,000 dólares (no ajustados a la inflación), la democracia puede sobrevivir contra viento y marea (aquí). El vínculo entre el ingreso y las democracias estables es, en cierto modo, intuitivo. Para Przeworki, se basa en que a niveles elevados de renta per cápita, ningún grupo tendrá incentivos para asumir los costes de subvertir la democracia, ya que tendrá mucho que perder (aquí). Otras perspectivas destacan igualmente el papel de las clases medias en la construcción de los estados de Bienestar modernos de los que goza un bueno número de democracias actuales. La base de éstos descansa en un contrato económico entre la gran mayoría de ciudadanos (incluidas las clases medias) que aceptan pagar impuestos y un Gobierno que, a cambio, protege la seguridad y el bienestar de la nación al proporcionar bienes públicos como educación, salud, seguridad social, infraestructura y seguridad nacional (aquí). Desde esta perspectiva, cualquier desafío económico que amenace a la clase media pone este contrato (y en última instancia la democracia) en peligro. Esta tesis, a la que estudios recientes se refieren como el "consenso de las clases medias", encuentra apoyo empírico en diversos trabajos que muestran que el tamaño de las clases medias y una alta participación de ellas en el ingreso está positivamente asociada con una mayor democracia, además de con muchos otros resultados positivos como el crecimiento económico, más ingresos, más educación, mejor salud, y menos inestabilidad política (aquí y aquí). Sin embargo, como muestran muchos ejemplos históricos y ahora el caso de Brasil, bajo ciertas condiciones las clases medias pueden desviarse de sus preferencias distributivas para alinearse con las políticas regresivas de los más ricos, poniendo en riesgo no sólo los niveles de distribución, sino también la democracia. La combinación de ciertos factores económicos y políticos podría dar lugar a un giro político de ciudadanos de clase media hacia posiciones de partidos de derecha, aunque éstos propugnen políticas de recortes de derechos civiles y políticos. Un factor económico crucial es que se dé un 'shock' (o crisis) económica que afecte en mayor medida a los más pobres y, en consecuencia, aumente la distancia entre las preferencias distributivas de aquéllos y las de las clases medias. Estas nuevas condiciones cambian la estructura de preferencias por la redistribución: las demandas de los pobres se intensifican y se alejan de los niveles que prefieren las clases medias. Sin embargo, estas condiciones económicas no tienen por qué traducirse automáticamente en un apoyo generalizado de las clases medias a los partidos de derecha. Es necesario que se den, además, varias condiciones políticas. En primer lugar, un sistema de partidos que se haga eco de este aumento de la distancia en las posiciones distributivas de los grupos y, por tanto, de la polarización política en torno a estas cuestiones. Un ejemplo sería la aparición de opciones de izquierda radical, sea a través de la emergencia de partidos nuevos o de la radicalización de los partidos socialdemócratas que representan las preferencias distributivas de los segmentos más pobres y castigados por la crisis. En segundo lugar, un sistema político con leyes electorales que, para formar gobiernos, no requiera de acuerdos entre los distintos partidos. Como proponen Iversen y Soskice 2006 (aquí), en un sistema proporcional los gobiernos suelen ser de coalición en los que forman parte el partido de centro-izquierda (que representan los intereses de las clases medias). Aquí, las clases medias pueden seguir dando su apoyo a opciones moderadas de izquierda que representan más fielmente sus preferencias porque anticipan que estos partidos formarán parte del gobierno y, por tanto, influirán en sus políticas de redistribución. Sin embargo, en los sistemas mayoritarios, donde suelen competir electoralmente dos partidos, uno a la izquierda y otro a la derecha, las clases medias suelen optar con mayor probabilidad por el partido de la derecha. Como el Gobierno lo forma en solitario el partido más votado, las clases medias no van a poder influir directamente en las políticas de redistribución que vaya a poner en práctica a través de su partido de centro-izquierda. En este caso, se verán forzadas a escoger entre dos alternativas partidistas que pudieran desviarse de sus preferencias políticas. Iversen y Soskice sostienen que, ante posibles desviaciones por parte de los partidos de izquierdas con preferencias cada vez más radicales de redistribución, las clases medias van a optar por partidos de derechas que se desvían de sus preferencias también, pero hacia menos redistribución. Una implicación de este argumento es que a mayor radicalización de las demandas de los partidos de izquierda, mayor propensión de las clases medias a votar a partidos de derecha incluso si éstos se radicalizan en otras dimensiones políticas relacionadas con los derechos civiles o políticos. Estas condiciones se han dado en Brasil de una forma u otra. Entre 2015 y 2016, la economía sufrió la peor recesión de su historia, con una contracción del PIB cercana al 8% (aquí). Aunque no disponemos de datos sobre preferencias redistributivas de las clases, tanto la aparición de nuevos pobres (aquí) como la amenaza real para amplios sectores que salieron de la pobreza entre 2003 y 2011 de volver a caer en ella han fidelizado el apoyo de estos sectores al PT (aquí). Al mismo tiempo, el candidato de este partido se presentaba a estas elecciones con un paquete de reformas (bancarias, fiscales) para sostener una política de gasto público expansiva con el fin de favorecer a los más perjudicados por la crisis. Finalmente, el carácter mayoritario del sistema de elección presidencial, al no garantizar la influencia de las clases medias en las políticas del Gobierno, ha podido forzarlas a preferir una alianza con la extrema derecha antes que con un PT apoyado por los sectores más perjudicados por la crisis. Del caso de Brasil no se desprende que todas las democracias consolidadas corran los mismos riesgos dadas estas condiciones. Es probable que en sociedades menos polarizadas en términos de clase y étnicos (con un más sólido consenso de las clases medias), sean menores los riesgos para la democracia. Sin embargo, es sintomático de lo mal que andan las cosas que estemos discutiendo qué lecciones pueden extraerse del caso de Brasil para las condiciones de durabilidad de nuestras democracias.