Las últimas elecciones federales de Alemania, celebradas en septiembre de 2017, dieron lugar al
Bundestag más
fragmentado desde la Segunda Guerra Mundial, sólo superado por las cuatro elecciones celebradas entre 1920 y 1930 en la República de Weimar. Esta atomización de la escena política se explica por el regreso al Parlamento de los liberales del Partido Democrático Libre (FDP), que no lograron superar la barrera del 5% a nivel nacional en los comicios de 2013; así como por la irrupción, por vez primera, del ultraderechista Alternativa por Alemania (AfD). Ambos partidos pasaron de no tener representación en 2013 a obtener, respectivamente, 80 y 94 escaños en 2017.
También contribuyó al aumento de la fragmentación la ligera subida en votos y escaños de La Izquierda (
Die Linke) y de Alianza 90/Los Verdes (
Bündnis 90/Die Grünen). La otra cara de la moneda estuvo representada por las cuantiosas pérdidas de los grandes partidos tradicionales sobre los que se ha sustentado el sistema de partidos alemán: la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y sus socios bávaros de la Unión Social Cristiana (CSU), así como el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD).
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Si en 2013 el número efectivo de partidos a nivel electoral (un índice que tiene en cuenta tanto su número como su peso en votos) era de 4,8 y el de partidos a nivel parlamentario (ponderando el número de partidos en la Cámara Baja con su peso en escaños) de 3,5, en 2017 estos índices se dispararon al 6,2 y 5,6, respectivamente. Además, el que mide el intercambio de apoyos partidistas entre una elección y otra, conocido como volatilidad electoral, pasó de promediar el 6% entre las elecciones de 1949 y 2013 a alcanzar un sorprendente 25,4% en los recientes comicios federales de 2017. Es decir, se multiplicó por cuatro.

Con estos mimbres, la formación de Gobierno se convirtió en un auténtico rompecabezas, en la medida en que el SPD, que obtuvo su peor resultado electoral desde 1949, había reiterado en varias ocasiones durante la campaña que no repetiría la Gran Coalición con la CDU/CSU, liderada por Angela Merkel. Tras sondear una posible
Coalición Jamaica entre la CDU/CSU, el FDP y Los Verdes (debido a la coincidencia del color de los partidos con los de la bandera del país caribeño), las negociaciones entraron en una situación de bloqueo político, sólo superado tras una trascendental votación en el seno del SPD, en la que finalmente se decidió que los socialdemócratas renovarían la Gran Coalición con los democristianos.
Desde entonces, los dos partidos han continuado experimentando importantes pérdidas de votos en las sucesivas elecciones regionales celebradas, que han ido a parar a opciones políticas que comienzan a amenazar seriamente su hegemonía. En este punto, conviene llamar la atención sobre el hecho de que
la barrera electoral, un mecanismo de 'ingeniería' genuinamente germano para contener la fragmentación, parece haberse quedado obsoleto. En efecto, Alemania fue uno de los primeros países que comenzó a exigir que los partidos alcanzasen un porcentaje mínimo de votos para acceder a los parlamentos, como forma de racionalizar la forma de gobierno parlamentaria.
No en vano, el sistema electoral empleado durante la República de Weimar, de carácter extremadamente proporcional, fue uno de los dispositivos institucionales que, en cierta medida, contribuyeron al colapso del régimen democrático: su elevada proporcionalidad permitió el acceso al Parlamento de opciones extremistas antidemocráticas, una elevada atomización de la representación política y, con ello, la existencia de crisis gubernamentales constantes. Sin embargo,
la barrera del 5% que comparten todos los sistemas electorales de los 'Länder' alemanes ya no parece que pueda contener la entrada de partidos como AfD, que hace tiempo que supera con creces ese umbral de voto.
En
Baviera, segundo
Land más poblado de Alemania y principal motor económico del país, las recientes elecciones del 14 de octubre de 2018 no sólo arrojaron un Parlamento más atomizado (se pasó de cuatro partidos con representación en 2013 a seis en 2018 y, además, con una distribución de escaños más ajustada), sino que supusieron una confirmación empírica de lo que
Peter Mair y
Ferdinand Müller- Rommel habían pronosticado tiempo atrás: el previsible éxito electoral de los partidos verdes y su impacto sobre los sistemas de partidos de los países europeos. Así, en Baviera, mientras los verdes crecieron en casi nueve puntos, hasta el 17,5%, la CSU y el SPD se dejaron algo más de 10 puntos cada uno.
En las elecciones celebradas en Hesse este domingo se ha vuelto a comprobar el potencial verde, pues el partido ecologista ha aumentado de forma significativa su porcentaje de votos. A falta de que se confirmen los resultados, en estas elecciones entraría por primera vez en la Cámara AfD, siendo el de Hesse el único Parlamento que le quedaba por asaltar en los 16
Länder alemanes. Además, AfD supera sobradamente el 10% de los votos, dejando atrás tanto a
Die Linke como al FDP, y se situaría como cuarta fuerza política. Por su parte, tanto la CDU como el SPD perderían en torno a un 10% de sus votos, mostrándose incapaces de taponar la hemorragia de la Gran Coalición. En definitiva, el desplome de los principales partidos probablemente conduzca a un complejo proceso para la formación de Gobierno, que podría saldarse hasta con tres partidos compartiendo coalición.
Así las cosas, todos estos resultados demuestran que no sólo AfD está demostrando habilidad para atraer el voto de los descontentos con los partidos tradicionales, sino que también los Verdes estarían siendo capaces de atraer a este sector de votantes, que es cada vez más numeroso dentro del conjunto del electorado. Algo que también se está comprobado en otros países centroeuropeos como Bélgica, donde en las recientes elecciones municipales los partidos ecologistas, Ecolo y Groen, han exhibido los mayores progresos en las tres regiones del país; o en Luxemburgo, donde en las elecciones legislativas del pasado 14 de octubre han avanzado del 10% al 15% de votos, y se han convertido en el único partido de los tres que formaban la coalición gubernamental que ha logrados cosechar más apoyos respecto a 2013.
Estos escenarios de cambio político y creciente fragmentación, que aumentan las probabilidades que exista inestabilidad gubernamental, han comenzado a ser una
constante en los países europeos tras la gran crisis de 2008. Para algunos
autores,
las transformaciones que están experimentando los sistemas de partidos europeos son consecuencia de la pérdida de importancia de los divisorias socio-políticas tradicionales que estructuraban la competición política y determinaban el voto en Europa (centro-periferia, rural-urbano, religioso y clase social), lo que habría permitido el surgimiento de nuevas escisiones en la sociedad susceptibles de articularse políticamente. Por ejemplo, se dice que los procesos de globalización y des-nacionalización podrían haber generado
ganadores y perdedores. Los
perjudicados se habrían alineado con los partidos radicales, populistas o de extrema derecha, mientras que los beneficiados podrían haber hecho lo propio con los
partidos verdes o la nueva izquierda que hace énfasis en cuestiones post-materialistas.
No sólo la
socialdemocracia está en crisis. Parece más bien que ésta azota al conjunto de partidos que en los últimos años han dominado el panorama político y han desempeñado responsabilidades de gobierno. Sumidos en el descrédito, se muestran ahora incapaces de conectar con nuevos votantes que, por el cambio generacional, difieren en muchos aspectos de sus tradicionales bases electorales.
Así, las recientes elecciones que se celebran en Europa estarían evidenciando que la pérdida de votos de las formaciones tradicionales se acompaña de la aparición de partidos que, sin apenas trayectoria, alcanzan un peso electoral notable. En Francia, el presidente de la República, Emmanuel Macron, logró acceder en 2017 al Palacio del Elíseo con el apoyo de un partido fundado un año antes. En Italia, el Movimiento 5 Estrellas, creado en 2009, fue el partido más votado en las pasadas elecciones de marzo de 2018 y gobierna en coalición con La Lega.
Ahora bien, también se observa el auge de fuerzas políticas que, si hasta ahora desempeñaban un rol secundario en sus respectivos sistemas de partidos, ahora alcanzan cotas de poder sin precedentes, como evidencia el caso de Syriza o la reinventada Lega bajo el liderazgo de Matteo Salvini.
La novedad estribaría en que el cambio no sólo viene de la mano del
populismo sino que, como sucedió a principios de los años 80 en algunos países europeos,
los partidos verdes parecen recobrar un papel relevante en las dinámicas políticas de algunos países. Alemania (pero también Luxemburgo y Bélgica, como apuntamos anteriormente, o Austria, cuyo presidente Van der Bellen pertenece a Los Verdes) volvería estar al frente de esta revolución verde: en Baviera han sido segunda fuerza, con un 17,5% de los votos, y en Hesse están cercanos a superar al SPD.
Aún es pronto para confirmar esta incipiente tendencia, que podría cobrar fuerza en las próximas elecciones parlamentarias de Finlandia y Dinamarca (en 2019), donde la Alianza Roji-Verde y la Liga Verde, respectivamente, podrían seguir la senda que deja Alemania. Y además es probable que se circunscriba a los países donde los partidos verdes se han institucionalizado en las últimas décadas. Con todo, la pregunta parece pertinente: ¿puede estar comenzando a florecer en Europa una alternativa verde frente al descrédito de los
partidos tradicionales y el desafío populista? Si la respuesta fuera que sí, el
aumento de la fragmentación probablemente inyectaría mayores dosis de estrés al funcionamiento de nuestras instituciones y agravaría aún más las actuales dificultades para la formación y mantenimiento de ejecutivos estables. Que se lo pregunten a Angela Merkel.