La hipótesis podría formularse más o menos así: millones de brasileños influidos por una muy eficaz estrategia comunicacional de la ultraderecha en las redes sociales habrían abrazado el autoritarismo. Es el regreso de la teoría de la bala mágica o de la aguja hipodérmica desarrollada por Harold Lasswell durante la Primera Guerra Mundial, que supone que un mensaje tiene el efecto previsto, directo, sobre su destinatario. El pensamiento progresista queda en el lugar del listo que lo ve venir aunque no pueda hacer nada para evitarlo. La ultraderecha inmoral capaz de usar cualquier estrategia en su favor está en posesión de armas de destrucción automática del sentido democrático de las masas.
Esta teoría se ha alimentado en Brasil durante las últimas semanas, con algunos datos y argumentos como el de la compra de servicios de Whatsapp de 'disparo en masa'. Sin embargo, décadas de investigación cuestionan la existencia de receptores pasivos. Demasiado simple para ser creíble; inmovilizante si fuera real. Pero, entonces, ¿qué pasó en el mayor laboratorio mundial de la innovación democrática? ¿Cómo fue que el país más reconocido por sus prácticas participativas de repente se volcó hacia un líder abiertamente anti-democrático? (me salto la lista de adjetivos y ejemplos aberrantes que han circulado intensamente en las últimas semanas [aquí, una biografía publicada por El País]) Los fenómenos complejos no pueden explicarse de forma lineal pero tampoco ignorarse, sobre todo si se quiere hacer algo más que llorar sobre la leche derramada del populismo racista, homófobo y autoritario. Algo como, por ejemplo, generar recomendaciones para que estos movimientos no sigan escalando. Porque no es sólo un problema de Brasil.
[Recibe los análisis de más actualidad en tu correo electrónico o en tu teléfono a través de nuestro canal de Telegram]
Empecemos por lo más comentado:
el flagelo de la corrupción. En sus 13 años de gobierno continuado, el Partido de los Trabajadores (PT) no hizo esfuerzos por cambiar una dinámica política dominada por ella. No sólo no hubo cambios profundos sino que, por dar un ejemplo concreto, los mega-eventos organizados durante el segundo Gobierno de Dilma Roussef fueron el escenario más propicio para el desarrollo de negocios millonarios sin incidencia positiva en la calidad de vida de la ciudadanía. El Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos hicieron mucho ruido, pero cada vez había
menos 'nueces'.
Siguiente cuestión:
la cultura política. La democracia participativa sobre la que tanto se ha escrito en Brasil tuvo globalmente consecuencias mucho menos profundas de las que se anticiparon en el cambio de cultura cívica. La ciudadanía
de a pie tenía poca o ninguna idea del sistema de representación indirecta (especialmente, consejos y conferencias de políticas públicas) canalizado a través de las organizaciones. Así, los mecanismos introducidos no fueron lo suficientemente poderosos para empoderar a los ciudadanos, mientras generaron divisiones entre las organizaciones que entraban a participar y las que no adherían. El argumento contra los planes sociales como
Bolsa de familia o
Mi casa, mi vida sostiene que la clase media mantiene la estructura clientelar que permite al PT perpetuarse en el poder ("castrismo bolivariano") sin recibir ningún beneficio del Estado. A lo dicho se suma la ausencia de políticas de memoria histórica. A diferencia de lo ocurrido en Argentina (e incluso más recientemente, y con cierta polémica, en
Chile),
no hay en Brasil una revisión crítica de los graves ataques a los derechos humanos cometidos durante la dictadura que permita consolidar el reconocimiento y defensa de estos derechos.
Asumiendo que afrontó limitaciones, le toca al PT hacer una autocrítica seria y profunda de las deudas pendientes y los errores cometidos. Sobre el escenario de crisis política y económica y distanciamiento entre sectores sociales se inscribe una cuestión, aún poco explorada, en la que se combinan
la expansión de las iglesias evangelistas y las nuevas formas de producción, circulación y consumo de información en las redes sociales. En 2016 Marcelo Crivella, obispo de la Iglesia Universal del Reino de Dios, fue elegido alcalde nada menos que de Río de Janeiro. No fue excepcional ni anecdótico, reflejaba el crecimiento de la influencia política del evangelismo, abocado tanto a competir por cargos como a influir directamente en los partidos políticos. En ese año, se estimaba en 250 el número de pastores y obispos evangélicos que se postularon a alcaldías o a concejos municipales,
un 25% más que en las elecciones anteriores. En un sistema entregado al cálculo electoral muy por encima de cualquier principio programático, quienes aspiraban a obtener un puesto en el Gobierno dejaron de hablar públicamente a favor del matrimonio de parejas del mismo sexo o del aborto. Esto propició un
acentuado corrimiento hacia posiciones conservadoras y hacia la intolerancia.
Hasta ahí un escenario de riesgo. Pero
¿cómo la frustración de millones de personas fue reconvertida en odio? En su análisis de las protestas pro y anti Dilma Rousseff iniciadas en 2013 (publicadas en un capítulo del libro
'Mi meme te odia'), Gisela Zaremberg sostiene que el giro a la derecha fue impulsado por una nueva forma de articulación social liderada por movimientos como
Revoltados on line,
Movimiento Brasil Livre y
Ven pra Rua, que mostraron una agilidad inusitada para
acoplar ciudadanos insatisfechos por medio de las redes sociales. Zaremberg encuentra que, para estos movimientos, "el PT debía ser castigado no tanto, o no sólo, por sus actos de corrupción, sino por su proyecto catalogado como comunista y bolivariano, que supuestamente atentaba contra la democracia y la nación". Sólo así puede explicarse que uno de los principales acusados de corrupción, el presidente de la Cámara de Diputados,
Eduardo Cunha, se convirtiese en el abanderado de la lucha contra
el PT.
A partir de ahí comienza a abrirse la caja de Pandora. Zaremberg analiza el perfil de los manifestantes en las marchas a favor y en contra de Rousseff del 13 y 15 de abril de 2015, antesala del
impeachment. Encuentra, por ejemplo, que
más que el nivel de ingresos (donde hay diferencias, pero no son pronunciadas), lo que aumentaba las probabilidades de rechazar a la ex presidenta era auto-identificarse como de raza blanca y tener Facebook. Uno de los datos más sorprendentes de su estudio proviene de las opuestas fuentes de comunicación y redes de participación política de estos dos grupos. Quienes se manifestaron a favor del Gobierno se movilizaron mayoritariamente convocados por sus grupos afines y declararon pertenecer a sindicatos (27%), movimientos sociales (24%), partidos políticos (24%), asociaciones de barrio (11%), gremios, centros académicos, agrupaciones estudiantiles (6%) y grupos religiosos (10%). Por su parte, en las marchas de oposición al Gobierno los manifestantes declararon haberse enterado por los mensajes genéricos en redes sociales y no reportaron prácticamente ningún tipo de afiliación. Para los primeros, los medios de comunicación tradicionales seguían siendo los más poderosos; para los segundos, lo eran las redes sociales.
Como si no hubiera filtros, Jair Bolsonaro fue capaz de presentarse como un austero
outsider en contraposición a los corruptos políticos. Bolsonaro forma parte del Partido Social Liberal, al que se afilió en 2016. Pero antes había sido diputado durante 11 años por el Partido Progresista. Más aún,
el abanderado de la lucha contra la corrupción ha estado afiliado durante 27 años al partido que más cuadros procesados tiene en la 'operación Lava Jato'; como si en España un
outsider decidido a luchar contra la corrupción viniera del Partido Popular.
Su salto a la fama se produjo cuando votó por el
impeachment de Rousseff y dedicó su voto al militar que la torturó. Pero la gran ventana de oportunidad para canalizar esa base de rechazo al PT no se la abrió ni su carisma ni la apertura de los medios de comunicación tradicionales, o el aparato de un partido desplegado en el territorio. Encarcelado el ex presidente Lula da Silva,
el ataque de un demente tuvo un efecto inmediato, potenciando su estrategia en las redes y haciendo subir sus apoyos.
Su pensamiento ha virado poco en el ámbito de los valores, ya que lleva años defendiendo la dictadura y las soluciones autoritarias,
incitando a la violencia (alguna vez declaró que la solución para el país era
desaparecer a 30.000 personas, incluyendo al ex presidente Fernando Cardoso), el racismo y la homofobia.
Sí ha virado en su percepción del Estado, pasando de una visión estatista a otra 'privatista'. Su modelo es Donald Trump, y el líder del
Ku Klux Klan se reconoce en su pensamiento. Su apoyo crece entre los votantes de ingresos medios en relación a los de ingresos bajos, y entre los más escolarizados.
La lucha contra la corrupción y el
moralismo son sus banderas.
La campaña es una muestra compacta de cómo se produce, circula y reproduce la desinformación. Que sea efectiva muestra las consecuencias del descuido de la educación y de los espacios de formación de la opinión pública. Los votantes no son tontos, pero están enfadados, y la ira es mala consejera. En las redes sociales, como han mostrado Natalia Aruguete y Ernesto Calvo en sus análisis de Twitter, la polarización se traduce en el armado de comunidades que generan un efecto
'cámara de eco'. La información generada vuelve como un espejo y refuerza las preferencias, porque sólo existe aquello con lo que los usuarios se identifican. Una llamada a gritos a pensar y planificar de forma responsable el rol de la comunicación (y la deliberación) en las democracias contemporáneas.
Y mientras tanto, en un lugar lejano,
las élites políticas. A diferencia de lo que ha ocurrido en Francia cada vez que el Frente Nacional amaga con llegar al poder, no ha habido un alineamiento de las fuerzas democráticas en Brasil. Muchos políticos influyentes, como el mismo ex presidente Cardoso (al que Bolsonaro sugería
desaparecer años atrás),
han decidido permanecer al margen. El economista Paulo Guedes, asesor de Bolsonaro, es apoyado por los grandes intereses económicos. De ahí
la indiferencia de las élites. ¿Exageración de unos o ceguera de otros? Bolsonaro ganó. En el ámbito de los derechos humanos, las consecuencias de su triunfo son temibles. También se pueden anticipar enormes riesgos en los ámbitos político, social y ambiental. Puede que las volátiles clases medias que hoy lo apoyan descubran pronto que políticas fuertemente orientadas a la apertura del mercado empeoran sus condiciones de vida. Si su popularidad cae, la salida puede ser democrática, siempre que no se refuerce el poder de los militares.
El autoritarismo está golpeando la puerta de una de las mayores democracias del mundo.