25 de Octubre de 2018, 13:52
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En Alemania, es perceptible el agotamiento político de la CDU de Angela Merkel, que está al final de su ciclo. De un lado, CSU (que acaba de obtener un mediocre resultado electoral en Baviera) no ha dejado de presionar para abrazar tesis más derechistas en los tres ámbitos mencionados; y de otro, AfD está en pleno ascenso (no puede ignorarse que lidera la oposición federal como tercer partido frente a un Gobierno de coalición ya desgastado). En Austria, la situación es mucho peor puesto que los ultras del FPÖ ya están en el Gobierno federal de Sebastian Kurz, de ahí que la derecha moderada de la ÖVP se haya plegado a su discurso restrictivo de la inmigración y receloso de la integración europea. El caso de España presenta algunas singularidades, pues el debate se polariza ahora no tanto en la cuestión migratoria o la integración europea cuanto en la confrontación con el independentismo catalán. En este sentido, se ha abierto una intensa competencia entre el PP y Ciudadanos (C's) por hacerse con el grueso del electorado conservador españolista. En su momento, Rafael Hernando alertó a sus votantes sobre la escasa fiabilidad de C's dado su origen socialista [sic], que no representaría a la verdadera derecha que, indudablemente, siempre ha encarnado el PP. Estos dos partidos están atizando ahora el nacionalismo español y defendiendo opciones re-centralizadoras de modo cada vez menos moderado (los dos son favorables a aplicar el artículo 155 de la Constitución de modo preventivo, un sinsentido jurídico y político). En cuestiones de endurecimiento punitivo, el PP sí respondió a su tradicional ideario ultraconservador al aprobar la infortunada ley mordaza que C's no comparte, pero cuya derogación ya no le parece tan prioritaria. La irrupción de Vox como opción clara de derecha radical (además de su unitarismo españolista, preconiza nada menos que suprimir el Estado autonómico, derogar las leyes sobre violencia de género o de la memoria histórica) puede acabar introduciendo en la agenda la cuestión migratoria, toda vez que ahora España está siendo puerta de entrada significativa al respecto. En Francia, la derecha moderada se ha visto desplazada por el ecléctico centrismo de Emmanuel Macron, pero no puede ignorarse la fuerza de la ultra Marine Le Pen y su partido, RN. Les Republicains de Laurent Wauquiez, están asumiendo buena parte del discurso de la extrema derecha en materia migratoria, orden público o rechazo a legalizar la inseminación artificial de mujeres solas o lesbianas. Desde ningún punto de vista puede calificarse de moderado al Gobierno húngaro de Viktor Orbán y su partido (Fidesz), salvo por el hecho de que forma parte del PPE. Se trata de un partido abiertamente reaccionario, promotor de una infausta "democracia iliberal" (un oxímoron), rotundamente chauvinista (y cada vez más euroescéptico) y xenófobo (rechaza acoger a un solo refugiado en su país). A estas alturas resulta incomprensible que el PPE le siga admitiendo en sus filas, pese a que muchos de sus miembros reprobaron a Orbán en el Parlamento Europeo. En Italia, la Lega de Matteo Salvini no sólo ha anulado al insustancial presidente del Gobierno Giuseppe Conte (con eso contaban desde el principio los dos partidos coaligados), sino también al M5S, que fue el más votado. Es Salvini el que está imponiendo su agenda xenófoba y eurófoba y lo que queda de la derecha moderada (FI, de Silvio Berlusconi, aunque es difícil aplicarle este término) está prácticamente desaparecida y, por lo demás, también ha expresado reservas en cuestiones migratorias y de integración europea. Por lo que hace a Polonia, el PO es incapaz de hacer una eficaz competencia a un partido en el Gobierno tan reaccionario como el PiS de Jaroslaw Kaczy?ski que ha dado paso, asimismo, a otra democracia iliberal. El PO, que es europeísta (Donald Tusk preside el Consejo Europeo), tiene miedo de ser acusado de antipatriota por el PiS, de ahí que vaya a remolque de su política. En el caso del Reino Unido, los tories están internamente divididos frente a las tesis de la derecha radical que, si bien como partido está en horas bajas (UKIP se ha quedado sin programa tras el Brexit), su ideario eurófobo y xenófobo ha calado hondo. Con todo, no es nada seguro que endurecer el discurso contra la inmigración, por ejemplo, pueda ser muy eficaz para revalidar en una eventual nueva convocatoria electoral su posición como primer partido, ya que las encuestas empiezan a ser relativamente favorables a los laboristas, siendo esta una rara excepción. Finalmente, más allá de Europa, en Estados Unidos se constata que el Partido Republicano está totalmente escorado hacia las tesis de la derecha reaccionaria: en su momento, fue capturado por el ultraconservador Tea Party y hoy por Donald Trump, de tal suerte que los republicanos moderados son actualmente una rareza (y más tras el fallecimiento de John Mc Cain). Este partido ha acabado asumiendo gran parte de los ítems típicos de la derecha radical europea, adaptados a las circunstancias de ese país: chovinismo (America First), xenofobia (el muro en la frontera con México), proteccionismo (el conflicto comercial con China) y populismo (sólo los demócratas serían establishhment). En conclusión, este panorama muestra un serio desconcierto en la derecha moderada occidental, que se equivoca por completo al querer comprar tesis de los ultras por populares que puedan ser, ya que tal estrategia es letal no sólo para sus propios intereses a largo plazo, sino para el conjunto de los sistemas pluralistas. La menos analizada crisis de la derecha moderada es tan preocupante como la de la socialdemocracia, y mientras estas dos opciones no se regeneren y ofrezcan programas alternativos atractivos para las más amplias mayorías, más riesgos habrá para la estabilidad de nuestras frágiles democracias.