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La Italia de Salvini: entre la tragedia helena y el fado luso

Miguel Otero Iglesias

3 de Octubre de 2018, 21:34

Lo de Italia es una crónica de una pelea anunciada. Estaba claro que el Gobierno de Giuseppe Conte, dirigido por sus patronos políticos, Luigi Di Maio (del Movimiento 5 Estrellas) y Matteo Salvini (líder de la Lega y, para muchos, el político más poderoso por temido del continente europeo) se iba a enfrentar a la Comisión Europea sobre los niveles del déficit del Presupuesto público italiano. Di Maio y Salvini han convencido (o más bien obligado) a su ministro de Finanzas, Giovanni Tria, a aumentar el déficit para 2019 del 1.6% planeado al 2.4%, y eso le ha sentado como un tiro a Bruselas. Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión, ha sido muy contundente: Italia no puede tener un trato de favor, ya que "si todo el mundo lo tuviese sería el final del euro". Acabo de volver de unos días en Italia, y la tensión es palpable. Tuve la oportunidad de asistir a una reunión de jóvenes líderes estadounidenses e italianos (de sectores diversos) organizada por el Consejo para las relaciones entre Italia y EE.UU. y el grado de preocupación entre el contingente italiano era más que evidente. Muchos temen que Salvini va a medir mal las fuerzas en su batalla con Bruselas y empujar el país a una crisis todavía mayor. El fantasma de la tragedia helena de 2015 merodea el ambiente. Sin embargo, muchos de estos jóvenes ejecutivos y empresarios italianos entienden que su actual Gobierno tiene un mandato popular. Si los políticos que han ganado las elecciones con tan amplia mayoría han prometido un subsidio básico para los desempleados de larga duración, una pensión mínima de 780 euros y una reducción de los impuestos para cerca de un millón de trabajadores, es lógico que el déficit aumente.

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Uno puede tener cierta simpatía por la subida de gasto en Italia. El país lleva estancado décadas y sus cuentas públicas están sometidas a un férreo control por parte de los altos funcionarios del Tesoro, sabedores de que el alto nivel de deuda pública (más del 130% del PIB, y 2,3 billones de euros en volumen) no deja al Estado permitirse demasiadas alegrías. En cierto sentido, el Gobierno italiano de Salvini podría hacer lo mismo que hizo el portugués de António Costa. Cuando éste llegó al poder, gracias a una coalición también inédita que suscitaba mucha desconfianza en Bruselas y en los mercados, muchos comentaristas pensaban que sus medidas anti-austeridad eran temerarias. Casi tres años después, Portugal está reduciendo su deuda a pesar de (o gracias a) aumentar los salarios de los funcionarios, subir las pensiones, reducir el desempleo y experimentar un crecimiento superior al  2%. La visión de Giovanni Tria es justamente ésta. Parece que en la última reunión del Eurogrupo les ha pedido a sus colegas una oportunidad. Poder aplicar políticas de estimulo que generen el espíritu animal necesario para relanzar la economía. Si el experimento sale bien, incluso podría reducir la deuda italiana. Suena razonable, pero el problema son las formas más que el fondo. Si Salvini llegase a Bruselas cantando un dócil, fado portugués como hizo Costa, lograría mucha más simpatía. Sin embargo, el líder de la Lega ha optado por el drama y la tragedia griega. No ha dejado de enfrentarse y provocar a la Comisión y a los países del norte de la Unión; al igual que Varoufakis en su día, Salvini ha escogido la actitud heroica, porque sabe que eso le crea muchas simpatías (y votos) en Italia, pero esa hostilidad crea muchas enemistades en Bruselas y las capitales nacionales. La Unión Europea funciona sobre el diálogo, las alianzas y los compromisos, y ahora mismo Italia no cuenta con ningún aliado en el Eurogrupo. Ni siquiera Malta se pone de su lado. Salvini no parece haber entendido que hoy es mucho más difícil jugar el típico juego de los dos niveles en la Unión Europea. En una Europa cada vez más integrada y conectada, lo que gritas en casa rápidamente se sabe en todo el vecindario. Si juegas a ser el hombre duro en Italia, cuando vas a Bruselas, los representantes legítimos de las otras democracias europeas van a ser también duros contigo para no perder votos en casa. Así funciona la democracia. Es cierto que Italia es un miembro del club cuyas condiciones se suelen subestimar. Tiene mucha deuda pública, pero tiene un superávit primario y el stock de deuda es de una madurez bastante larga; tiene además una cuenta corriente positiva casi estructural (mi visita al Trentino y Alto Adice sólo me han confirmado el poder exportador del norte del país) y su posición de inversión internacional neta (es decir, su deuda con el exterior) ha pasado del -24% al -8% entre 2014 y 2018. Italia, por lo tanto, puede aguantar varias embestidas con Bruselas (y la Comisión lo sabe). Pero si la dinámica de la confrontación sigue, los mercados se van a empezar a poner nerviosos, la prima va a empezar a dispararse, los bancos italianos van a ver cómo sus activos en deuda pública italiana pierden valor de mercado y podemos entrar rápidamente en el círculo vicioso que asoló a Grecia en el 2015, sobre todo si Salvini empieza a usar la carta de una posible salida de Italia del euro. Algo que por ahora no parece probable, pero que sigue siendo un arma política arrojadiza, sobre todo si Bruselas se presenta ante la opinión pública italiana como ese monstruo burocrático implacable. Mi consejo a Salvini y Di Maio es que no sigan la estela de Varoufakis. Que opten por el fado luso (aunque eso implique aceptar con melancolía que los tiempos heroicos han quedado atrás) antes que por la tragedia helena (que siempre acaba en lágrimas). Para eso no vendría mal coger el último informe país de la Comisión Europea e implementar algunas de las mejoras estructurales que se proponen ahí. Seguro que así el comisario Moscovici y el Eurogrupo serán más flexibles, se creará una dinámica más positiva e Italia en su conjunto saldrá ganando. En última instancia, lo que necesita Italia es mayor inversión y mayor productividad, y eso no se logra sólo con mayor consumo. En esto Portugal también sirve como lección; a evitar.
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