20 de Septiembre de 2018, 06:39
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Es interesante cotejar el panorama de los primeros ministros de los 28 (septiembre de 2018) en la UE para desmitificar las tesis del PP: es cierto que en 18 el jefe del Gobierno es miembro del primer partido, pero no así en ocho, estando en una situación peculiar Italia y pendiente Suecia tras sus recientes elecciones (en las que los socialdemócratas han sido la minoría mayoritaria). En los ocho estados en los que el jefe del Ejecutivo no es miembro de 'la lista más votada', en cuatro es del segundo partido (España, Estonia, Francia y Portugal) y en los otros cuatro nada menos que el tercero (Bélgica, Dinamarca, Letonia y Luxemburgo). La dificultad para formar un Gobierno que no sea dirigido por los que obtuvieron más votos consiste en sus alianzas: 1) si se formaliza una coalición de gobierno, esto -en principio- puede reforzar tal opción o 2) si el Gobierno es monocolor (es el caso de España o Portugal), dependerá de los pactos parlamentarios que puedan permitirle sortear la oposición del primer partido si éste es incapaz de ampliar sus alianzas. Bélgica es un ejemplo de manual de democracia consociativa en términos de Lijphart, ya que requiere de complicadas coaliciones de gobierno dado su sistema de partidos, que exige poner de acuerdo a representantes de las tres comunidades y las tres regiones, lo que suele dar como resultado que el primer ministro no siempre pertenezca a la lista más votada. En Francia, pese a la arrolladora victoria de Emmanuel Macron (su formación dispone por sí sola de la mayoría absoluta en la Asamblea nacional) el primer ministro, Édouard Philippe, es miembro de la derecha clásica (Les Republicains), lo que da como resultado un jefe de Estado centrista y uno de Gobierno derechista. Los casos de Portugal y España son algo más peculiares, puesto que en ambos gobiernan en minoría los socialistas (no hay otros partidos en el Ejecutivo) con respaldo parlamentario externo de otros socios: más estable en Portugal (la alianza parlamentaria de las tres izquierdas: socialistas, post-comunistas y comunistas) que en España (el PSOE no tiene socios permanentes y debe negociar los asuntos de modo singular). Pedro Sánchez supo aprovechar una ocasión excepcional al triunfar por primera vez una moción de censura constructiva. Sin duda, su exigua base (84 diputados) y los difíciles e inestables apoyos (en general, de Unidos Podemos y los independentistas catalanes, además del PNV) hace más difícil la gestión cotidiana de gobierno, pero esta fórmula no sólo ha resultado posible, sino que goza de toda legitimidad. Sin embargo, para el PP la llegada de Sánchez al Gobierno sería "legal", pero no "legítima", algo insostenible, sobre todo si se recuerda que el centro-derecha alemán llegó así al Gobierno federal en 1982, cuando Helmut Köhl derribó al canciller socialdemócrata Helmut Schmidt gracias a una moción de censura al cambiar de socio los liberales. Por último, el caso más atípico es el de Italia, ya que su primer ministro, Giuseppe Conte, es un independiente (de muy bajo perfil político) fruto de un acuerdo entre el M5S y la Lega. Se trata de un primer ministro sin partido propio que, en realidad, tiene una función gestora y supuestamente conciliadora de dos partidos antes que de líder político real. En suma, todos estos ejemplos prueban que la tesis del PP de primar siempre a la lista más votada y de rechazar como "anomalía" no democrática coaliciones alternativas es insostenible e indica una preocupante mentalidad caudillista del conservadurismo español, que debería superar. Por lo demás, tal criterio no cuadra con el espíritu de la Constitución (que ahora el PP sacraliza desde una concepción fundamentalista petrificada) y es que se basa precisamente en valores como el parlamentarismo y la proporcionalidad.