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Argentina y el dólar: 'tangled up in blue'

Arman Basurto

7 de Septiembre de 2018, 21:47

Cualquier persona que visita Argentina por vez primera recibe el mismo consejo: llevar el dinero que quiera gastar en efectivo y evitar pagar con la tarjeta de crédito. Esto, que suele causar extrañeza, es el corazón de la crisis que ha azotado esta semana (y por enésima vez) al país austral, y al mismo tiempo la principal vulnerabilidad de su economía. Para comprender el porqué de ese consejo y la enorme trascendencia que tiene sobre la economía de todo un país es necesario tener en cuenta, en primer lugar, que en Argentina conviven dos monedas: el peso, una moneda débil y sujeta a fuertes espirales inflacionarias durante las últimas décadas, y el dólar americano, una moneda fuerte que es utilizada por los argentinos como un valor refugio en tiempos de inestabilidad (tiempos que, por desgracia, allí vienen siendo bastante frecuentes de un tiempo a esta parte). No hay como ir a Argentina para descubrir hasta qué punto el dólar es una fijación nacional. Allí las compras de una cierta entidad se llevan a cabo en dólares (y, por tanto, en efectivo y en negro), y resulta asimismo muy difícil acceder a ciertos bienes pagando su precio en pesos. Es tal la fijación que existe, que incluso los portales online de los principales periódicos del país reflejan en vivo la cotización del dólar en sus portadas. Ése ha sido el efecto de décadas inestabilidad monetaria: una población entera pendiente de un tipo de cambio cada mañana. Si un recién llegado se fijase en los tipos de cambio que aparecen en las portadas de la prensa, vería con sorpresa que constantemente se hace referencia a dos tipos de cambio en apariencia diferentes: el dólar y el dólar blue.

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Éste es una consecuencia indirecta de los esfuerzos de los gobiernos argentinos por evitar la inflación y el cambio de depósitos de pesos a dólares a lo largo de las ultimas décadas. Mediante medidas como la imposición de un tipo de cambio fijo (por ejemplo, el presidente Menem estableció un tipo de cambio 1:1 en los años 90 que tuvo consecuencias desastrosas) se terminó por crear un tipo de cambio oficial y otro de la calle. Así, la cotización del peso con respecto al dólar va oscilando a diario, y la del dólar blue lo hace de manera parecida (sólo que en esta ultima el peso siempre tiene un valor menor). La consecuencia de esto es lo que se describe al comienzo de este artículo. Si se paga la cesta de la compra con una tarjeta de crédito española, se aplicará a dicha transacción el tipo de cambio oficial. En cambio, se puede llevar el dinero en efectivo a Argentina, donde es extremadamente sencillo cambiarlo en algunos de los dispensarios de la calle Florida (en el centro mismo de Buenos Aires). En ellos, se aplica el cambio ‘blue’: esto es, más pesos por menos euros. Como es lógico, semejante desajuste monetario tiene un impacto enorme sobre la evolución económica del país. El hecho de que haya una moneda refugio (el dólar) circulando en grandísimos volúmenes por el país y que sea aceptada (o, incluso, exigida) para gran cantidad de pagos hace que la demanda de pesos sea terriblemente elástica. Es decir, en cuanto aparece una sombra sobre la economía argentina, la gente corre a cambiar sus pesos y la moneda se hunde. A priori, la clave de las dificultades que está afrontando el país desde el mes de mayo es el déficit público (y es cierto que ésa es la base del problema), pero la peculiar posición del peso sólo hace que cualquier aprieto económico se agrave. Tomemos lo sucedido estos días como un caso práctico. Como consecuencia del déficit público que sufre Argentina (motivado por el ajuste gradual que está aplicando el Gobierno para evitar que este tenga un impacto social excesivo), comienzan a surgir dudas con respecto a la capacidad del país de hacer frente a sus obligaciones. Como consecuencia de esto, el peso se desploma de forma dramática, encareciendo así el dólar, y ello agrava el problema, pues la deuda argentina se paga en dólares. Este tipo de círculos viciosos no son una peculiaridad exclusivamente argentina, pero sí lo es la rapidez y la fuerza con la que el peso se desploma ante la menor perspectiva adversa. En ese sentido, la crisis que padece el país ha tenido dos picos, y ambos han venido precedidos por un discurso del presidente y seguidos por un desplome del valor del peso. El 7 de junio, Mauricio Macri compareció en cadena nacional para anunciar que había solicitado al Fondo Monetario Internacional (FMI) un préstamo de 50.000 millones de dólares que permitiese al país financiarse a un coste mucho menor que el exigido por el mercado. La noticia cayó como un jarro de agua fría en un país en el que el FMI es visto en muchas ocasiones como el causante de muchos de los males que actualmente afligen a su economía, y al que se asocia (de forma más o menos consciente) con el 'corralito' del año 2001. En consecuencia, el peso se desplomó, e hizo que los cálculos de déficit y de pago de la deuda del Gobierno quedasen pronto desfasados, al ser el dólar más caro. Es así como se ha llegado a los eventos de la semana pasada. En medio de una inflación creciente, el presidente se vio obligado a anunciar que iba a pedir al FMI que acelerase el desembolso del próximo tramo del préstamo que le concedió antes del verano. El anuncio, hecho a través de su canal de YouTube (una forma atípica que no gustó nada a los inversores) provocó un descenso dramático del precio del peso, algo que se vio agravado por el hecho de que el FMI tardó casi nueve horas en responder al requerimiento del presidente. Para contener la hemorragia, fue necesario que el Banco Central interviniese, subiendo los tipos de interés al 60% (la cifra más alta del mundo) e inundando el mercado de dólares para hacer que su precio descendiese. Después de una semana de vértigo, la escalada parece controlada por el momento, pero la crisis económica ha devenido en crisis política, con el presidente obligado a hacer recortes y reducir ministerios, algo que ha generado fricciones en la coalición del Gobierno. Lo sucedido durante los últimos siete días es un ejemplo perfecto de cómo la 'dolarización' de la política argentina contribuye a acelerar las crisis y a incrementar su potencial destructivo. Y es que, además de a acelerar las crisis, contribuye a dificultar su solución. En el caso del déficit, por seguir con el ejemplo, lo hace de dos maneras: en primer lugar, el hecho de que la economía esté cada vez más dolarizada contribuye a incrementar su informalidad, con más transacciones con dólares en efectivo y al margen del control del Estado. Ello, lógicamente, influye en la capacidad recaudatoria estatal, y en consecuencia influye sobre el déficit. Por otro lado, el hecho de que una parte significativa de la masa monetaria del país se halle en otra moneda hace que la política monetaria del Banco Central sea menos efectiva, lo que termina por contribuir a que el éste se vea obligado a fijar tipos de interés y a adoptar programas de compra mucho más elevados y amplios que en otros países. En conclusión, el fenómeno de la dolarización puede considerarse (en muchos aspectos) como el comienzo del declive económico que ha sufrido la Argentina, y como el candado que impide que ésta abandone su inestabilidad crónica. El gradualismo planteado por Macri en 2015 podría haber funcionado, pero cabe pensar que el Gobierno fue optimista en exceso y no tuvo en cuenta la posibilidad de que la volatilidad de la moneda pudiese hacer la deuda impagable en cuestión de horas. Así las cosas, a Macri le queda un último año terrible, en el que se verá obligado a mantener su coalición intacta, a sacar adelante los Presupuestos con el apoyo de los gobernadores peronistas moderados (algo a priori complicado) y a recuperar el apoyo del campo (tradicional aliado de la derecha, y al que acaba de gravar con un impuesto temporal a las exportaciones para reducir el déficit). Todo ello, con el objetivo de evitar que el déficit y la recesión que ahora comienza a manifestarse acaben con la mejor ocasión que ha tenido un presidente no peronista de terminar su mandato desde la restauración de la democracia en 1983.
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