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La xenofobia amenaza a Alemania

Roberto Inclán Gil

3 de Septiembre de 2018, 22:35

Sucedió el pasado lunes 27 de agosto. Esa tarde podrá ser recordada como aquélla en la que el Estado de derecho se rindió en Alemania. Miles de manifestantes de extrema derecha se pasearon por Chemnitz, hicieron saludos nazis y atacaron a los contra-manifestantes y a los periodistas. Mientras todo eso ocurría, la Policía se lo permitió y admitió no tener los medios suficientes para hacer frente a la situación, a pesar de que el presidente del sindicato policial alemán, Rainer Wendt, ya asumía la posible gravedad de la situación a la que debían enfrentarse y pedía prudencia antes de los altercados, para los que afirmaba estar preparados. Esta marcha fúnebre había sido convocada en memoria de Daniel H., ciudadano de 35 años, de nacionalidad alemana y origen cubano, que falleció el sábado anterior presuntamente a manos de dos inmigrantes en el transcurso de una pelea, y cuya muerte ha sido instrumentalizada por la ultraderecha alemana para "reclamar justicia" y propagar la idea de que existe una alta tasa de criminalidad entre los ciudadanos extranjeros. Con este objetivo, cientos de ultraderechistas se echaron ese lunes a la calle en Chemnitz después de los disturbios del domingo, para "cazar inmigrantes" al grito de "nosotros somos el pueblo".

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La canciller alemana Angela Merkel condenó estos actos violentos: "Hemos visto persecuciones xenófobas colectivas, odio en la calle, y eso nada tiene que ver con el Estado de derecho". El día anterior a los incidentes, Merkel había concedido su ya tradicional entrevista de verano a la cadena pública alemana ARD, en la que afirmaba que la relación con sus socios de coalición iba "por el buen camino", tras el encuentro mantenido con Olaf Scholz (SPD) y Horst Seehofer (CSU). Uno de los temas destacados de esta reunión fue la política migratoria, cuestión que le ha creado graves problemas incluso con la propia CSU bávara, y en la que mantiene la intención de no abordar grandes cambios. Chemnitz es una ciudad situada en el Estado de Sajonia, que se llamó de Karl-Marx-Stadt durante los años de la República Democrática Alemana (RDA). Hoy en día, este land es uno de los principales bastiones de la ultraderecha alemana y el partido AfD obtuvo un 27% de los votos en las últimas elecciones al Bundestag. En octubre de 2014, tuvieron lugar en la vecina ciudad sajona de Dresde una serie de manifestaciones contra la islamización y las políticas de asilo alemana y europea. A partir de aquellas protestas, el activista Lutz Bachmann creó el movimiento nacionalista Pegida (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente). Desde entonces, Pegida ha continuado manifestándose en Dresde, superando en algunas ocasiones los 20.000 asistentes. Esta manifestación de violencia por parte de los grupos extremistas es la expresión del sentimiento que un sector de la población alemana tiene desde hace algunos años, especialmente en los estados del este que pertenecieron a la antigua RDA y cuya desigualdad con el resto del país continúa siendo un lastre que los sucesivos gobiernos estatales han sido incapaces de conjurar. Los ciudadanos del este se consideran de segunda frente a los del oeste del país. Y al igual que muchos de ellos salieron a las calles en 1989 y provocaron el colapso del régimen comunista, ahora también creen que es posible acabar con una democracia en la que no se sienten representados y rechazan de manera directa. En la actualidad, el PIB per cápita del este de Alemania apenas alcanza el 73% del de los estados del oeste. Esta desigualdad provoca que muchos de estos alemanes se sientan como los perdedores de la reunificación. Tras el cierre de gran parte de sus empresas, los ajustes de la Agenda 2010 del canciller Gerhard Schröder y su polémico plan Hartz IV –con la excusa de que no había dinero suficiente como para mantener ese nivel de Estado de Bienestar–, se añade ahora la importante suma de dinero empleada en ayudas a los refugiados que han llegado al país en los últimos años. Como afirma el analista Jasper von Altenbockum, el sentimiento en muchas ciudades y pueblos es que el Gobierno les ha dejado solos ante la llegada de solicitantes de asilo. Según las declaraciones del vicepresidente del Bundestag, Wolfgang Kubicki (FDP), las raíces de esta violencia se encuentran en el "lo lograremos" pronunciado por Angela Merkel justo hace tres años, al que siguió la llegada masiva de refugiados en los meses posteriores que muchos consideran ahora responsable de estos ataques de la extrema derecha. La propia alcaldesa de Chemnitz, Barbara Ludwig (SPD), también ha criticado la política migratoria de la canciller y ha afirmado que "nos han dejado solos". No obstante, este descontento no es una cuestión únicamente económica, sino de identidad nacional, de oposición al modelo de la Unión Europea y sus democracias liberales, de rechazo al inmigrante y de negación hacia otras religiones, en especial el islam que, según su opinión, amenaza con destruir los valores tradicionales alemanes. La llegada de más de 1,2 millones de refugiados al país desde 2015 ha disparado la xenofobia y el ultranacionalismo entre quienes dicen sentirse invadidos y culpan directamente a Merkel por ser, a su juicio, quien ha permitido esta situación. Baviera, uno de los estados más ricos del país y con una tasa de paro por debajo del 5%, tampoco se libra y está promoviendo una radicalización hacia la derecha de la CSU, que intenta así frenar el avance de AfD y mantener de esta forma su posición dominante en este land. Una de las personas más influyentes en la política nacional y bávara, Horst Seehofer, ex presidente de Baviera durante 10 años por la CSU y actual ministro de Interior y Patria, declaró al diario Bild a los pocos días de ocupar el cargo que "el islam no pertenece a Alemania". La respuesta de Angela Merkel no se hizo esperar, y en su primera intervención en el Bundestag tras su reelección como canciller afirmó: "No hay ninguna duda de que el carácter histórico de nuestro país es cristiano y judío, pero también es cierto que los 4,5 millones de musulmanes que viven con nosotros, su religión, el islam, se han convertido en una parte de Alemania". Según el periodista de la revista política Cicero Christoph Seils, este debate entre ideología y realidad "divide y polariza a la sociedad porque, como en todo sistema binario, sólo conoce los polos positivo y negativo". La distinción de que los musulmanes sí son parte del país, pero no el islam, no lo hace mejor. Todo lo contrario, puesto que para esta legislatura los tres socios de coalición habían prometido tratar de superar "la división de nuestra sociedad". El ministro alemán de Exteriores y ex ministro de Justicia, Heiko Maas, utilizó este sábado su cuenta de Twitter para hacer un llamamiento a los ciudadanos en defensa de la democracia: "Hace 79 años comenzó la Segunda Guerra Mundial. Alemania causó a Europa un sufrimiento inconcebible. Hoy, cuando marchan por las calles personas haciendo el saludo hitleriano, nuestra historia nos sirve de advertencia y nos llama a defender con determinación la democracia". La población alemana vive con miedo toda esta situación. Según la encuesta realizada por el Politbarometer de la ZDF el 31 de agosto, los alemanes ven en el extremismo de derecha una amenaza real. Después de los incidentes en Chemnitz, el 76% de los encuestados lo considera una gran amenaza para la democracia, mientras que el 23% opina que no. Asimismo, un 72% también considera que los políticos no están haciendo lo suficiente para frenarlo. En esta misma encuesta, AfD obtendría un 17% de los votos, a tan sólo un punto del SPD, siendo el primer partido la CDU de Merkel con el 31%.
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