A uno le queda la sensación, cuando analiza la política fiscal española, que ésta vira tan rápido como los vientos políticos cambian de dirección. No es poco habitual que en los últimos años seamos testigos de un proceso de
retoque y 'parcherismo' de los más importantes impuestos de nuestro sistema recaudatorio, ajustes que
más bien parecen realizados para elevar la aprobación en las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) que para buscar la mejora y eficiencia de nuestro sistema.
Salvo cuando estas reformas vienen impuestas desde el exterior, como aquélla de 2012, los ajustes habituales incluidos en los Presupuestos Generales del Estado y en sus ecos autonómicos suelen ser tan efectistas para la galería como prácticamente inútiles. Pongo de ejemplo la reciente bajada del IVA
cultural del anterior Gobierno del PP, una muestra más del
déficit reflexivo que caracteriza a quienes gobiernan en lo que concierne a asuntos tan relevantes. Sumemos a esto la reforma del IRPF de 2015/16 y muchas otras medidas
efectistas. Y es que parece que los impuestos se materializan más en instrumentos de
marketing que de aquello para lo que marca su propia existencia. Los cambios expuestos en el párrafo anterior tenían el simple objetivo de mejorar la imagen de un Gobierno.
Daba igual que estas bajadas, por supuesto, fueran regresivas (en el caso del IVA) o imprudentes (en el caso del IRPF). Lo importante era el mensaje, y por ello se llevaron a cabo.
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Ahora se vuelve a repetir la historia, y de nuevo con el IRPF. La situación de minoría del Gobierno de Pedro Sánchez hacía prever un cambio de postura sobre este impuesto. Un Ejecutivo en minoría que se enfrenta a varias reválidas electorales en no mucho tiempo tiene todos los incentivos para plantear medidas que conciten la simpatía de gran parte de quienes acudirán a las urnas; especialmente de aquéllos que sienten filias ideológicas con el Gobierno actual. Además, la necesidad de apoyos de no pocos votos en la Cámara donde debiera aprobarse su propuesta presupuestaria, en este caso el Congreso, multiplican tales incentivos. Así, desde el punto de vista estratégico, que las propuestas de política económica se diseñen para alimentar las estrategias del Gobierno más que las propias necesidades de la economía o de los ciudadanos es algo que la evidencia nos obliga a asumir.
No cabe duda de que la eventual subida del IRPF en los próximos Presupuestos (elevar el marginal en los tramos superiores) cumple con estas necesidades. El Gobierno de Sánchez debe mostrar su cariz progresista, y qué mejor manera que subir impuestos. Lejos quedan ya aquellas proclamas donde se argumentaba que "bajar impuestos es de izquierdas"; algo que, por cierto, no se creía ni quien lo dijo. O la afirmación pasada de este mismo Gobierno de que no tocaría el IRPF.
Hoy, Pedro Sánchez y su Ejecutivo
necesitan mostrar ese temple que les define de izquierdas frente a quienes irán a votar en pocos meses (recuerden las municipales y europeas), y qué mejor que proponer un ajuste impositivo que viene a ser tan tradicional y estacional como la llegada de las flores en primavera o de los espetos en las playas malagueñas. Por último, la necesidad de contar con el beneplácito de Podemos, sus confluencias y sus 67 diputados, representando el primer escollo a superar si se quieren aprobar unos Presupuestos. Es el precio que impone la formación
morada al Gobierno para dar su beneplácito es la subida propuesta.
De nuevo, y como en los ajustes anteriores, esta más que probable subida, si es que finalmente sale adelante, no es más que un nuevo gesto para la galería. Y lo es porque, aunque muchos creamos en la necesidad de elevar la recaudación a través de ésta y otras figuras impositivas, no es la mejor manera de lograrlo; lo que no significa que no haya que hacerlo.
La reforma necesaria debe tener mucho mayor calado y no sólo el simple y efectista retoque de tramos y marginales. Se ha contado hasta la saciedad que el impuesto a la renta en España hace aguas. No lo hace en el sentido figurado de hundirse; lo hace porque
el IRPF se caracteriza por recaudar menos de lo que los tipos aplicados a cada tramo de rentas nos daría si lo comparamos con el diseño del tributo de otros países. La alusión a las
aguas se refiere a la importancia de las bonificaciones y deducciones, que minoran sensiblemente la cuota final abonada por el contribuyente tanto en el tramo estatal del impuesto como en los autonómicos.
Y es que
no es España un país con tipos bajos (ahora quizás algo más reducidos por la reforma de 2015/2016), sino más bien en la media de los países más occidentales de la Unión Europea.
Pero sí es uno de los países donde la recaudación parece estar por debajo de su potencial condicionado por el citado diseño de los tipos. Por ejemplo, y para poner algunas cifras, en 2016 España recaudó un 7,2% del PIB por este impuesto. Esta cifra no es elevada, pues está por debajo de países como Francia (8,6%), Alemania (10%) o Suecia (13,2%). Exceptuando a los países del este de la Unión, España sólo se sitúa por encima de Portugal en capacidad recaudatoria (6,8%). Pero es que antes de la reforma de 2015, el peso en el PIB no era mucho mayor, un 7,5%.
Es evidente que
el problema de la deficiencia recaudatoria se encuentra en otros lares. Es cierto que, en cuanto al gravamen a las rentas altas, que es lo que se propone retocar, hoy podemos afirmar que el tipo marginal español, del 45% para ingresos superiores a 60.000 euros, es inferior al de Portugal, Suecia, Dinamarca, Bélgica, Finlandia y muchos otros. Además, muchos países tienen definidos tramos hasta para ingresos muy superiores. Sin embargo, este tipo relativamente bajo es una situación que proviene de la rebaja de 2015/16.
Antes de esa reforma, España era uno de los países con mayor marginal para rentas altas y con tramos igualmente definidos para ingresos muy superiores a esos 60.000 euros.
Sin embargo, y como ya he adelantado,
la recaudación entonces no era mucho mayor que la actual.
Gráfico 1.- Relación entre el tipo marginal superior y la recaudación en % del PIB (2016)
Fuente: Eurostat y elaboración propia.
Como se puede ver en esta figura, la recaudación de España cayó sensiblemente entre 2014 y 2016, quizás en parte por la última reforma. Como se ha adelantado, entre ambos ejercicios pasó del 7,5% al 7,2% del PIB. Aunque hubo rebajas en todos los tramos de renta,
fueron en las liquidaciones de los contribuyentes con mayores ingresos donde se produjo gran parte de la caída. Para hacer unos números
a lo bruto, manteniendo la estructura por tramos de las declaraciones presentadas en 2016 pero usando los tipos medios por tramos en el ejercicio 2014, los ingresos habrían sido en 2016 de unos 1.500 millones de euros más. Este dato es un cálculo grosero, pues simplemente se aplica a las declaraciones de ese año la diferencia en la cuota que supuso la reforma comparado con lo que se pagó en 2014. Pero aunque este dato sea muy imperfecto, nos pone en sintonía con la magnitud de una simple reforma como la que se está discutiendo: aumento de los ingresos de un 1,5%, y de algo más de una décima de PIB. Es decir,
volver a la situación de 2014.
Si vuelven al gráfico, la flecha negra representa el movimiento que realiza España como consecuencia, entre otras posibles razones, de la bajada impositiva de 2015/2016. Este movimiento es hacia el
sur-oeste, reduciendo, entre otros tramos, el marginal superior, así como el peso de los ingresos por IRPF en el PIB. Volver a la situación de 2014 nos llevaría de vuelta al punto de origen.
La reforma propuesta aumentaría la recaudación, pero no lo suficiente si lo que se quiere hacer es mejorar la capacidad del sistema para generar recursos. Lo óptimo sería movernos hacia el
norte o
noreste, algo así como siguiendo la flecha verde dibujada en la figura. Podríamos elevar el máximo, situándolo más en consonancia con lo existente en numerosos países de Europa, tal y como se propone, pero
mejorando la capacidad recaudatoria del sistema, y eso sólo es posible con una reforma mayor y en profundidad del IRPF y no con un mero retoque.
La figura que se muestra a continuación reproduce un ejercicio similar al de la figura anterior, pero esta vez con el tipo medio o efectivo. El representado es el caso de un/a soltero/a sin hijos. Pueden comprobar que
el tipo medio pagado en España es claramente inferior a los observados para el resto de países europeos mientras que la reforma, en este caso, sí que nos alejó aún más de la media europea, siguiendo la dirección
sur-oeste que marca la flecha negra. Lo que nos dice este gráfico, comparado con el primero, son dos cosas: la primera, que tener un máximo situado más o menos en la media de Europa occidental, aunque algo inferior, y un tipo medio muy alejado de dicha media nos cuenta lo adelantado: que
deben existir grandes flujos de potenciales ingresos fiscales que se pierden. En segundo lugar, que elevar los marginales para cada tramo y en especial para rentas altas y, en consecuencia, los tipos medios efectivos, puede no ser mala idea, pero que lo óptimo sería evitar las pérdidas potenciales de ingresos derivadas del diseño del impuesto.
Gráfico 2.- Relación entre el tipo medio pagado por un soltero sin hijos y la recaudación en % del PIB (2016)
Fuente: Eurostat y elaboración propia.
En resumen, la propuesta de subida impositiva viene a enmendar una bajada que se hizo para la galería. Esta subida puede responder igualmente a la necesidad de mandar un mensaje. Pero mientras los gobiernos juegan al péndulo con los impuestos, los españoles nos enfrentamos a una estructura impositiva impredecible e insuficiente. No va a ser este Gobierno, por razones obvias, quien proponga una reforma en profundidad del IRPF, pero si de verdad queremos avanzar por la flecha verde, necesitamos al frente de los ministerios de Hacienda alguien con objetivos más elevados que el de vender simplemente un producto. Necesitamos hacendistas, no especialistas en 'marketing'.