La creciente politización de la Unión Europea en los últimos años ha llevado a muchos europeístas a preguntarse si el fin del consenso permisivo en el que la opinión pública dejaba hacer a las instituciones y gobiernos en Bruselas es algo deseable o no. El éxito de la extrema derecha en varios países europeos y la llegada de Steve Bannon a Bruselas indica que, deseable o no, la politización de la UE está aquí para quedarse. Alberto Alemanno sugirió recientemente el lanzamiento de un Super-PAC europeo para las elecciones europeas 2019 en el que una plataforma común apoyada por el sector privado apoyase a candidatos pro-europeos en la contienda electoral. Nos parece que el diagnóstico que lleva a tal propuesta es que el ascenso de las fuerzas populistas es una amenaza sistémica ante la cual las fuerzas liberales en un sentido amplio y las pro-europeas tienen que coordinarse. El campeón de este tipo de estrategias es Emmanuel Macron, quien ha estructurado su partido y parte de su programa presidencial como una reacción ante el Frente Nacional. La UE tardaría poco en convertirse en un terreno de juego en disputa entre nacionalistas anti-integración y europeístas a favor de ligeras variaciones sobre el statu quo. Además, la historia nos enseña que los intereses patronales han encontrado acomodos con el fascismo.
Plantear las elecciones europeas desde un antagonismo entre los defensores de la integración europea contra los anti-europeos implica varios riesgos. El primero es el de reforzar el mensaje del populismo de derechas. El segundo es el de conseguir una victoria pírrica: al plantear una campaña defensiva se corre el riesgo de que los probables ganadores pro-UE no tengan legitimidad para plantear un programa político ilusionante pues el único objetivo habría sido el de evitar el desastre. El último es el de santificar el actual statu quo europeo como el único posiblemente realizable: habríamos alcanzado el límite de lo aceptable para los ciudadanos lo que parecen asumir cuatro de los cinco escenarios del libro blanco de la Comisión sobre el futuro de Europa y a partir de ahora el único combate posible de los pro-europeos es el de conservar las conquistas.[Recibe diariamente los análisis de más actualidad en tu correo electrónico o en tu teléfono a través de nuestro canal de Telegram]
Frente a esto, una campaña politizada en la que los ciudadanos puedan elegir entre diferentes programas políticos para Europa restaría legitimidad a los mensajes simplificadores de los anti-europeos y aumentaría el interés de los ciudadanos por dicha contienda. Una campaña politizada permitiría, además, romper la imagen granítica que se está construyendo de los críticos de Europa. Como bien señalaba recientemente Xavier Casals, es difícil que incluso con la ayuda de un aliado externo tan poderoso como Bannon, la ultraderecha europea pueda cooperar eficazmente. De igual forma que entre los críticos de la Unión Europea se esconden numerosos neo-fascistas a quienes todos los demócratas deben denunciar, la etiqueta antieuropeo resulta demasiado cómoda para agrupar críticas diferenciadas y a veces justificadas del proyecto europeo, que por cierto no están solamente en la extrema derecha. Así como las críticas de izquierdas al Gobierno del PP no convierten a dichos actores en la anti-España, no todas las críticas al proyecto europeo liderado por el Partido Popular de Juncker, Tusk y Merkel son anti-europeas. Desde este punto de vista, la pregunta fundamental es qué tipo de politización alimentará un debate crítico sobre la UE. La respuesta es una politización agonista que confronte diferentes proyectos europeos, al tiempo que se acepta tanto el terreno de juego como que el adversario aplique su programa si gana. Es decir, se produce una intensa competición por los puestos de gobierno y una confrontación de programas que se mantiene en la lógica gobierno-oposición tras las elecciones. Esto requiere un cierto nivel de confianza entre los actores políticos que tienen que creer que el objetivo del adversario no es hacerlos desaparecer y de convicción de que en el futuro pueden llegar a gobernar según las mismas reglas con las que hoy han sido derrotados. Las actitudes de la izquierda crítica con la UE son un buen ejemplo de cómo una sustitución del paradigma antagonista por parte de los pro-europeos en favor de una politización agonista podría ayudar a legitimar la integración europea. Para una parte de la izquierda el proyecto europeo es per se neoliberal y las reglas del juego en Bruselas excluyen de forma sistemática a aquellos actores que no están dispuestos a seguirlas. Para estos críticos, la UE es irreformable y la única forma de ampliar el margen para llevar a cabo políticas sociales es abandonarla en favor de un programa popular nacional. Si en lugar de ello los defensores de políticas neoliberales demostraran que sus decisiones son reversibles y que sus políticas están explícitamente apoyadas por mayorías en lugar de por la falta de atención de la opinión pública, podrían recuperar la confianza en las reglas del juego de una parte de los críticos. Por tanto, lo que hace falta para una mejor democracia europea es la construcción de una visión alternativa de Europa que logre despolitizar la UE para politizar, en su lugar, los programas de gobernanza para Europa de forma que se puedan distinguir proyectos diferentes. De esta forma, se normalizará la UE como terreno de juego y se marginará a la extrema derecha, como sucedió en el caso de la campaña contra el TTIP, la cual hemos analizado de forma empírica. En general, la derecha europea se posicionó a favor del acuerdo comercial y la izquierda en contra, al tiempo que se invisibilizó a la extrema derecha antieuropea. El tipo de politización promovido por este episodio pudiera llevar a una situación en la que el mismo hecho de ejercer la oposición a un proyecto legislativo sin poner en cuestión el marco europeo otorga una ventaja a los rivales. Además, aunque el ejemplo del TTIP está lejos de ser un debate ilustrado las descalificaciones del rival, simplificaciones y discursos del miedo han sido habituales en ambos bandos, demuestra que los asuntos europeos pueden suscitar un debate políticamente vibrante. La UE no necesita mejor propaganda, sino un debate crítico donde diferentes proyectos europeos sean confrontados en la esfera pública. Es por ello que, con el apoyo del programa Jean Monnet, hemos lanzado @OpenEUDebate, un proyecto liderado por universidades y expertos en política europea cuyo objetivo es animar a un debate crítico sobre la UE. El proyecto empieza en septiembre y están todos invitados a participar.