30 de Julio de 2018, 22:34
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Por un lado, los verdes mantienen una inequívoca posición a favor de la inmigración y de la transformación de Alemania en una sociedad cosmopolita y multicultural. En un contexto de creciente polarización, esta toma de posición ha provocado que sea el partido que más ha crecido en las encuestas desde las elecciones federales del año pasado, seguido de AfD. Y algunas incluso los sitúan como posible segundo partido más votado en las elecciones bávaras del próximo mes de octubre. Por su parte, el SPD trata de combinar su posición en el Gobierno federal con la competencia que suponen los verdes, lo que se ha traducido en una campaña de ataques de baja intensidad tanto contra ellos, calificándoles de ingenuos e idealistas, como contra la CDU/CSU, a quienes acusa de hipócritas cuando hablan de inmigración. Sin embargo, el movimiento más sorprendente ha aparecido en el seno del izquierdista Die Linke. A finales de mayo, Sahra Wagenknecht, antigua vicepresidenta de esta formación, publicó un artículo en el que llamaba a la izquierda alemana a reagruparse en torno a una plataforma unitaria. Wagenknecht denunciaba que los desempleados y la clase obrera ya no votan al SPD, los verdes o Die Linke, sino que o bien se quedan en casa o bien optan por AfD. Su diagnóstico es que la izquierda ya no es capaz de retener a los grupos sociales por los que nació hace poco más de un siglo. En concreto, denunciaba cómo, en el contexto de la globalización, los asalariados y los obreros manuales ven empobrecidas sus condiciones de trabajo y están asustados ante la situación económica que les deparará el futuro inmediato, al mismo tiempo que ven su identidad amenazada por el crecimiento de la inmigración. Inspirada por el ejemplo de Jean-Luc Mélenchon y la Francia Insumisa, la solución que propone es formar una plataforma amplia de la izquierda que se dirija directamente a estas clases populares que les habrían dado la espalda y en la que los partidos compartan protagonismo con actores sociales y caras nuevas independientes. Unos días antes de la publicación del artículo, se había filtrado un borrador de las políticas concretas que plantearía ese nuevo movimiento. Entre las principales, la creación de empleos estables, la subida de salarios, el fortalecimiento del Estado de Bienestar o mayores impuestos para los ricos y los bancos. En principio, nada nuevo bajo el sol, pero estas medidas se complementaban con otras como el fortalecimiento de la policía y los tribunales o el respeto por la tradición y la identidad nacional. En resumen, el documento no niega de entrada una solidaridad distributiva con el inmigrante o el refugiado, como hace AfD, pero indirectamente sí lo condiciona a cierto mantenimiento de la cohesión social y el 'statu quo' actual. El futuro inmediato del aún nonato movimiento es incierto. Algunos ven en él el germen de un movimiento nacional-populista que pueda combatir directamente las posiciones de AfD. Pero otros interpretan la estrategia de Wagenknecht en clave interna, como una estrategia para tomar el control de Die Linke mediante posiciones más conservadoras e inspiradas en sus bases en la antigua Alemania del Este. No obstante, su partido no parece compartir su visión: en su último congreso, Die Linke aprobó una amplia política de puertas abiertas para los refugiados, en contra del grupo liderado por Wagenknecht. El debate trasciende a las estrategias cortoplacistas de la izquierda alemana, pues ejemplifica parte de los retos a los que se enfrenta, y en especial la socialdemocracia, en las sociedades post-industriales. Tradicionalmente, la socialdemocracia ha combinado la representación de las clases obreras manuales con una alianza con las clases urbanas ilustradas, como los trabajadores socioculturales o los técnicos cualificados. Esta alianza siempre ha sido quebradiza, pero necesaria. La representación de un solo grupo no es suficiente para alcanzar el Gobierno y el hecho de que en ocasiones ambos puedan tener intereses contrapuestos obliga a los partidos socialdemócratas a hacer equilibrios. Centrarse demasiado en las demandas de uno hará perder apoyos dentro del otro y, para Wagenknecht, la izquierda ha cedido demasiado ante las posiciones urbanas y defensoras de la globalización. Para defender mayores políticas redistributivas es necesario recuperar a sus bases obreras, incluso si esto pasa por defender cierto chovinismo del bienestar donde los nativos sean tratados de forma preferente. En un artículo académico reciente, y partiendo de este equilibrio necesario, Tarik Abou-Chadi y Markus Wagner se preguntan bajo qué condiciones es más exitosa la socialdemocracia. En contra de la estrategia de Wagenknecht, los autores aportan evidencia empírica de que los partidos socialdemócratas obtienen mejores resultados cuando combinan posiciones económicas que favorecen la inversión (frente al consumo) y apuestas cosmopolitas en el eje social. No obstante, este debate seguirá generando controversia en el futuro. Al igual que la derecha debe elegir entre seguidismo o centrismo frente a la ultraderecha, la izquierda también puede caer en la tentación nativista.