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Líderes políticos y sociales, no gestores

Juan Luis Manfredi

8 de Junio de 2018, 00:50

El nuevo Gobierno tiene una lista enorme de tareas pendientes. Veo los seis años del Gobierno del Partido Popular, sumados a la segunda legislatura del PSOE de Rodríguez Zapatero, como un ciclo político, económico y social. En esta década, ha irrumpido un nuevo modelo de organización de la convivencia con una regulación multinivel, se han consolidado las tecnologías y la transformación digital, han crecido nuevos vehículos de participación (¡no todo son partidos!), han emergido nuevas metrópolis como unidad de medida de la actividad internacional, han aparecido nuevos riesgos (ciberseguridad, riesgo político), se ha desorganizado la información y han cuajado otras tantas grandes transformaciones del entorno estratégico. Y el paisaje no parece calmarse: amanecemos con más y más contradicciones en el manejo y definición del poder, ese elefante en la sabana digital que señala Francisco Longo. Unos autores señalan la crisis del orden liberal, otros ponen el acento en la emergencia de nuevos nacionalismos basados en la identidad excluyente o en la distorsión de la doctrina Monroe. En economía, algunos se preocupan por la creciente regulación, mientras que otros consideran más relevante el capitalismo de Estado, sea al modo chino o mediante la expansión de fondos soberanos que compran activos mobiliarios, patentes o acciones en empresas bandera. Las políticas comerciales están bajo la lupa: todos quieren ganar, porque consideran los tratados un juego de suma cero. La demografía sigue su curso, con una Europa envejecida y unos vecinos en crecimiento positivo constante. Las ciudades reordenarán las geografías con hubs, polos de crecimiento, redes de negocios al margen de las fronteras políticas, nuevas rutas de la seda y tantas otras innovaciones de geografía económica. Es la riqueza del entorno geopolítico y sus nuevos riesgos, aquéllos que son resultado del cambio en el sistema que ordena las relaciones entre el Estado y sus ciudadanos, así como con sus vecinos sean geográficos o digitales.

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Por eso, se requiere un proceso continuado innovación sustancial en la gestión y en el diseño de las políticas públicas. El nuevo Gobierno merece sus cien días, pero me atrevo a indicar algunas tendencias que serán relevantes, algunas preguntas que merecen respuesta y algunas ideas que merecen discusión. Apunto al menos cinco grandes ejes de transformación. Hay menos burócratas de partido, menos cargos de Madrid y menos homogeneidad. A cambio, encontramos más interdisciplinariedad y más diversidad dentro del Gabinete. Es buena noticia, porque la gestión pública necesita nutrirse de talento ajeno a los sistemas convencionales de representación (partidos, sindicatos). En medio de la crisis de confianza pública, la incorporación de profesionales de éxito es excelente noticia. La política abierta a los no interesados en la carrera de la agrupación resulta esperanzadora. La diversidad no es solo geográfica, sino también nominal: la mención expresa a Igualdad, Unión Europea, Formación Profesional o Migraciones apunta por dónde viene el cambio. Esta idea de talento ajeno a la política convencional es un desafío enorme, porque sus competencias profesionales no suelen proceder de los mecanismos tradicionales de las selección de candidatos políticos. Su conocimiento es otro y su estilo de trabajo, también. Significa pasar de la dirección al liderazgo, en acertada expresión de Elena Pisonero, presidenta de Hispasat. En la práctica, hablamos de actuar como un director de orquesta que sabe explotar los instrumentos de los que dispone. No se trata de inventar una administración pública expansiva, sino de orientar las políticas públicas, alinear los intereses y utilizar la comunicación estratégica para explicar al equipo y al entorno dónde y cómo se conduce el cambio. Estas ideas no son tan nuevas. Hace años que indicamos que es necesario instrumentalizar la colaboración pública y privada de modo que se active un estado relacional, como explican Alfred Vernis y Xavier Mendoza. No tiene nada que ver con privatizaciones más o menos encubiertas, sino con el aprovechamiento de las fuerzas sociales, la ciudadanía, la iniciativa emprendedora, la empresa, las ONG y los movimientos sociales, entre otros colaboradores reales. La participación en la vida pública no puede reducirse a subvenciones, licitaciones o filiaciones políticas. Por eso, urge crear mecanismos de participación y gestión innovadores.  La agenda científica, tecnológica y digital será esencial. No es una política para el largo plazo, sino que tiene que implementarse ya. Ahora. No podemos esperar a ver por dónde viene el tsunami de big data, agenda digital, internet de las cosas, inteligencia artificial, las nuevas ciencias de la vida y tantas otras innovaciones que están ya en nuestra vida, en nuestro dispositivo digital. Ojalá veamos una compra pública innovadora que actúe de tractor. Ante esta complejidad no se requieren ministros sabios en su materia. Ni siquiera tienen que ser todos astronautas. Sin embargo, estoy persuadido: necesitaremos líderes públicos capaces de preguntarse por los cambios que vienen… y actuar en consecuencia. Sugiero la propuesta de Carles Ramió sobre cómo articular el Estado en 2050. Por último, de forma expresa, el tiempo nuevo tendrá que asentarse sobre cimientos éticos, ejemplaridad y rendición de cuentas. Esto significa mejor (ojo, no digo más) transparencia, más participación ciudadana y más planes a medio plazo. Será un reto monumental, pero que tiene que luchar contra la percepción de corrupción. La democracia es el más robusto de los sistemas frágiles, pero necesita liderazgos limpios, ministros sin sospechas ni mochilas, dispuestos a dar explicaciones sobre las decisiones que toman, los costes de las obras y otros agujeros negros del pasado. Y estas notas, escritas a vuela pluma, pueden leerse hoy como un acuerdo de mínimos para un Gobierno que quiere ilusionar o bien como el establecimiento de un nuevo marco de convivencia para recuperar la credibilidad y la confianza de las instituciones. Abogo por esto último. Tras las nuevas elecciones, sea el Gobierno que sea, le costará volver a un estándar de partido 'antiguo'. Porque de verdad veo que se abre un nuevo ciclo de políticas públicas, liderazgos políticos ¡y ministros! Ojalá acierten.  
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