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Investigación científica, economía y sociedad

Pilar Aranda

21 de Mayo de 2018, 20:55

Innovar debe ser ya una realidad en las universidades para hacer frente a los desafíos del futuro más inmediato. No podemos esperar, hay que liderar el cambio de la investigación y la transferencia de conocimiento con el firme respaldo de las instituciones públicas y privadas. Alejarnos de lo que nos separa y practicar más lo que nos une nos llevará a colocar nuestro país en la economía del conocimiento. Desde la Edad Media, en la que el papel de las universidades se limitaba a la transmisión del conocimiento, su misión para con la sociedad ha ido evolucionando con el tiempo. En el siglo XIX se incorporó como principal reto de la Universidad el de la generación de nuevo conocimiento, y no fue hasta finales del siglo XX, a partir de los 80, cuando comenzó a desarrollar la denominada tercera misión, la transferencia de conocimiento hacia la sociedad, convirtiéndose así en elementos clave para el avance económico y social de su entorno. En este contexto, la transformación de la Universidad clásica en Universidad emprendedora, que desde las instituciones europeas se viene promoviendo desde hace ya dos décadas, responde a una demanda social que se ha visto intensificada ante la grave crisis económica que aún hoy venimos padeciendo; crisis que en nuestro país ha sido más intensa. Desgraciadamente, se ha llevado demasiadas cosas por delante y ha puesto de manifiesto la necesidad de cambiar de modelo de crecimiento económico. Pero, asimismo, toda etapa de crisis puede convertirse en una oportunidad. Oportunidad para reinventarse. Para innovar. Para mejorar.

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La generación de conocimiento y su transferencia pasan a ser, por tanto, una prioridad ineludible para una institución que siempre, desde su fundación, ha estado íntimamente ligada a la sociedad que la vio nacer. En consecuencia, nuestra Universidad juega un papel relevante como agente comprometido con la transformación hacia un modelo de crecimiento económico sostenible, basado en el conocimiento. Así lo recoge nuestro marco normativo, la Ley Orgánica 6/2001, de 21 de diciembre (LOU) y su modificación en el texto refundido 4/2007, que define, en sus apartados 1.2.a y 1.2.c, como funciones de la Universidad "la creación, desarrollo, transmisión y crítica de la ciencia, de la técnica y de la cultura" y  "la difusión, la valorización de la transferencia del conocimiento al servicio de la cultura, de la calidad de vida y del desarrollo económico", respectivamente. En la Universidad de Granada se está impulsando que algunos investigadores reinventen la organización de sus equipos de investigación, mediante la definición de nuevas líneas de trabajo con objetivos renovados ante el entorno cambiante y la incorporación, con más frecuencia cada vez, de la visión y participación de empresas y entidades.   Hay que educar a las nuevas generaciones en la gestión y aplicación del conocimiento, orientada a los retos y necesidades del mercado, pero también al desarrollo de los objetivos marcados por las administraciones. Esto último resulta de especial interés para aquellos grupos cuyas investigaciones y resultados tienen a su principal cliente en el ámbito público. Pero junto a esa evolución de la Universidad, es imprescindible la transformación de la empresa tradicional en innovadora, capaz de incorporar el conocimiento generado y la tecnología desarrollada en el sistema público de investigación, convirtiéndolo en nuevos productos, procesos o servicios que den valor añadido, incorporen talento y mejoren su competitividad. La cooperación tecnológica entre empresas y, en particular, con los agentes del entorno científico (universidades y centros públicos de I+D) es un medio poderoso para potenciar el éxito de la innovación, y existe el convencimiento generalizado de esta necesidad de cooperación entre los diferentes entornos que conforman el ecosistema innovador como corroboran tres factores fundamentales: la asignación de recursos por parte de la mayoría de los gobiernos para potenciar el desarrollo tecnológico, la accesibilidad a los bienes procedentes de este desarrollo y las nuevas relaciones que se establecen entre el entorno científico y la empresa provocadas por el cambio continuo y la globalización. Cada vez son más numerosos los casos de éxito en transferencia de conocimiento y tecnología desde la Universidad a las empresas u otras entidades de las administraciones públicas autonómicas y estatales, que han sido posibles gracias a los instrumentos fundamentales de financiación de la I+D+i como son las convocatorias de proyectos, licitaciones y concursos públicos, movilidad de personal investigador, transferencia inversa o compra pública de innovación. Pero la investigación pide crear formatos creativos y novedosos que garanticen la conexión Ciencia-Sociedad. Nuevos entornos que estimulen la demanda de conocimientos y la generación de oportunidades de colaboración universidad–empresa. Tras más de 20 años, aún queda mucho camino por recorrer. Se hace necesario crear un entorno favorable a la innovación, revisar las organizaciones y, en definitiva, reinventarse continuamente. La receta consiste en diseñar nuevas políticas públicas que faciliten la creación de empresas, una mayor inversión privada, la difusión de las ventajas de la tecnología entre la población, la continua colaboración entre Universidad y empresa y una Educación Superior de calidad. El conocimiento científico es infinito, va variando, se mueve constantemente, a la par que los retos y tendencias se vuelven más diversos y exigen soluciones aceleradas. En la armonía está la clave de la innovación. Administraciones públicas, empresas y universidades deben alinearse para alimentar un sistema de investigación de excelencia y de transferencia de conocimiento útil en un marco internacional. Sólo así este último factor será una misión posible.
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