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Universidad única y desarrollo territorial

José Antonio Mayoral Murillo

21 de Mayo de 2018, 21:58

Antes de iniciar esta reflexión sobre el papel de las universidades en el desarrollo y la dinamización territorial, es necesario hacer una afirmación de partida: las universidades son un instrumento necesario para la consecución de ese fin, pero ni son la única herramienta ni siquiera la principal. Y tampoco pueden cumplir eficazmente su papel si no se les provee de los medios necesarios. Aunque pueden realizarse análisis desde diversas perspectivas, me centraré en las universidades extendidas por un territorio pluriprovincial. Las españolas tienen varios modelos de implantación territorial, relacionados con su historia y con su realidad social. No son iguales las que tienen tras de sí una historia de siglos que las que han surgido en los últimos daños para responder a una demanda social creciente. Fue a partir de 1968 cuando tuvo lugar la creación de varias universidades que intentaban dar respuesta a dicha demanda. Entre esa fecha y 1973 se crearon dos autónomas, tres politécnicas y otras que tenían la voluntad de cubrir la demanda territorial: las actuales del País Vasco, Cantabria, Córdoba, Málaga y Extremadura; además de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (Uned). Una intensidad que contrasta con lo sucedido en los 100 años anteriores, en que sólo se había creado una en España. Este florecimiento, que prosiguió en los años siguientes, respondía a la necesidad de tener universidades más cercanas al territorio, fenómeno que se potenció cuando el Gobierno central las transfirió a las comunidades autónomas. Éstas, en uso de sus competencias, pusieron en marcha diversos modelos territoriales, de universidad única o de universidades de ámbito provincial o pluriprovincial. En cualquier caso, se trataba de lograr una mayor cercanía a las necesidades reales de la población.

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Existen actualmente en España cuatro comunidades autónomas pluriprovinciales que cuentan con una única universidad pública: Aragón, Castilla-La Mancha, Extremadura y País Vasco. Hay también cinco comunidades uniprovinciales que se encuentran en la misma situación: Asturias, Islas Baleares, Cantabria, Navarra y La Rioja. Todas ellas, salvo esta última, disponen de centros universitarios (propios o adscritos) en más de una localidad. Son todas ellas universidades generalistas, cuya actividad abarca todas las ramas de conocimiento: Artes y Humanidades, Ciencias, Ciencias de la Salud, Ciencias Sociales y Jurídicas, e Ingeniería y Arquitectura. Las comunidades autónomas en las que se asientan han considerado como un elemento muy positivo la existencia de una única universidad pública como elemento de cohesión y de equilibrio territoriales. Este modelo (una sola institución estructurada en varios campus) tiene innegables ventajas. La primera es la mayor racionalidad en la asignación de recursos. En muchos casos, la actuación de varias universidades públicas sobre el mismo territorio ha llevado a la duplicidad de titulaciones, incluso en la misma ciudad, con la consiguiente ineficiencia. La competencia por la captación de profesores, estudiantes y contratos de investigación puede ser positiva, pero también ha supuesto a la creación de titulaciones que se han manifestado insostenibles a lo largo del tiempo (por el reducido número de estudiantes que han atraído); y que, al canalizar recursos hacia ellas, han impedido cubrir otras necesidades. La dinamización territorial que pueden llevar a cabo las universidades tiene diversas perspectivas, que pueden analizarse desde las tres funciones que desarrolla la Universidad: formación, investigación y transferencia de conocimiento. Usaré como ejemplo la Universidad de Zaragoza; no sólo porque es, evidentemente, la que mejor conozco, sino porque se asienta en una comunidad con un notable desequilibrio entre la capital –y su zona de influencia– y el resto del territorio. Por lo que respecta a la formación, este modelo permite una mejor planificación académica y un control más efectivo de la duplicación de titulaciones. Cada vez que, en una comunidad con varias universidades, una de ellas consigue de su Gobierno autonómico la creación de una titulación de impacto, las demás reaccionan pidiendo esa misma titulación (u otra de similar o mayor impacto). El resultado ha sido una carrera por conseguir nuevas titulaciones, donde los elementos políticos y de prestigio desempeñan a menudo un papel fundamental. La existencia de una única universidad en la comunidad autónoma permite limitar ese efecto. La creación de una nueva titulación en un campus puede ir acompañada de otras, pero es raro que se trate de duplicar, por lo que el resultado será un mayor abanico de posibilidades de acceso y un mejor servicio a la sociedad. En ocasiones, también lleva consigo un mayor crecimiento del número de estudiantes en localidades diferentes a aquéllas donde se encuentra el núcleo principal de la universidad. Así ha ocurrido en la de Zaragoza, donde los campus de Huesca y Teruel (solo me referiré a los centros propios) combinan enseñanzas repetidas, todas ellas de elevada demanda, con otras específicas de cada localidad. De esta manera, el campus de Huesca cuenta con seis grados no repetidos (Ciencias Ambientales, Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, Gestión y Administración Pública, Ingeniería Agroalimentaria y del Medio Rural, Nutrición Humana y Dietética, y Odontología) y el de Teruel con dos (Bellas Artes y Psicología). La voluntad de no duplicar enseñanzas ha hecho que, en lo que llevamos de siglo, los estudiantes de esos campus hayan pasado de ser el 10,6% de la Universidad de Zaragoza al 14,7%, y a que algunas de estas titulaciones se hayan convertido en referentes nacionales. También la escuela politécnica adscrita que la Universidad tiene en La Almunia imparte grados no repetidos (Arquitectura Técnica y las ingenierías Civil, Mecatrónica y de Organización Industrial). En general, esta política ha servido no sólo para atraer estudiantes, sino también profesorado y personal de administración y servicios que fija su residencia en el entorno de esos campus. La segunda función que desarrolla la Universidad es la investigación. Una generalista e implantada en un amplio territorio permite formar grupos que integren a científicos de las distintas localidades, ayudando a potenciar la tarea investigadora en los campus de menor tamaño. Esta fortaleza permite concurrir con mayores posibilidades de éxito a convocatorias nacionales e internacionales y, a medio plazo, asentar grupos de investigación potentes en todo el territorio. En este aspecto, la división de estas universidades en varias de menor tamaño o especializadas sería también negativa para todas sus partes. Es esta causa la que ha llevado a que algunos países europeos estén apostando actualmente por el reagrupamiento de universidades. Pero no se trata únicamente de una cuestión de tamaño, sino también de interdisciplinariedad, de poder disponer de una actividad que afecte a todas las ramas del conocimiento, con las sinergias que eso lleva consigo. Además, la presencia de grupos de investigación potentes en ciudades es útil para atraer talento a las mismas y aumentar su visibilidad internacional. La actividad de la Universidad no se limita a la docencia y a la investigación. Su tercera misión es la transferencia de conocimiento, que tiene diversas dimensiones. Por una parte, la relación entre empresas e investigadores. Un modelo como éste permite a la Universidad tener una visión de conjunto de las necesidades sociales y –al disponer de campus en varias ciudades– facilita una relación más cercana con empresas, instituciones e interlocutores sociales, y dar una respuesta más rápida a sus demandas. En nuestra Universidad hemos podido comprobar que las necesidades de las empresas del entorno de la ciudad de Zaragoza no son las mismas que las de las situadas en el resto del territorio aragonés, y que para que la actuación sea eficaz es necesario atender a cada una de ellas de manera diferencial. El conocimiento del territorio es esencial para ofrecer proyectos que culminen en la creación de empresas y la fijación de población en zonas demográficamente deprimidas. En este empeño, tan necesario para el futuro de buena parte de nuestro país, se precisa la complicidad de las distintas administraciones. A esta actividad de transferencia de conocimiento a las empresas es necesario añadir la realización de prácticas de estudiantes en empresas de numerosas localidades, contribuyendo a que conozcan mejor la Universidad, siendo muchas veces la vía para profundizar en las relaciones. Por otra parte, las universidades realizan una importante actividad cultural y no sólo en las localidades que disponen de centros universitarios, sino en todo el territorio al que corresponden. Este verano, nuestra Universidad ofrece cursos de verano (bien directamente, bien a través de entidades en las que participa) en 32 localidades diferentes, mientras que la Universidad de la Experiencia cuenta con sedes en 13. La situación en otras comunidades autónomas es similar. Por todo ello, creo que la existencia de un modelo de universidad única, generalista y extendida por un amplio territorio presenta innegables ventajas para contribuir al desarrollo territorial.
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