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El rompecabezas postelectoral iraquí

Ana Belén Soage

18 de Mayo de 2018, 09:38

El pasado sábado 12 de mayo los iraquíes fueron a las urnas por cuarta vez desde la invasión de 2003 para elegir a sus representantes en el Parlamento. El ambiente era de cauto optimismo tras la derrota de Daesh. Durante la campaña se apreció un cambio de discurso, con las principales fuerzas evitando el sectarismo que tanto había contribuido a la emergencia del grupo terrorista y concentrándose en asuntos como la corrupción, los servicios públicos y el desempleo. Se llegó a hablar de las primeras elecciones post-sectarias, y se esperaba una gran participación que marcaría el comienzo de una nueva era. Pero la campaña electoral no fue ejemplar. A los habituales insultos entre candidatos se añadió la difamación de candidatas; más de 2,000 compitieron por el 25% de los escaños asignados a las mujeres. Los rumores salaces, montajes e incluso vídeos pornográficos que circularon por las redes sociales obligaron a algunas a retirarse, por iniciativa propia o tras presiones de sus partidos, e ilustran las dificultades de una sociedad conservadora para aceptar la presencia femenina en la vida pública. Naciones Unidas denunció el acoso que sufrieron las candidatas y ha lanzado una campaña con los hashtags #WhyNot y #Shakobeha (¿Por qué no?).

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Al final, muchos ciudadanos optaron por el boicot. La participación no alcanzó el 45%, muy inferior al de las elecciones de 2014 y 2010 (superior al 60%) y al de las de 2005 (que rozó el 80%). Al menos se puede celebrar la casi total ausencia de la violencia que había empañado anteriores comicios. Una clase política desprestigiada La baja tasa de participación se ha interpretado como un reflejo de la desilusión del pueblo iraquí con su clase política. Y es que, a pesar de la aparición de nuevas fuerzas y de la retórica post-sectaria, la inmensa mayoría de las caras de los carteles electorales fueron las mismas. Incluso el gran ayatolá Alí Sistani, que utiliza con cautela su considerable influencia sobre la mayoría chií y en el pasado había animado a los iraquíes a acudir a las urnas, hizo público su desagrado por los candidatos y pidió que no se votase a políticos que hubieran utilizado su puesto para enriquecerse. En los últimos años, los iraquíes han salido masivamente a la calle para protestar contra sus representantes. Son destacables las movilizaciones que comenzaron en julio de 2015 y culminaron en abril de 2016 con la toma por asalto de la fuertemente protegida Zona Verde, donde se encuentran las instalaciones del Gobierno iraquí, y la ocupación del Parlamento. Una de las principales reivindicaciones de los manifestantes era la reforma de la infame muhasasa ta’ifiyya, el sistema de cuotas sectario introducido para garantizar la representatividad de las instituciones, pero que ha dado como resultado la intensificación de las tensiones sectarias y el reparto del poder (y de los fondos públicos) entre un puñado de individuos y fuerzas políticas. Evidentemente, los cambios cosméticos introducidos por el primer ministro Haider al-Abadi no han convencido al electorado iraquí. El retorno de Muqtada El gran ganador de los comicios ha sido Muqtada al-Sadr, líder de la fuerza más votada aunque él mismo no figuraba en la lista. Muchos lo recordarán como el joven y exaltado clérigo cuya milicia, el Ejército del Mahdi, lanzaba ataques contra las tropas extranjeras y perpetraba atrocidades contra los sunníes. En los últimos años, al-Sadr ha adoptado un discurso más moderado, rechazando la violencia y propugnando la defensa de la legalidad y la unidad nacional por encima de diferencias étnicas y sectarias. No es una coincidencia que su nueva milicia, que estableció en 2014 para participar en la lucha contra Daesh, se llame Saraya al-Salam (Compañías de la paz). Al-Sadr no ha perdido su toque populista y desempeñó un papel destacado en las protestas de 2015-16 junto con grupos laicos y de izquierdas. La coalición que formó para participar en las elecciones, Sa’irún Nahwa al-Islah (En marcha hacia la reforma), incluye al partido comunista. Obtuvo (*) un total de 54 escaños de los 329 del Parlamento, ganando por un amplio margen en los barrios pobres de Bagdad, base de poder de al-Sadr. Sin embargo, no resultó elegido su candidato más conocido, Montazer al-Zaidi, que se convirtió en una pequeña celebridad cuando arrojó sus zapatos a George W. Bush durante una rueda de prensa en 2008. Por otro lado, al-Sadr es un nacionalista preocupado por la influencia iraní en Irak, lo cual lo enfrenta a la segunda lista más votada. Las milicias pro-iraníes, la segunda fuerza La coalición Fath (Victoria) está integrada por algunas de las milicias que formaron parte de las Unidades de Movilización Popular contra Daesh. La principal es la Organización Badr, formada en Irán en 1982 y que luchó en la guerra entre Irán e Irak en el bando iraní. También destacan por su tamaño e importancia las Brigadas de Hizbullah, que se escindió de la anterior tras la invasión de Irak; y ‘Asa’ib Ahl al-Haqq (la Liga de los Justos), a su vez una escisión del Ejército del Mahdi de Muqtada al-Sadr. Los vínculos de esas milicias con Irán son bien conocidos, y al menos algunas de ellas han luchado en Siria en el bando iraní. Fath obtuvo 48 escaños y un apoyo considerable en las provincias chiitas conservadoras del sur del país, donde la presencia iraní es palpable: Babel, Basora, Diwaniya, Karbala... El primer ministro, Haider al-Abadi, ha tenido que enfrentarse al dilema de qué hacer con las milicias pro-iraníes. A diferencia de las leales a Sistani o al-Sadr, se resisten a integrarse en las fuerzas de seguridad iraquíes, y se teme que pretendan erigirse en aparato militar paralelo, como la Guardia Revolucionaria Islámica en Irán. De hecho, el líder de la Organización Badr y cabeza de lista de la Coalición Fath, Hadi al-‘Amiri, tiene una estrecha amistad con Qasem Suleimani, comandante de la Fuerza Quds, la división de la Guardia Revolucionaria responsable de las operaciones fuera de Irán. Las elecciones lo han puesto en una posición relativamente fuerte para consolidar el poder de las milicias. Los perdedores El principal perdedor ha sido al-Abadi, que esperaba capitalizar la derrota de Daesh tras tres años de guerra y la gestión, relativamente incruenta, del intento de secesión kurdo en septiembre 2017. Su Coalición Nasr (Victoria) ha ganado 42 escaños, quedando tercera (quinta en Bagdad). Tampoco tiene motivos para regocijarse su predecesor, Nuri al-Maliki, cuyas políticas sectarias favorecieron la propagación de Daesh y condujeron a su relevo en septiembre 2014. Su Coalición del Estado de Derecho (CED) ha obtenido 25 escaños, frente a los 92 de las anteriores elecciones. El fracaso de ambos representa el peor resultado electoral para el partido islamista Dawa, al que ambos pertenecen, desde su regreso de Irán en 2003. Otro perdedor ha sido ‘Ammar al-Hakim, antiguo líder de la Asamblea Suprema Islámica de Irak. ASII se creó originalmente en Irán en 1982 bajo el liderazgo de Muhammad Baqir al-Hakim, tío de ‘Ammar. La entonces Brigada Badr apareció como su milicia, pero se escindió en 2007, cuando el partido empezó a distanciarse de la República Islámica (la Organización Badr es su sucesora). Tras ser uno de los principales partidos de la era post-Saddam, ASII había ido perdiendo apoyo frente al partido islamista Dawa, y en julio de 2017 al-Hakim anunció el establecimiento de un movimiento nacionalista no islámico, Hikma (Sabiduría). Sus decepcionantes (sólo 18 escaños) demuestran que al-Hakim ha seguido perdiendo el apoyo de sus bases. Una difícil coalición La fragmentación del voto hará difícil alcanzar los 165 escaños necesarios para gobernar, pero se perfilan dos posibles coaliciones. La primera incluiría a Sa’irún y Nasr, y podrían completarla el partido laico Wataniyya, del antiguo primer ministro Iyad Allawi, que mantiene sus 21 escaños; la coalición sunní Muttahidun, que ha bajado de 23 a 13; y alguno de los partidos kurdos minoritarios. La segunda coalición implicaría un acuerdo entre las dos fuerzas pro-iraníes con las que al-Sadr ya ha anunciado que no desea negociar: Fath y CED, a las se podrían unir el conservador Partido Democrático Kurdo y varios pequeños partidos sunníes afines a al-Maliki. Al-Sadr tiene ahora cuatro semanas para intentar formar Gobierno antes de que la iniciativa pase a al-‘Amiri. El resultado de los comicios constituye un revés para los planes de Washington y los vecinos árabes de Irak, que habían apostado por la reelección de al-Abadi. Sin embargo, pueden encontrar cierto consuelo en la victoria de Sa’irún sobre Fath y el colapso electoral de al-Maliki, que representan un golpe para las ambiciones iraníes en Iraq. EEUU ha fomentado un acercamiento con Arabia Saudí a fin de contrarrestar la influencia iraní, y tanto al-Abadi como al-Sadr visitaron Riad en 2017; el primero, en dos ocasiones. Es posible que el poderoso príncipe heredero saudí, Muhammad bin Salmán, se decida a realizar su esperada visita a Bagdad en un futuro próximo para consolidar las relaciones saudo-iraquíes y continuar el aislamiento regional de Irán. (*) Los resultados son provisionales.
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