Hace poco más de un mes las mismas fuerzas políticas que hoy han propuesto a Joaquim Torra como presidente de la Generalitat hicieron lo propio con Jordi Turull. Y, sin embargo, los discursos de uno y otro se parecen muy poco. Si el de Turull fue calificado unánimemente de "autonomista" y respetuoso, si no temeroso, del marco constitucional, el discurso de Torra, por el contrario, vuelve a la dinámica de contestación y superación de dicho marco bajo el lema, uno más, de Fem República, sea cual sea su significado. Las razones de este cambio son diversas y, a mi juicio, expresivas del desarrollo de la política catalana.
En primer lugar, muchos atribuirán el cambio a la amenaza judicial que pesaba sobre Jordi Turull, que le habría llevado a rebajar sus planteamientos para evitar la prisión provisional que, en cualquier caso, el juez Llarena decretaría inmediatamente. No comparto esa tesis, o, en todo caso, la considero una mera manifestación de algo más profundo: la reconducción que se estaba produciendo del independentismo, y no sólo de los procesados, al marco constitucional. Y no creo que eso pueda atribuirse sólo a la amenaza del procesamiento ante el Tribunal Supremo sino que, por el contrario, constituía una posición política dentro de los partidos independentistas derivada del fracaso de la declaración del 27-O y la insuficiencia de los apoyos electorales del independentismo.
De manera contraria, la actuación judicial explica, a mi juicio, buena parte del cambio de escenario y el refuerzo de las posiciones más radicales de las fuerzas independentistas. Los autos de procesamiento dictados por el juez Llarena el día después del discurso de Turull y la reactivación de la euroorden sobre los miembros del anterior Govern, así como muy especialmente su cuando menos azaroso discurrir en Alemania, han significado un refuerzo de la posición política liderada por Puigdemont: por el cuestionamiento de la actuación judicial española en los tribunales alemanes; por un igual cuestionamiento en España de las bases de la instrucción realizada sobre el delito de rebelión; por el desánimo generado en quienes esperaban encontrar una vía constitucional de reivindicación independentista combinada con un ejercicio del poder ejecutivo en el marco constitucional; y, por último, por la dinámica de solidaridad y realineamiento que han generado las decisiones de prisión provisional.
En tercer lugar, el liderazgo de los partidos independentistas (ERC y PDCat) está extraordinariamente debilitado por las decisiones de encarcelamiento. Este debilitamiento refuerza, por una parte, el peso político del único líder en libertad, el ex presidente Puigdemont; y, por otra, propicia una renovación interna en los partidos que incrementa el protagonismo de personas más vinculadas al activismo social que a la gestión política, en una evolución en la que el peso de la ANC sigue muy presente.
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Más relevante aún es el debilitamiento de los propios partidos, en especial del PDCat, y su sustitución por un movimiento profundamente personalista en torno a la figura de Puigdemont, lo que lleva a dinámicas y criterios de decisión imprevisibles, extrañas en un sistema parlamentario (y casi diría democrático) y poco sensibles a los proyectos a medio o largo plazo.
El último cambio a mi juicio relevante es, por supuesto, la delegación de voto de los diputados Puigdemont y Comín, que permite prescindir del apoyo activo de la CUP; aunque formalmente mucho podría discutirse sobre esa delegación, fundada de nuevo en las resoluciones de la instrucción del Tribunal Supremo, lo cierto es que no hace más que restaurar la realidad del resultado electoral del 21-D.
Lo que no ha cambiado es la realidad a la que debe enfrentarse el discurso de todo candidato independentista a presidente de la Generalitat: la vigencia del marco constitucional y la ilegalidad de cualquier proyecto fundado en el enfrentamiento con la Constitución y en la acción unilateral; la incapacidad para asumir el ejercicio efectivo del poder en caso de conflicto; la falta de cualquier apoyo internacional a la independencia; y, sobre todo, la insuficiencia de la base social independentista para un proyecto de tal envergadura. Que ante esta realidad la opción de Jordi Turull de asumirla intentando transformarla haya dejado paso a una reedición de actuaciones basadas en realidades paralelas e ilusorias es la triste consecuencia de las razones expuestas. Sin incidir en ellas será difícil, en mi opinión, superar la situación actual.