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Los techos de cristal son más altos en la Universidad

Mélany Barragán Manjón

13 de Abril de 2018, 07:13

Con motivo del 8 de Marzo, las miradas se han centrado en la situación de la mujer en ámbitos como el laboral, el político o el socioeconómico. Las limitaciones y discriminación que sufre en estos frentes también son evidentes en el ámbito académico, un espacio idóneo para la promoción de valores como el mérito o la capacidad. Pese a que el último informe del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte sobre el sistema universitario español y el estudio de la Conferencia de Rectores (CRUE), ambos con datos del curso 2015-2016, evidencian que la nota media de las mujeres es superior a la de los hombres, y aunque en las encuestas de evaluación ellas tienen valoraciones más positivas sobre su desempeño, el porcentaje de las que llegan al escalafón más alto de la carrera académica es sensiblemente inferior al de sus colegas varones. En la Universidad, como en otros ámbitos laborales, las mujeres se sitúan en los puestos con menos poder y remuneración. Esto no responde a que se les pague menos sino a que, pese a que son mayoría entre el alumnado, todavía están infrarrepresentadas entre el profesorado. Según datos del Ministerio de Educación, las mujeres representan en la actualidad el 40% de los docentes y su incorporación se incrementa de media sólo medio punto por año. Si se mantiene esta tendencia, habría que esperar hasta 2040 para lograr una equiparación con el porcentaje de hombres docentes.

Fuente: Datos y cifras del Sistema Universitario Español. Curso 2015-2016

La segregación vertical de las profesoras en la enseñanza universitaria tiene una particularidad: es el único nivel educativo en el que su peso es inferior al de los hombres. Las mujeres representan el 71,6% del profesorado preuniversitario, alcanzando su nivel máximo en los centros de Infantil, donde son el 97,6% de la plantilla. En la enseñanza primaria, el porcentaje es del 80% del personal docente, y en la secundaria suponen el 60,3%. También en el ámbito de la investigación se producen desigualdades de género. Datos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) para 2017 apuntan que, aunque el 56,7% de los contratos de personal pre-doctoral en formación corresponden a mujeres, la cifra desciende al 37% para el caso de los contratos postdoctorales. Asimismo, únicamente el 33% de los proyectos de investigación nacionales y el 29,6% de los internacionales cuentan con mujeres como investigadoras principales.
RyC:Contratos Ramón y Cajal, CT: Científico Titular, IC: Investigador Científico, PI: Profesor de Investigación

Fuente: CSIC

Esta infrarrepresentación en el ámbito universitario se hace todavía más patente en los puestos de mayor prestigio: el 79% de las cátedras y cargos de dirección de las universidades públicas están ocupados por hombres. Esta desproporción es inferior en los centros privados, donde la distribución es de un 57% de varones y un 43% de mujeres. A este respecto cabe señalar que, a pesar de que las tasas de respuesta afirmativa de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (Aneca) a la solicitud de la figura de catedrático son similares para hombres y mujeres –en torno al 70% en ambos casos–, la proporción de solicitudes sí que varía: es considerablemente superior para los hombres. La mayor desigualdad, sin embargo, se encuentra cuando hablamos de rectorados: sólo cuatro mujeres ocupan este cargo en todo el Estado. Aunque la Ley de Paridad de 2007 establece su aplicación también en la Universidad, ésta tiene efecto principalmente en los puestos de designación o de libre disposición, como el de responsable del gabinete de un rector o los de directores de área. Rectores, decanos o directores de departamento se eligen por votación y existe una desigualdad de origen que favorece el inmovilismo. La mayor parte de los cargos han sido tradicionalmente ocupados por hombres, y aún son ellos los que toman la mayor parte de decisiones y manejan los recursos, por lo que se mantiene cierta inercia a lo largo del tiempo. Asimismo, existe cierta predisposición a que las mujeres ocupen determinados cargos no estratégicos o los puestos más amables. A partir de los datos expuestos, es razonable señalar el desequilibrio existente entre los niveles de formación y participación social de las mujeres. Aun cuando los indicadores objetivos sobre sus niveles de preparación son positivos, hay inequidad en los procesos de selección y promoción. La escasa renovación generacional, la existencia de estructuras o coaliciones de poder con un claro predominio de varones y la falta de medidas efectivas para conciliar la vida familiar son algunas de las barreras vigentes en la academia española. Junto a ellas, conviven ciertas pautas culturales que pueden llegar a perpetuar estereotipos sobre las capacidades de hombres y mujeres en el desempeño de tareas de gestión, dirección o investigación. Para tratar de visibilizar el papel de la mujer en el ámbito de la docencia e investigación universitarias, diferentes administraciones y colectivos han realizado diferentes propuestas. Algunas van orientadas a la promoción de formación e investigación en temas de género y a la publicación de datos desagregados (también por género) sobre docencia, gestión e investigación. Otras se enfocan hacia la promoción de medidas y políticas públicas de conciliación. Por último, hay un grupo de iniciativas focalizadas en dar visibilidad a los centros e instituciones que fomenten la equidad en sus diferentes estructuras. Todas ellas persiguen romper techos de cristal y acercar la Universidad a la realidad social que subyace tras ella.
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