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Las bases del SPD aprueban un acuerdo con luces y sombras

Gonzalo Gómez Bengoechea

28 de Marzo de 2018, 17:48

Aunque la sabiduría popular dice que segundas partes nunca fueron buenas, las expectativas de un resurgimiento europeo se han disparado con la reedición en Alemania de la coalición entre socialistas y democristianos. El Partido Socialista Alemán (SPD) ha recogido el guante lanzado por Emmanuel Macron para acelerar la construcción de los Estados Unidos de Europa. El incremento de poder del SPD en la coalición de gobierno debería flexibilizar la política europea defendida por el partido de Angela Merkel (CDU) durante la última legislatura. Sin embargo, que nadie espere una revolución. No habrá ni eurobonos ni un ministerio de finanzas europeo. El acuerdo de gobierno ha sido ratificado por las bases del SPD (378.437 militantes han votado. 14.943 votos inválidos. Participación de un 78,3%. 239.604 han votado SÍ, 123.329 han votado NO). El nuevo Ejecutivo tiene un objetivo político de primer orden en el proceso de integración europeo. En el documento de constitución de la Gran Coalición 2.0 se reconoce que sólo una Europa unida será capaz de defender sus intereses en un mundo cambiante. Para ello, la política económica del nuevo Gobierno deberá ser más ambiciosa e integradora. Desde el punto de vista europeo, las prioridades anunciadas se agrupan en la puesta en marcha de una política fiscal y de reformas más flexible, así como en la creación del Fondo Monetario Europeo (FME). En lo referente al giro de la política fiscal, muchas voces en el SPD han proclamado "el final de la era de la austeridad". El hecho de que el Ministerio de Finanzas vaya a estar en manos del SPD permite inferir una cierta relajación de los objetivos fiscales, un menor énfasis en las reformas estructurales y un incremento del gasto público con objetivos expansivos. El incremento previsto del Plan Juncker y el mantenimiento de los fondos de cohesión destacan entre las medidas concretas que el nuevo Ejecutivo pretende impulsar en Bruselas. Este nuevo rumbo no debe ralentizar la convergencia puesta en marcha desde el año 2010 en la eurozona. No puede haber resurgimiento europeo sin una mayor cercanía en aspectos claves como el sistema fiscal, la educación o la regulación financiera. Será interesante evaluar la acción alemana respecto a su superávit por cuenta corriente. La inacción de los anteriores ejecutivos sobre este indicador llevó a Bruselas a amonestar reiteradamente al país por su efecto nocivo sobre el resto de socios. En cuanto a la creación del FME, en los últimos años se han llevado a cabo interesantes avances en lo que a transferencia de fondos y a gestión de crisis se refiere. La depresión griega aceleró la puesta en marcha del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) y del Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera (MEEF), posteriormente unificados bajo el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE). Según la propuesta del SPD, el MEDE cambiaría en composición e inserción institucional para transformarse en el FME. Sus funciones serían similares a las actuales, pero la gobernanza variaría notablemente. Mientras que el MEDE está controlado directamente por los 19 gobiernos de la Eurozona, a través de un acuerdo internacional, el FME caería bajo la supervisión del Parlamento y formaría parte del cuerpo institucional de la Unión, manteniéndose los derechos actuales de los parlamentos nacionales. Se reduciría así la capacidad de influencia de Alemania sobre futuros préstamos y ayudas a economías en dificultades. Los países periféricos verían este cambio con buenos ojos, pues su voz ganaría algo de peso en una cuestión crucial para su estabilidad. El acuerdo de gobierno deja, junto a estas dos necesarias presencias, dos estruendosas ausencias: la creación de algún tipo de activo de deuda mutualizado y la finalización del proceso de unión bancaria. La actual estabilidad del mercado de deuda soberana descansa sobre la acción del Banco Central Europeo. El riesgo de que la normalización monetaria genere nuevos episodios de volatilidad no debería ignorarse. La necesidad de articular alguna solución desde el centro es acuciante. Que la mutualización de deuda esté excluida del acuerdo devuelve la pelota al BCE, pero la pregunta es hasta cuándo puede el banco central seguir realizando una tarea fiscal, especialmente cuando las primeras señales de inflación despuntan ya en el horizonte. Respecto de la unión bancaria, la postura tradicional alemana ha sido la de no apoyar claramente el establecimiento de un fondo de garantía de depósitos europeo. La CDU arguye que no es posible separar la reducción del riesgo derivado de los créditos impagados de la garantía compartida sobre los pasivos; se pretende evitar que el contribuyente alemán acabe haciéndose cargo del exceso de riesgo asumido por determinados bancos europeos. El silencio sobre esta cuestión sugiere diferentes posiciones entre SPD y CDU. Será interesante observar la que defienda el nuevo Ejecutivo cuando se incorpore a las negociaciones actualmente en curso. En conjunto, el acuerdo cumple con lo esperado. Se diluye la presencia de la CDU en la coalición y en sus planes de futuro. La complejidad de la negociación permite que, en clave doméstica, todos los firmantes puedan mostrarse como vencedores. La CDU mantiene el Gobierno. El SPD obtiene carteras clave, como Finanzas o Exteriores, y prioriza su agenda de manera clara. Que este equilibrio dentro de Alemania vaya a ser positivo para el conjunto de la Eurozona es difícil de aventurar. Las buenas intenciones pro-europeas deben concretarse en pasos efectivos. La ausencia en la agenda de la unión bancaria y de la mutualización de deuda arroja dudas acerca de si el giro descrito será suficiente para acelerar la integración á la Macron. Se abre una ventana de tres años potencialmente muy favorables para ello. Las expectativas son muy altas, pero la historia está plagada de secuelas largamente esperadas que acabaron decepcionando a crítica y público.
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