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¿El PP ha entrado en declive?

Oriol Bartomeus

18 de Mayo de 2018, 19:33

No por esperado ha sido menos duro. Los datos del barómetro del CIS publicados hoy han puesto sobre la mesa la fragilidad de la posición del PP en la actual coyuntura política española. Dese el inicio de la legislatura los populares se han dejado casi tres millones de sus votantes de 2016. Hoy, los populares solo mantienen el apoyo del 65% de los electores que escogieron su papeleta hace casi dos años. El descenso ha sido continuo barómetro tras barómetro.

Según la estimación del propio CIS, en caso de celebrarse las elecciones este domingo, el PP obtendría un 26% de los votos, siete puntos menos de los que obtuvo en las elecciones de julio de 2016. En el mismo período posterior a la convocatoria de 2011, los datos del CIS pronosticaban al PP el doble de caída, doce puntos. La diferencia hoy respecto al verano de 2013 es que a los populares parece haberles salido un serio competidor en su espacio ideológico.

En 2013 los votantes del PP descontentos con el gobierno Rajoy se refugiaban en la abstención o en la indecisión. No tenían ningún otro sitio donde ir. Hoy parece diferente, y el grupo más numeroso de los que recuerdan haber votado al PP en 2016 y no declaran intención de volver a hacerlo se van a C’s. Concretamente 1,2 millones de votantes populares optarían hoy por los de Rivera. Hace un año eran apenas doscientos mil.

Estimación de voto, barómetros CIS 2015-2018

Parece existir una cierta lógica evolutiva en la mayoría de los partidos políticos, que les lleva a reproducir una secuencia similar de crecimiento-estabilización-declive. Prácticamente todas las formaciones políticas han pasado por un ciclo de este tipo, o han encadenado ciclos parecidos de expansión y retroceso. No hay una ley universal perfecta que de alguna manera determine los ciclos vitales de los partidos, pero sí que parece existir una lógica general, visible en muchos casos concretos.

Al fin y al cabo, los partidos políticos actúan como seres vivos, adaptándose al medio e interactuando con él. Así, no es de extrañar que los partidos se beneficien de coyunturas favorables y sufran cuando éstas se vuelven negativas. E incluso puede observarse cómo la propia actuación del partido (de sus dirigentes) provoca en cierta manera el cambio de coyuntura, que en último caso llevará al propio partido al declive.

Así, se pueden identificar los elementos que componen los momentos "de subida" y "de bajada" de un partido. En el primer momento parece que todo se conjura para beneficiar al partido, las encuestas le sonríen, los apoyos se multiplican, sus iniciativas encuentran eco en los medios y los votantes se acercan, el liderazgo se refuerza y la paz interna se asienta. En los momentos "de bajada", en cambio, todo parece alinearse para perjudicar al partido: sus actos parecen no tener efecto, sus decisiones no encuentran eco o incluso descarrilan, los apoyos huyen, los medios le dan la espalda, el liderazgo flaquea y las tensiones internas suben a la superficie.

Todo lo que en el momento "de subida" parecía beneficiar al partido, se vuelve negativo en la etapa "de bajada". Es como si hubiese caído sobre la organización una especie de maldición de la que no puede sustraerse. Es más, en el momento "de bajada" cualquier acto, cualquier decisión, tiene el efecto contrario del que se buscaba. Todo sale mal. El partido va de tropiezo en tropiezo, y se instala en sus dirigentes el miedo y las prisas, que no hacen más que profundizar en la tendencia hacia abajo. El partido entonces entra en una espiral negativa que parece no tener fin. El estadio final de este proceso es la desbandada. Para eso es necesario que los votantes encuentren una alternativa en la que refugiarse, a la que huir.

¿Ha entrado el PP en una espiral de este tipo? Sus últimas actuaciones parecen insinuarlo: todas sus iniciativas se cuentan por tropiezos. El PP lleva un tiempo disparándose en el pie. Por señalar sólo las últimas: la terrible entrevista a Rajoy en Onda Cero y la impugnación del gobierno a la convocatoria del pleno de investidura en el Parlament de Cataluña, rechazada por el Consejo de Estado y salvada con coscorrón incluido por el Tribunal Constitucional.

El PP parece haber entrado en terreno resbaladizo y no son pocos los que apuntan a una fase terminal de declive. Es cierto que Rajoy ya ha vivido varios intentos de entierro y ha salido de todos ellos vivito y coleando. Esta vez, no obstante, podría ser que la Fortuna hubiera dictado su sentencia. El destino ya no sonríe a Rajoy y los suyos, y empiezan a evidenciarse las primeras fugas de antiguos aliados.

La situación actual del PP recuerda a la del PSOE de los primeros noventa. Hay elementos coincidentes en ambos períodos. Al PSOE también lo atrapó la ciénaga de la corrupción, de la que no pudo escapar (el caso Juan Guerra como primer capítulo de una retahíla inacabable). Luego vino la fractura interna, la batalla entre guerristas y renovadores. El liderazgo de Felipe González empezó a perder brillo en medio del hartazgo general. Y luego vino el relato, la construcción de la necesidad del cambio, de regeneración, de la imprescindible "oxigenación democrática", por parte de unos medios capaces de imponer su agenda a un gobierno acorralado. El eslabón final fue la aparición de un rival, de una alternativa posible: el nuevo PP de José María Aznar, que supo abrir la puerta del coto electoral socialista donde nunca pudo entrar Manuel Fraga y su Alianza Popular.

Obviamente, en la primera mitad de los noventa el PSOE obtuvo éxitos. Revalidó el gobierno en plena crisis postolímpica en 1993. Pero la espiral negativa se había puesto en marcha y no parecía que hubiera forma humana de pararla. Las elecciones municipales y autonómicas de 1995 fueron la puntilla, y las generales de un año después la confirmación.

¿Ha entrado el PP en una espiral similar a la del PSOE en la primera mitad de los noventa? Es difícil de decir, pero hay indicios que parecen apuntar en esa dirección. Por lo pronto, los populares están atrapados en el laberinto judicial de la Gürtel, con derivaciones que les auguran una buena temporada de imágenes de tribunales, testigos, jueces, acusados, y las consabidas declaraciones de antiguos socios, amigos y conocidos. El control que el PP supo ejercer sobre Bárcenas no ha funcionado con Correa y sus socios. El control de daños parece imposible, y en algún momento deberá caer una pieza de caza mayor. Mientras tanto, los consabidos "yo no sabía nada" o "son cosas del pasado" afectan de lleno a la credibilidad del presidente, que no dispone de fusibles.

La recuperación económica pregonada por el gobierno tampoco parece surtir efecto. He ahí otra coincidencia con el escenario de los primeros noventa. La salida de la crisis postolímpica tampoco salvó al PSOE. Rajoy intenta constantemente centrar el debate político en las buenas cifras macroeconómicas, pero a pesar de una cierta mejora en la opinión ciudadana (las opiniones negativas acerca de la situación económica han caído más de treinta puntos desde 2012), la valoración del gobierno y de su presidente siguen bajo mínimos (sólo el 11% valora positivamente la gestión gubernamental, y sólo un 20% dice confiar en Rajoy, si bien es cierto que es su mejor marca desde el verano de 2012).

Por lo que respecta a la cohesión interna en el PP, es más que evidente que existe un conflicto entre la vieja guardia popular y los tecnócratas agrupados bajo el liderazgo de Soraya Sáez de Santamaría. Es un conflicto con cierta raíz generacional, pero también lo es entre partido y gobierno, lo que le da un cierto aire de similitud a la pugna entre el aparato y los renovadores en el PSOE de hace veinticinco años. Gestión frente a esencias. Cada grupo defendiendo su trinchera y sus espacios de poder (en el partido y en el gobierno). Y cada uno filtrando las miserias de los otros, celebrando sus tropiezos y defendiendo a muerte a sus alfiles, sin que el líder parezca capaz de poner paz a una guerra que desgasta al conjunto del partido.

Ni tan siquiera el tema catalán, el gran salvavidas al que se agarró el PP, parece salirle bien. Si bien en un principio Rajoy consiguió maniatar al PSOE y a C’s, obligados a seguir la senda del gobierno en un "rally round the flag" de manual, el enquistamiento del tema ha expuesto con crudeza los límites de su estrategia. Primero, la incapacidad del gobierno para interceptar las urnas en la votación del 1 de octubre, después la imposibilidad de acabar con la mayoría independentista en el Parlament, para acabar con el embrollo judicial en el que se ha metido el gobierno, y en el que ha metido al Constitucional, a cuenta de la impugnación de la posible investidura de Puigdemont.

Por si esto no fuera poco, del problema catalán ha surgido la alternativa que puede darle la puntilla al PP. Lo hemos visto en todas las encuestas posteriores al 21D y el CIS lo ha ratificado: C’s se lleva una porción importante de voto popular. Ya lo hizo en las elecciones catalanas. Uno de cada tres votantes del PP de 2015 habría apoyado esta vez a la lista de Arrimadas. El voto del PP descontento ya tiene donde ir. El 21D puede haber sido el pistoletazo de salida de la desbandada. Lo podremos ver en las municipales y autonómicas de la primavera del año próximo.

Evolución de la intención directa de voto, según ubicación en el eje izquierda-derecha. Barómetros CIS, enero 2017-enero 2018

La Historia no se repite pero se parece. El PP podría estar describiendo una evolución similar a la del PSOE de mediados de los noventa. Podría haber entrado en ese punto de no retorno a partir del cual se van perdiendo apoyos a una velocidad creciente. No sólo entre los electores. Eso viene luego. Primero se pierde el aura de gobernante eficaz. Luego se empiezan a apartar los antiguos amigos, los opinadores que se mostraban favorables, los medios que te jaleaban. Vienen los nervios, se toman decisiones a la desesperada. Cuando éstas salen mal, afloran las tensiones internas, aireadas sin rubor. Aparece entonces la alternativa, apoyada por aquellos que parecían tus amigos hasta ayer. Y ahí es cuando empieza la centrifugación del electorado. 2019 podría traernos aires de 1995.

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