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Presidente, así está la igualdad de género en la UE

Ariane Aumaitre Balado

25 de Enero de 2018, 20:30

La igualdad de género se encuentra en el corazón de los objetivos de la Unión Europea desde  que el Tratado de Roma introdujese, ya en 1957, el principio de igual remuneración para hombres y mujeres. A día de hoy, la igualdad se muestra como un objetivo explícito tanto a nivel europeo como en la mayoría de estados miembros, y las políticas de igualdad, en sus diferentes modalidades, se han convertido en algo común. Sin embargo, si bien a lo largo de las últimas décadas se han producido grandes mejoras –las mujeres estamos hoy mucho más cerca de la igualdad de lo que lo estábamos cuando se creó la Comunidad Europea- , la desigualdad sigue manifestándose en diferentes dimensiones.

En este contexto, el último Índice de Igualdad de Género elaborado por el Instituto Europeo de Igualdad de Género nos ayuda a comprender mejor la evolución de la igualdad en la UE a lo largo de los últimos años (período 2005-2015). El índice mide, a través de 31 indicadores, las brechas de género existentes en 6 dominios: trabajo, dinero, conocimiento, tiempo, poder y salud. Esta organización nos permite observar qué países lo hacen mejor o peor tanto a nivel agregado como en dominios específicos, así cómo saber cuál es el estado de la igualdad en la UE en diferentes áreas.

A nivel europeo, el dominio donde la brecha de género es menor es la salud, donde la media de la UE es de 87.4 puntos sobre 100. El segundo dominio sería el del dinero, que mide indicadores como ingresos mensuales o el riesgo de pobreza, en el que la igualdad alcanza 79.6 puntos. El peor dominio, bastante distanciado del resto, es el de la brecha de género en el ámbito del poder, que apenas alcanza los 48.5 puntos. Cabe destacar, como nota positiva, que este también es el dominio donde más ha aumentado la igualdad entre 2005 y 2015, probablemente por el gran margen de mejora posible. Por último, la única categoría donde la puntuación ha bajado en media es la del tiempo, que mide indicadores como el cuidado de personas dependientes, las horas dedicadas a trabajo no remunerado o la cantidad de tiempo libre para actividades de ocio.

Los países que mayores puntuaciones tienen son Suecia, Dinamarca y Finlandia, mientras que en la cola nos encontramos a Grecia, Hungría y Eslovaquia. En general, en casi todos los países ha habido mejoras en igualdad entre 2005 y 2015, con la excepción de Eslovaquia, que ha empeorado, y de la República Checa y el Reino Unido, que se mantienen constantes. España, por su parte, tiene una puntuación de 68.3 puntos, justo por encima de la media de la UE  de 66.2. Destaca positivamente que es uno de los cuatro países donde la igualdad ha mejorado en los 6 campos de estudio (la mayoría de países retrocede en al menos algún dominio durante el período).

Los resultados nos muestran una serie de retos transversales a los dominios de estudio. En este sentido, uno de los principales retos es el hecho de que las mujeres sigan siendo penalizadas a diferentes niveles por el hecho de tener hijos. En el ámbito del trabajo, una de las principales fuentes de desigualdad surge de la dificultad generalizada a la hora de conciliar vida familiar y laboral. Esto es algo especialmente grave en el caso de las familias monoparentales, que en ocasiones no son capaces de obtener ingresos suficientes por problemas de conciliación. El efecto de los hijos, además, es inverso en los hombres: las tasas de actividad son mayores entre hombres con hijos que entre hombres sin hijos.

Esta "penalización" por tener hijos se traslada también al ámbito del dinero. Así,  los datos nos muestran que mientras la brecha salarial es del 14% entre hombres y mujeres sin personas dependientes a su cargo, aumenta hasta un 38% cuando las personas tienen hijos. Este efecto va en las dos direcciones. Por una parte, los hombres tienden a ganar más una vez tienen hijos. Por otra, los ingresos de las mujeres se reducen.

El otro gran reto transversal que muestran los resultados del índice es el de la segregación, tanto en el dominio del trabajo como en el del conocimiento. En el ámbito laboral, las mujeres tienden a concentrarse en puestos de trabajo de peor calidad y estatus, con menos perspectivas de promoción; algo que tiene importante consecuencias en la brecha salarial, en la brecha de pensiones o en la presencia de mujeres en puestos de poder. A nivel sectorial,  existe una brecha de 22 puntos entre las mujeres con trabajos en educación, salud u otras actividades sociales (un 30% frente a un 8% de hombres). Los datos muestran, además, que la segregación se acentuó entre 2005 y 2015.

La fuente de la segregación laboral la encontramos en el sistema educativo: así, una de las principales fuentes de desigualdad en el dominio del conocimiento es también la segregación. El 43% de mujeres de la UE estudia carreras relacionadas con educación, salud y bienestar, frente a un 21% de hombres. Al igual que en el ámbito del trabajo, la situación ha empeorado en la última década, con la brecha aumentando hasta 8 puntos en países como Alemania. Algo especialmente preocupante con respecto a la segregación es que se extiende incluso hacia los países con mejores resultados de igualdad globales. Dinamarca y Suecia son los dos países con mayor segregación sectorial en el trabajo, y solo son superados por Bélgica en el ámbito de la educación.

En resumen, el índice muestra que, si bien ha habido avances en materia de igualdad entre 2005 y 2015, el progreso sigue siendo lento y queda mucho trabajo por hacer en diferentes áreas. Especialmente, el índice nos muestra la necesidad de avanzar en políticas de conciliación, que permitan a las mujeres tener hijos sin que esto suponga un coste en términos de carrera laboral y poder económico. Impulsar una mayor igualdad sectorial puede ser también clave a la hora de evitar que las mujeres se concentren en puestos de trabajo de peor calidad.

El impulso de políticas de igualdad transversales que contribuyan a la reducción de las brechas de género en los diferentes dominios es algo que debe combinar acción europea y nacional. Por una parte, la UE puede actuar con regulaciones que establezcan estándares mínimos, como ya lo ha hecho en materia de bajas de maternidad y paternidad, y contribuyendo al intercambio de buenas prácticas entre estados. Por otra parte, es el rol de los estados el de encontrar las políticas que mejor puedan adaptarse a sus características socioeconómicas e institucionales. Si queremos recorrer el camino hacia la eliminación de estas brechas, es necesaria una acción conjunta, transversal y que sitúe la igualdad como prioridad política.

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