5 de Enero de 2018, 20:07
Tras los resultados electorales del 21D, llega la hora de las valoraciones que no pueden sino hacerse a partir de las expectativas que se habían depositado en ella. En este sentido, parece claro que la sorpresiva convocatoria de Mariano Rajoy de unos comicios en Cataluña una vez puesto en marcha el art.155 se presentaba, quizás ingenuamente, como el paso necesario para una nueva etapa. Ante el encallamiento y gravedad de la situación, se necesitaba una propuesta que albergara algún tipo de esperanza de solución (para los más optimistas), o al menos, de poder seguir adelante ante un estadio que se apreciaba insostenible (para los más desesperados). La propuesta del Gobierno, por inesperada, fue así bienvenida, incluso aplaudida y calificada de inteligente por lo que de contragolpe suponía para el adversario independentista.
En definitiva, lo que parecía ser el cenit de una etapa de enfrentamiento creciente (el temido choque de trenes), requería de una respuesta más sosegada y en los márgenes de la democracia. Era el momento de que se clarificase el respaldo con el que contaba cada uno de los bandos encontrados y de esta manera poder poner en claro la legitimidad de las reivindicaciones de cada uno de ellos.
Desde el lado del independentismo se deseaba mostrar que contaban con el apoyo mayoritario de la ciudadanía catalana para seguir adelante con el procés, un respaldo que sin embargo, consideraban que les fue arrebatado con la declaración de ilegalidad del referéndum del 1 de octubre. Desde el lado constitucionalista, por su parte, se albergaba la esperanza de movilizar a esa mayoría silenciosa que por primera vez en mucho tiempo se había visibilizado en las calles y mostrar así que buena parte de la sociedad catalana no persigue el independentismo.
Sin embargo, los resultados de los comicios en términos cuantitativos no han supuesto cambios significativos como para clarificar el escenario. Ambos bloques siguen a la par: en términos porcentuales el independentismo ha obtenido el 47,49 por 100 de los votos y el bloque constitucionalista el 52,5 por 100.
Con todo, se han producido algunos matices de interés, pero insuficientes para invertir la situación de manera significativa. El bloque independentista ha registrado un ligero descenso en términos porcentuales (-0,25 pp), pero no como para arrebatarles la mayoría absoluta. De hecho, no puede sino apreciarse la alta fidelidad al procés, no habiéndose producido en ellos signos de agotamiento, ante un contexto que, lejos de haber sido adverso, tal y como sostienen algunos líderes independentistas, ha mantenido intacta la necesidad de defenderse ante lo que consideran las injerencias del Estado opresor, con Puigdemont en Bruselas y sus principales líderes encarcelados.
Por el lado constitucionalista, se ha registrado un aumento en porcentaje de votos, si bien igualmente insuficiente para formar una mayoría absoluta con la que hacer frente a la troika independentista. El aumento de la participación, el más alto registrado en unas elecciones celebradas en España (81,94%), ha estado por debajo de las expectativas que en términos electorales se esperaban.
Los resultados, por tanto, no permiten establecer un vencedor en términos de bloques, por mucho que algunos (los independentistas) traten de hacerlo, ni dar lugar así a un punto de partida nuevo. De hecho, parece más bien que estamos, si cabe, incluso más lejos de una solución a corto plazo.
Así, lo que quizás han supuesto las elecciones del 21D no es ya el mantenimiento de una polarización en términos estrictamente cuantitativos (votos), sino también cualitativos (apelación a los sentimientos). Es decir, ha reforzado, aún más si cabe, a cada uno de los bloques en sus respetivas "legitimidades" y alejado la posibilidad de posturas conciliadoras que permitieran establecer algún tipo de puente de entendimiento.
Y es que, el planteamiento de las elecciones como un combate en el que poder hacer una demostración de fuerzas que derribe al contrincante, ha dado como resultado el apoyo mayoritario a los partidos que dentro de cada bloque han mantenido las posturas más beligerantes a la vez que con posibilidades de ganar (Ciudadanos por el lado constitucionalista) o a los que mejor representaban la defensa de la legitimidad "robada" (JuntsxCat en el lado de los independentistas).
Podría decirse que el resultado, interpretado a partir de las expectativas generadas, no hace sino producir un sentimiento de fortalecimiento al bloque independentista, ante las claras muestras de resistencia y fidelidad de sus bases que les ha vuelto a otorgar la mayoría absoluta. Ni el rechazo internacional al procés, ni el traslado de las sedes de numerosas empresas a otras comunidades, ni que la sede de la Agencia Europea del Medicamento haya sido finalmente adjudicada a Ámsterdam en lugar de a Barcelona, ha mermado su respaldo. Por encima de ello, sigue intacto el sentimiento de recuperar su autogobierno y continuar con el procés aún más cuando para ellos el Estado ha dado buena muestra de su carácter opresor (intervención policial el 1O, intervención política con el art.155 e intervención judicial con el encarcelamiento de los principales líderes del movimiento).
El bloque constitucionalista, por su parte, ha quedado anímicamente "tocado" ante la insuficiente falta de respaldo en un contexto que pensaba que podría favorecerles dados los efectos nocivos del procés que ya se estaban manifestando (en términos económicos y de empleo, así como políticos anulando la capacidad de emprender políticas públicas para hacer frente a las necesidades "reales" de la ciudadanía). Con todo, el partido vencedor de este bloque, Ciudadanos, ha logrado unos resultados notables, con 11 escaños más que en 2015, haciendo que su progresión desde su creación en 2006 haya sido espectacular, hasta el punto de desbancar del escenario político catalán (y ya veremos qué pasa en el nacional) a su principal adversario dentro del bloque, el PP. Este partido, pues, y a pesar de no poder llegar a gobernar, se encuentra fuerte y convencido (avalado en las urnas) de seguir una línea de oposición dura contra el independentismo.
El peor resultado de estos comicios es pues, a mi entender, el escaso e insuficiente apoyo a los proyectos más conciliadores. No se trataba de unos comicios en los que se buscaran propuestas para una salida negociada, en los que se tratase de entender la postura del adversario, empatizar desde la discrepancia y en los que buscar su confianza para sentarse a hablar. No. Los matices no eran importantes, la demostración de fuerzas sí. De ahí que lo que se ha constatado es que la diferencia entre bloques sigue casi intacta, la composición intra bloque no. Y es ahí donde reside la mayor dificultad de afrontar la nueva situación. El bloque independentista ha ido muy lejos como para renunciar a seguir con el procés. Ciudadanos, por su parte, no puede arriesgarse a desilusionar a sus votantes, y no sólo del ámbito autonómico en cuestión.
Llegados a este punto, el panorama desgraciadamente es desolador. Los incentivos para generar un contexto de diálogo son ciertamente bajos. Como en un ejemplo del famoso dilema del prisionero, ninguno va a arriesgarse a dar un paso al frente, con lo que la consecuencia es que pierde la ciudadanía en su conjunto. Y no sólo por la tristeza que a muchos nos produce ver a la sociedad dividida, sino porque los efectos pronto se harán sentir en el ámbito nacional. Si la tensión prosigue y los independentistas en el gobierno autonómico deciden seguir adelante con el procés, el gobierno de Rajoy se verá obligado a volver a aplicar el art.155, con lo que los presupuestos generales seguirían pendientes de aprobación, ante la oposición del PNV a respaldarlos, y por ende, un elenco de políticas públicas que tanta falta hacen en el ámbito económico, laboral y social.
Una posible salida sería la convocatoria de unas elecciones generales (dada la creciente debilidad y cuestionamiento del Gobierno actual) que permitiera la formación de un nuevo gobierno y que éste quisiera y pudiera sacar adelante una reforma constitucional que fuera sometida a referéndum al conjunto de la ciudadanía. Probablemente lo que planteo obedezca a que estoy embriagada del espíritu navideño de estas fechas. Y por ello se lo pediré a los Reyes Magos, al fin y al cabo, a ellos se les puede pedir cosas imposibles.