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Rusia y el secesionismo catalán. Una campaña estratégica en la ‘zona gris’ del conflicto

Javier Jordán

8 de Agosto de 2018, 17:57

En los estudios estratégicos el concepto de zona gris se refiere a la franja del conflicto que separa las dinámicas políticas que tienen lugar dentro de los márgenes legales (blanco) y el enfrentamiento armado abierto (negro), que en sus valores más extremos incluye la guerra a gran escala.

A través de las acciones estratégicas en la zona gris –que algunos denominan confusamente como hybrid warfare–, se pretende alcanzar objetivos políticos que difícilmente se lograrían mediante una práctica política y jurídica bona fide, pero sin tener que recurrir a un empleo de la fuerza de coste prohibitivo y con consecuencias inciertas. Y todo ello mediante un planteamiento a largo plazo, gradualista y envuelto en la bruma de la ambigüedad. 

El conflicto en la zona gris se materializa a través de diversas líneas de acción estratégica:

  • Subversión política, apoyando a ciertos grupos de oposición política en el país rival para generar confusión, agudizar fracturas y complicar los procesos de toma de decisiones; ilustrado por el respaldo mediático de Moscú –y financiero en el caso del Frente Nacional Francés– a diversos partidos de extrema derecha anti-UE.
  • Coerción económica, mediante prácticas comerciales que refuercen la presión política. China, por ejemplo, suspendió temporalmente las ventas de metales raros a Japón en 2010 tras la detención de pescadores chinos en el marco de una disputa por aguas territoriales, o retrasó mediante inspecciones la compra de plátanos a Filipinas hasta que éstos se pudrieron en los muelles con el fin de presionar a su Gobierno en la disputa sobre el arrecife Scarborough en el Mar del Sur de China.
  • Operaciones de influencia sobre la opinión pública, creando un relato que deslegitime al adversario y alimentándolo con informaciones sesgadas o con desinformación. Este empeño se puede ver amplificado en las redes sociales por la sinergia con individuos y grupos que compartan un adversario común o una causa semejante.   
  • 'Ciber-ataques' contra entidades públicas y privadas que, además de amedrentar, visualicen la vulnerabilidad del Estado adversario. Pueden ser ataques de diversa consideración: desde denegaciones temporales de servicio en sitios web institucionales que supongan una ligera molestia a acciones de mayor calado como los ciber-ataques sufridos por Estonia en 2007. La dificultad de confirmar la autoría de este tipo de episodios se ajusta cómodamente a unas estrategias que, como decimos, se caracterizan por su ambigüedad.
  • 'Sliced salami tactics', obteniendo ganancias graduales que dificulten una reacción severa por parte del adversario. La construcción de islas artificiales con instalaciones militares por parte de Pekín en el Mar del Sur de China, constituye otro ejemplo.
  • Hechos consumados. Suponen un desafío a la disuasión del adversario, y al que se sitúa en posición incómoda si no es capaz de reaccionar de inmediato. La ocupación rusa de Crimea en 2014 es un exponente claro.
  • Disuasión militar coercitiva, intimidando mediante demostraciones de fuerza como maniobras a gran escala cerca de la frontera o violando repetidamente el espacio marítimo o aéreo de los vecinos, como hace repetidamente Rusia en el Báltico.
  • Guerras por delegación (proxy wars), donde se apoya militarmente a un Gobierno o a un actor armado no estatal en contra de un rival estratégico. Actualmente, Estados Unidos y Rusia están librando una guerra de este tipo en Ucrania, donde ambos respaldan militarmente a contendientes opuestos. Lo mismo ha sucedido en los últimos años en Oriente Medio en el marco de la guerra civil de Siria entre diversas potencias regionales y extra-regionales, y ya antes en el enfrentamiento de Irán contra Israel a través de proxies como Hizbollah y Hamas.

Las estrategias en la zona gris son herramientas atractivas en un contexto internacional caracterizado por lo que Walter Russell Mead denomina el retorno de la geopolítica. Una mayor distribución de poder relativo anima a que grandes potencias como Rusia y China traten de alterar el statu quo construido por Estados Unidos y a que intenten reafirmar sus respectivas esferas de influencia en regiones vecinas. De hecho, el conflicto en la zona gris no es en absoluto nuevo. Durante la Guerra Fría, la hostilidad entre Estados Unidos y la URSS se canalizó a precisamente a través de ese tipo de estrategias.

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A día de hoy, Rusia está librando su particular conflicto en la zona gris contra la Unión Europea. Además de motivaciones concretas –como evitar la ampliación de las fronteras orientales de la OTAN y de la UE, y poner fin a las sanciones derivadas del conflicto de Ucrania–, hay una razón estructural de fondo: impedir la consolidación de un poderoso actor geopolítico en el Oeste. La distribución del Producto Interior Bruto en esta década y las previsiones de crecimiento económico a largo plazo reflejadas en el siguiente mapa ayudan a entender los recelos de Moscú con respecto a una UE cohesionada y efectiva en materia de política exterior.

Fuente: Development Concepts and Doctrine Centre (2014), Strategic Trends Programme Global Strategic Trends - Out to 2045, UK Ministry of Defence, p. 7.

Este marco hace comprensible tanto el oportunismo táctico de Rusia al querer agudizar mediáticamente la crisis secesionista en Cataluña como la naturaleza ambigua de los medios empleados: cobertura favorable por parte del canal de noticias RT y de otras web pro-rusas y uso de 'bots' en las redes sociales para multiplicar el impacto de noticias (incluidas 'fake news') y de mensajes favorables al secesionismo. Esto ha contribuido a que los cuatro principales 'influencers' en Twitter sobre la cuestión independentista catalana hayan sido las cuentas de Julian Assange, RT, Wikileaks y Edward Snowden. Y todo ello mientras el Kremlin evita pronunciarse oficialmente sobre la crisis en España y Cataluña, por considerarlo un asunto interno. Muy en línea con la ambigüedad propia de la zona gris.

La crisis secesionista catalana tiene lógicamente orígenes y vida propia al margen de los intereses de Rusia. Pero, a la vez, posee ingredientes atractivos para los cálculos de Moscú. Distrae la atención del Parlamento europeo y de los decisores de Bruselas, alimenta las tensiones entre los estados miembros, fomenta la polarización social y política e invoca al gran fantasma de Europa durante gran parte del siglo XX: el nacionalismo.

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