3 de Septiembre de 2017, 13:02
En respuesta a la reacción de Víctor Alberto Blanco a mi artículo de opinión sobre la islamofobia, en la que alertaba de que el término es ambiguo y contraproducente, agradezco la oportunidad de extenderme más sobre el tema y realizar un número de clarificaciones y observaciones. Mi artículo destacaba la necesidad de denunciar "ciertos aspectos del islam que muchos musulmanes reconocen como problemáticos" (lo de "ciertos aspectos" lo repito ¡tres veces!), precisamente para evitar caer en esa esencialización que correctamente denuncia. Sin embargo, él mismo pasa por alto la enorme diversidad que existe dentro del islam y que me parece fundamental destacar, como en este artículo publicado hace unos meses en este mismo medio. El reparo a criticar "ciertos aspectos" del islam contribuye a que se ignore esa diversidad y se propaguen las generalizaciones.
El autor también advierte de que hay que "ser precavido en las afirmaciones" sobre el origen del término islamofobia, tema que no abordo en mi artículo. Lo que sí hago es denunciar que ciertos países y organizaciones han impulsado el término, describiendo la islamofobia como "la peor forma de terrorismo". Paralelamente, los mismos actores políticos intentan promover legislación contra la blasfemia a nivel internacional, por ejemplo presionando en las Naciones Unidas. Hace poco más de un mes se celebró una reunión en Londres para discutir la implementación de la "estrategia mediática contra la islamofobia" de la Organización para la Cooperación Islámica y combatir la islamofobia "desde una perspectiva legal y de derechos humanos" (1). Es decir, la organización basada en Yedda y dominada por Arabia Saudí no solo pretender dar lecciones de derechos humanos a los periodistas occidentales, sino que explora vías de llevar a los tribunales los que se resisten a asimilar dichas lecciones (2).
El artículo destaca que la islamofobia es estudiada por investigadores y académicos, e incluso fue objeto de una revista científica. No tengo información suficiente sobre la revista en cuestión, pero señalaría que el que ciertos académicos se concentren en un fenómeno puede indicar, simplemente, la presencia de subvenciones. En concreto, se ha hablado mucho de la influencia de los países del Golfo en instituciones académicas occidentales, a fin de determinar qué se investiga y cómo se presentan los resultados. El año pasado el New York Times se hacía eco de la preocupación sobre la financiación saudí a importantes universidades estadounidenses, que tendría como objetivo prevenir críticas del fundamentalismo salafista que difunde. Unos años antes ya lo había hecho el FT en un artículo titulado 'Western universities' reputations at stake in Gulf links, que hacía referencia a universidades británicas, francesas y estadounidenses y mencionaba a Qatar y los Emiratos Árabe Unidos, además de Arabia Saudí.
Por otra parte, Blanco realiza varias observaciones vagas que poco tienen que ver con el tema que nos ocupa. Afirma que "se olvida" que dentro de otras confesiones existen grupos extremistas y violentos, y a continuación mezcla todo un poco: católicos conservadores, mormones, budistas Sí, por supuesto que la religión es instrumentalizada constantemente con fines políticos. Y que del mismo modo que se denuncian elementos problemáticos en la tradición musulmana, debe hacerse lo propio con las demás. Nadie ha sugerido lo contrario, y parece un poco ridículo tener que añadir constantemente la cantinela "pero en otras religiones también pasa". Sobre todo, cuando se compara la amenaza que representan en la actualidad los extremistas musulmanes a los de otras religiones. En cualquier caso, mi propio artículo hace alusiones en ese sentido, en el cuarto párrafo.
En cuanto a las lamentables agresiones contra los musulmanes que señala el artículo, ¿qué aporta el epíteto "islamófobas"? ¿No es una forma de "excepcionalizar" a los musulmanes, que es algo que debemos evitar, como bien dice el autor? Aparte del hecho que las estadísticas son bastante subjetivas. ¿Podemos saber si un ataque tuvo lugar porque la víctima pertenece a una de las etnias asociadas con el islam? Es posible, incluso probable, que el atacante odie al otro en general, y si un día grita "mora de m****a" a una mujer velada, al siguiente le espete a un español de origen colombiano o chino que se vuelva a "su país". Y aunque la víctima provenga de un país de mayoría musulmana, ¿debemos asumir que sea musulmana y, además, creyente? Si se trata de un exmusulmán que ha tenido problemas y quizás sufrido persecución debido a su apostasía, ¿es legítimo que se incluya su caso en las estadísticas de la "islamofobia"? Y si algún racista ataca a un sij porque, en su ignorancia, asocia su turbante al islam, ¿eso cómo se computa?
Por último, el autor concluye con un párrafo bastante problemático. Textualmente, "me parece poco adecuado acusar a los musulmanes de jugar al victimismo. Más aún si esta afirmación la hacemos desde los grupos sociales mayoritarios que no sufrimos estas discriminaciones". Es evidente por el tono y contenido de mi artículo que mi intención eran denunciar la instrumentalización política que se hace de los ataques contra los musulmanes, no acusarlos de "jugar al victimismo", y esa interpretación me parece malintencionada. La segunda frase hace suposiciones que revelan un desconocimiento de mis circunstancias personales, que son privadas, y constituye un buen ejemplo de esas actitudes políticamente correctas que impiden realizar críticas legítimas del islam y dejan el debate en manos de los que alardean de no ser políticamente correctos: la extrema derecha.
(1) La pregunta que se plantea es, ¿qué derechos humanos? La OCI rechaza los derechos humanos universales como una imposición occidental y en 1990 aprobó su propia versión, la Declaración de El Cairo sobre los Derechos Humanos en el Islam. Esta define el islam como "la verdadera religión", limita los derechos a aquellos que sean "acordes con los principios de la sharía", y ha sido criticada por discriminar contra las mujeres y las minorías religiosas, limitar la libertad de expresión y no reconocer la libertad de culto.
(2) Mientras tanto, Arabia Saudí y otros países del Golfo proporcionan plataformas a sheijs radicales que desde sus mezquitas y sus medios de comunicación tratan a los chiíes de "ráfidha" ("los que han rechazado la verdad"), se refieren a los judíos como "hijos de cerdos y monos" (citando ciertas aleyas del Corán), y demonizan a los cristianos como "cruzados".