10 de Octubre de 2018, 16:31
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Lo ocurrido en Gambia no se puede entender como un caso aislado, sino que es el reflejo de unos vientos democráticos que llevan años soplando en África Occidental. Gambia se une a un nutrido grupo de países que han visto cómo las urnas desalojaban a líderes que hasta hace muy poco parecían eternos. Destacan los casos de Ghana y Nigeria. El 9 de diciembre, el mismo día en que Jammeh decidía no aceptar los resultados de las elecciones de una semana antes, John Mahama, el presidente de Ghana, felicitaba al presidente electo Nano Akufo-Addo por haberle derrotado. En cuanto a Nigeria, 2015 marcó un punto y aparte en la historia reciente del país. Ese año, Muhammadu Buhari ganó las elecciones al presidente Goodluck Jonathan, del PDP, partido que había gobernado el país desde la restauración del orden constitucional en 1999. Otros países de la region que destacan por su compromiso con los valores democráticos son Benin, Costa de Marfil, Liberia, Senegal y Sierra Leona. Diplomacia africana Una vez el dictador abandonó Gambia, fueron numerosas las voces que, tanto procedentes del continente africano como del exterior, celebraron el resultado como un éxito incontestable de la diplomacia africana. La exitosa utilización de la doctrina del palo y la zanahoria por parte de la Cedeao pone en valor la capacidad de la diplomacia africana. En el caso de Gambia, esta ha tomado la forma de un organismo regional africano capaz de hacer imponer la voluntad popular emanada de las urnas sin necesidad de injerencias occidentales. Aunque la Cedeao dista mucho de ser un club perfecto (conviene recordar que no todos los países miembros son democracias), no está de más aplaudir el hecho de que en África Occidental se esté instalando la idea de que perder unas elecciones debe conllevar una transición democrática. En un contexto de incertidumbre internacional, con un presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, que es una incógnita tanto por su política en África como por su compromiso con la ayuda internacional, es fundamental que la Unión Europea se involucre de un modo más activo para fortalecer los mecanismos y foros de resolución de problemas exclusivamente africanos. Aunque la ayuda oficial al desarrollo responde a una deuda histórica, erigiéndose como una compensación claramente insuficiente por la etapa colonial, y, por tanto, no debe desaparecer, la política de la UE debe encaminarse a emancipar a África de la dependencia de esa ayuda. De este modo, Europa tiene que usar sus herramientas diplomáticas para apoyar activamente propuestas como la del ex presidente del Banco Africano de Desarrollo (BAFD/AfDB), Donald Kaberuka, para establecer un nuevo modelo de financiación para la Unión Africana (UA/AU) no dependiente de financiación extranjera. En la actualidad, el 70% de la financiación de la UA proviene de países donantes. Según Kaberuka, una tasa del 0.2 % sobre el valor de las importaciones de los países africanos sería suficiente para garantizar la independencia financiera. A su vez, esto reduciría notablemente la influencia de potencias extranjeras en la toma de decisiones acerca de la resolución de conflictos en el continente. En definitiva, se trata de reforzar las instituciones africanas, no de suplantarlas.