8 mins - 29 de Enero de 2017, 22:05
A lo largo de 2015, los ciudadanos turcos, azuzados por su presidente y hombre fuerte Recep Tayyip Erdoğan, acudieron en dos ocasiones a las urnas para decidir sobre la composición de su Parlamento, la Gran Asamblea Nacional Turca. Tras los segundos comicios, el partido de Erdoğan, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), vio cómo se esfumaba su mayoría. Miles de votantes, que en un momento acudieron a las urnas convencidos por los mismos motivos que cegaban a muchos en Europa y más allá (modernización sin parangón, crecimiento económico envidiable, acercamiento a las instituciones europeas de iure y no de facto), habían perdido la ilusión. Consideraban que se había roto el contrato social, y demostraban así su hastío para con la figura personalista de un Erdoğan que ha dominado la política turca durante más de 14 años, envalentonado por el fantasma de la demagogia simplificadora que recorre el planeta.
Hoy por hoy, sin embargo, todo apunta a que muchos votantes volverán al redil. Una incesante violencia ensalza los sentimientos nacionalistas y comunitarios de muchos turcos, haciéndoles olvidar momentáneamente la desastrosa situación en la que se encuentra la economía y tejido social de su país, enormemente sacudidos por la inestabilidad regional y doméstica, que ahuyentan a inversores y turistas a partes iguales. ¿Qué mejor instrumento para reconquistar al ciudadano amedrentado que la polarización, construida sobre la base de una lucha encarnizada contra el terrorismo y el separatismo, contra cualquier intención de traicionar a la patria? Las encuestas señalan que los ataques terroristas y enfrentamientos en áreas kurdas que estas últimas semanas, e incluso meses, han golpeado con virulencia al país no han mermado la popularidad de Erdoğan, sino todo lo contrario.
El 22 de diciembre, con ocasión del funeral de 16 soldados turcos en Siria, el presidente expuso parte de su visión islamo-nacionalista: Turquía se enfrenta a su batalla más importante desde su independencia: "una lucha para preservar una única nación, una única patria, un único Estado". Erdoğan redefine así qué debería significar ser turco hoy en día, excluyendo y reprimiendo aquellas identidades que no encajan en una definición estanca; kurdos, alevíes, liberales, seculares, socialistas, socialdemócratas y, como cajón de sastre, gülenistas. ¿Las armas? Una islamización de la sociedad que erosionaría los logros de la republica otomana; y una otomanización de la política exterior, paradójicamente a expensas del liderazgo del arco sunita moderado al que Ankara en su momento aspiró.
En nombre de la lucha contra el terrorismo, no cesa el desprecio al Estado de derecho y al concepto de libertades fundamentales, con métodos que recuerdan a golpes anteriores, a la dictadura kemalista e, incluso, a las peores épocas de despotismo otomano. La ruptura con la Convención Europea de los Derechos Humanos se erige en principal símbolo de esta tendencia. El pasado 15 de julio no fue la primera vez que los militares turcos ponían en marcha un golpe de Estado; sí que fue la primera vez en que el jefe de Estado se contradecía sobre cuándo y cómo se enteró del golpe. No son pocos los que ponen en duda que el Gobierno no supiera nada, citando la preparación y calma por parte de las autoridades y la desorganización en el bando castrense. El beneficiario más evidente del golpe fue el propio Erdoğan, que describió los acontecimientos como "un regalo de Dios". Varios miembros del gobierno del AKP llegaron a declarar que el golpe les permitió hacer cosas que de otro modo no podrían haber hecho.
Tras el golpe se intensificó una purga (puesta en marcha años atrás), una caza de brujas que encuentra como víctima a la libertad en todas sus formas. "En Turquía encarcelamos a todos aquellos que luchan por la libertad de expresión y critican , incluso sutilmente, al Gobierno", acusaba el primer ganador turco del Premio Nobel Orhan Pamuk en una carta abierta en la que advertía de que Turquía se deslizaba hacia un régimen de terror".
Poco a poco se impone un orden totalitario basado en una teoría de la conspiración que presenta como aliados a Daesh, al PKK y a Occidente. El régimen del que Erdoğan se erige como líder único llegó a estar al borde del abismo como consecuencia de la revuelta de Gezi de 2013. Al igual que ocurrió con el golpe de Estado del pasado julio, el régimen de Erdoğan no sólo ha sobrevivido, sino que parece hacer salido reforzado, Dispuesto más que nunca a evitar que tal amenaza resurja.
Antes del golpe, la política en Turquía ya se había convertido en el show de un hombre orquesta a todos los efectos. Erdoğan, cuya labor como jefe de Estado paradójicamente exige de él que se mantenga neutral, ha conseguido neutralizar a cualquier contrapoder: prensa, sociedad civil, oposición. Ha logrado acabar con la separación de poderes y, muy particularmente, con la independencia del Poder Judicial. El Poder Legislativo, que recae en el Parlamento, representaba el último obstáculo hacia el sultanato. En la madrugada del viernes al sábado, la Asamblea Nacional turca aprobó el texto de una reforma constitucional que formalizaría el statu quo actual, al menos en lo que se refiere al poder en manos del presidente.
El debate ha representado en cierto modo lo que el propio país ha experimentado estos últimos años: autoritarismo, demagogia, filibusterismo, violencia dentro y fuera del arco parlamentario, manifestantes recibidos por las Fuerzas de Seguridad en los alrededores con represión... Para muestra un botón: 12 diputados (no coincidentemente del partido pro kurdo HDP) no pudieron votar tales medidas desde prisión. El presidente, que seguiría encabezando el partido político AKP, esgrime que tal reforma es necesaria para que Turquía recupere su posición de potencia global sin tener que enfrentarse a coaliciones gubernamentales, inestables por naturaleza.
Las enmiendas a la Carta Magna permitirían a Erdoğan disolver el Parlamento, sustituir la figura de primer ministro (desde la que el mismo se aupó a su posición actual) por la de uno o varios vicepresidentes, nombrar y destituir ministros, renovar su mandato en dos ocasiones hasta 2029, proponer el primer borrador de Presupuesto y nominar a 12 de los 15 miembros del Tribunal Constitucional. Por si esto fuera poco, también recaería sobre el presidente la tarea de declarar el estado de emergencia; un estado de emergencia que sigue en pie en el país desde el golpe fallido. La virulencia con la que Erdoğan ha tomado las riendas del poder no es sino un ejemplo de estado de excepción permanente que trasciende al Estado de derecho.
Erdoğan necesitaba 14 votos para alcanzar los 330 de 550 escaños (ha conseguido 339) que exigía este tipo de reforma constitucional. Necesitaba convencer a una parte de la oposición con la que compartiera narrativa ultranacionalista, algo que consiguió tras el golpe, dando forma a un bloque turco-islamista con el acercamiento con el MHP (Partido de Acción Nacionalista), que en octubre hizo público su apoyo a la puesta en marcha de un sistema presidencialista siempre y cuando se tuvieran en cuenta algunas de sus demandas, y de paso se permitiera que sus líderes y la propia formación recuperarán parte de la popularidad perdida. Representantes de ambas formaciones se han encargado de dar forma al texto del borrador que estas semanas ocupa titulares más allá de Ankara y Estambul.
Con los 18 artículos aprobados, todo indica que un referéndum podría tener lugar en abril. Es de hecho probable que el referéndum se celebre bajo el estado de emergencia: un cambio histórico tendrá lugar en un contexto del más estricto control de los medios de comunicación y con un acceso muy limitado a información veraz sobre las acciones del gobierno del AKP. Una encuesta reciente de Anar (Ankara Social Research Center) indicaba que el 36% de la población no conoce el contenido de la enmienda recién votada, mientras que el 28% afirma saber muy poco sobre ella.
¿Un resultado muy probablemente a favor del referéndum de primavera apartará a Turquía de la senda de la democracia, o simplemente confirmará que la República hace años dejó de poder ser considerada como tal? Erdoğan argumenta que ha sido el primer presidente elegido directamente por los ciudadanos (no por el órgano legislativo): la decisión final recaerá sobre la nación. Mientras, su primer ministro, Binali Yıldırım, no da lugar a equívocos cuando señala que "dos capitanes harán que se hunda el barco; tiene que haber un sólo capitán". Lo que sí que parece claro es que, independientemente de los resultados del referéndum, Turquía y sus ciudadanos seguirán siendo víctimas (en gran parte involuntarias) de las divisiones y peligros que Erdoğan ha infligido a su sociedad.