El Centro de Investigaciones Sociológicas hizo públicos ayer los datos del barómetro del mes de octubre. Estos datos son interesantes no sólo porqué incluyen las preguntas de valoración política y la intención de voto en caso de celebrarse unas nuevas elecciones, sino porqué se trata de la primera encuesta del CIS realizada después de estallar el conflicto interno en el PSOE, saldado con la salida de su secretario general y la abstención de la mayoría de los diputados socialistas en la sesión de investidura de Mariano Rajoy.
Aun así, el barómetro del CIS se realizó entre el 1 y el 10 de octubre, de manera que sólo recoge la primera parte de la pugna interna en el PSOE, es decir la defenestración de Pedro Sánchez, ocurrida precisamente durante el comité federal del 1 de octubre. Aunque en ese momento ya se podía percibir que la nueva mayoría dirigente apostaba (y podía conseguir) por facilitar el gobierno del PP, este paso no se materializo hasta el nuevo comité federal que tuvo lugar el 23 de octubre (y que, por tanto, ya no recoge el barómetro).
A parte de la situación específica del PSOE, el barómetro no muestra gran diferencia con los precedentes. En el ámbito general, la coyuntura sigue siendo mayoritariamente negativa, marcada por el repunte del pesimismo tanto en la esfera económica como en la política. Hoy en día son más los españoles que creen que dentro de un año la situación económica del país será peor que los que consideran que será mejor, cuando durante todo el año 2015 ha sido lo contrario. Hay que remontarse al verano de 2013 para tener un porcentaje igual de bajo de optimismo por lo que respecta a la economía. Desde entonces hasta finales de 2015 el pesimismo sobre la evolución futura de la coyuntura económica ha disminuido de forma constante, para a partir de enero de 2016 volver a remontar. Una evolución muy similar es visible por lo que respecta a la evolución futura de la situación política.
Habrá que ver en próximos sondeos si la formación del nuevo gobierno rompe la tendencia negativa que ha ido reforzándose a lo largo de los diez meses de ejecutivo en funciones.
Por lo que respecta a la vertiente puramente electoral, el barómetro tiene un claro perfil de encuesta "normal", en el sentido que se realiza en periodo no electoral. A diferencia del barómetro de julio, realizado justo después de las elecciones del 26J, éste muestra ya una clara desmovilización de los electorados, prueba inequívoca del relajamiento de aquellos electores que no tienen una proximidad o una simpatía clara con ninguno de los partidos (a pesar que hubieran votado por ellos en junio).
Así, en comparación con el barómetro anterior se observa un movimiento a la baja de los segmentos de voto fiel (aquellos que declaran intención de votar a aquel partido que recuerdan haber votado) y un incremento igual de la indecisión y la abstención (espacios dónde tiende a refugiarse el voto sin perfil partidista claro durante los periodos entre elecciones). Así, respecto del barómetro de julio, el PP pierde casi ocho puntos de voto fiel, que se sitúa en el 79% del voto popular del 26J. Unidos Podemos, por su parte, cede casi cinco puntos de voto fiel, por doce Cs. La mayor parte de este voto se refugia en la indecisión.
El caso de Cs es curioso por la magnitud del trasvase y por el hecho que no sólo se refugia en la indecisión sino que parece irse a la abstención. Podría tratarse de un voto que está en desacuerdo con el pacto al que llegaron los naranjas con el PP para el voto afirmativo en la investidura. Podría tratarse (es una hipótesis) de voto trasvasado desde el espacio del PSOE a Cs en diciembre o junio.
Este movimiento de relajación del voto fiel es visible también en el barómetro de abril, cuatro meses después de las elecciones del 20D. De hecho, los porcentajes de trasvase de voto de este barómetro de octubre son bastante similares a los registrados en abril.
La diferencia significativa es el voto socialista. Si la relajación del voto en los otros partidos oscila entre el cinco y el doce por ciento, en el PSOE cae casi un treinta por ciento. Es decir, que si en julio, justo después de las elecciones, el PSOE conservaba el 84% de su voto, en octubre este voto fiel sólo representaba el 55% del resultado del 26J. Entre julio y octubre el PSOE habría perdido un millón y medio de votantes. Este parece ser el resultado de la pugna interna en el partido.
¿Dónde han ido a parar estos votantes? La gran mayoría a la indecisión, que recoge a uno de cada cinco votantes que optaron por el PSOE el 26J. En julio este grupo no llegaba ni al medio millón, mientras que hoy suman más de un millón. También aumenta el número de votantes socialistas que se abstendrían en caso de nuevas elecciones, un grupo que superaría los seiscientos mil. Y también crecería el trasvase a Unidos Podemos, aunque más moderadamente (unos 225.000).
Algunos querrían ver en los datos de este barómetro la confirmación de los malos augurios que llevaron a los barones socialistas a sustituir a Pedro Sánchez al frente del partido, pero también podría postularse el razonamiento contrario: que es precisamente la defenestración de Sánchez y la lucha interna en el PSOE lo que lleva a una parte significativa de los votantes socialistas del 26J a abandonar su voto.
Es demasiado temprano para decantarse por una u otra hipótesis. Si tuvieran razón los defensores de la defenestración de Sánchez, los próximos barómetros mostrarían una clara recuperación del voto socialista. En caso contrario, habría que dar la razón a la parte contraria. En cualquier caso habrá que esperar al barómetro de enero para comprobar si el cambio de posición del PSOE (del "no es no" a la abstención) le ha traído beneficios o no.