La campaña política del referéndum británico ha sido una de las más deshonestas que hemos presenciado en los últimos años. Por un lado, los partidarios del Bremain se apoyaron casi de forma exclusiva en la aparición día sí y día también de estudios que apuntaban al apocalipsis económico para el país, incluyéndose cifras sobre una supuesta mayor austeridad como consecuencia del Brexit. Además, el gran adalid del referéndum, David Cameron, señaló que lideraría la nave británica en caso de producirse el Brexit, activando el artículo 50 y, que por supuesto, en ningún caso, dimitiría.
Por otro lado, los partidarios del Brexit se afanaron en denunciar lo que ellos denominaban "Project Fear" de los bremainers, además de lanzar su propio "Project Untrue", lleno de medias verdades y mentiras completas. Entre otras cosas, llegaron a hablar de una supuesta entrada inminente de Turquía en la UE que obviamente no está en la agenda europea, la disponibilidad de 350 millones de libras semanales para gastar en el ahora sacrosanto Servicio Nacional de Salud (NHS, por sus siglas en inglés) o la capacidad para limitar de inmediato la llegada de inmigrantes, en particular de ciudadanos comunitarios.
Tras esta campaña llegó la sorpresa que vaticinaban muchos sondeos, pero que las élites británicas y europeas se resistían a asumir: los ciudadanos habían votado a favor de salir de la Unión Europea, con lo que se produjeron consecuencias inmediatas. El mismo 23 de junio y durante los días sucesivos, quienes votaron motivados por un componente racista/xenófobo sintieron que de repente sus comportamientos estaban legitimados y salieron a las calles a insultar directamente a todos aquellos que no consideraban como "verdaderos británicos". Además, el impacto económico inmediato del voto fue considerable, con una gran bajada de las bolsas europeas y la caída de la libra esterlina (y, asimismo, el pinchazo de la burbuja de precios en la vivienda). Pero en el ámbito político ha sido donde se han producido los efectos más importantes, demostrándose que, efectivamente, no existía un plan para tramitar el Brexit.
Así, el Primer Ministro británico, David Cameron, no aguantó la presión de gestionar un indeseado resultado y dimitió a pesar del apoyo de un gran número de diputados conservadores, muchos de ellos incluso partidarios del Brexit. Con ello se abría un período de incertidumbre, pues Cameron señaló que se mantendría en su puesto hasta el mes de octubre, fecha en que se elegiría a su sucesor en un Congreso Tory. Se iniciaba de esta forma una cruenta batalla interna dentro del Partido Conservador británico, en la que en apenas unos días se han producido numerosos giros inesperados.
El candidato "natural" a suceder a Cameron, por su carisma y por su posición favorable a la salida, Boris Johnson, anunciaba públicamente que no iba a luchar por hacerse con el premiership apenas una semana después del referéndum, tras la falta de apoyo de Michael Gove, Ministro de Justicia y compañero inseparable en la campaña. Gove, por su parte, sí se presentaba a liderar al partido, pero caía derrotado ante Theresa May y Andrea Leadsom, quienes serían las elegidas para jugarse el puesto de Cameron. No obstante, y ante la presión recibida en los últimos días por unas desafortunadas declaraciones, Leadsom anunció su retirada de la carrera el lunes 10 de julio. El resultado final de todo este caos es la llegada inmediata a Downing Street de May, quien paradójicamente se posicionó a favor del Bremain durante la campaña pero que ahora señala que "Brexit means Brexit".
No son los Tories los únicos que están en el duro proceso de reconstrucción interna. Jeremy Corbyn, líder del Partido Laborista, se ha enfrentado a una rebelión interna que por el momento ha sabido contener, pero no es descartable que acabe perdiendo su puesto al mando de los laboristas por su escasa implicación en el referéndum. Asimismo, Nigel Farage, ante la consecución del gran éxito de su carrera política y falto de otros horizontes al menos por el momento, ha decidido dejar el liderazgo del UKIP.
Este mencionado proceso de reconstrucción interna de los principales partidos políticos británicos implicados en el referéndum viene de la mano de la inseguridad que provoca el Brexit. No son pocos los que señalan que éste finalmente no se producirá, citando argumentos como, por ejemplo: que se trataba de un voto protesta más contra las élites británicas o contra la globalización que contra la UE; que los británicos no sabían realmente las implicaciones que tendría una salida de la Unión; que el resultado es extremadamente ajustado para llevar a cabo un cambio en el statu quo; o que en el choque de legitimidades entre un referéndum no vinculante y el Parlamento británico, la soberanía siempre está del lado del Parlamento.
Pero es harto complicado que no se produzca el Brexit, más por la legitimidad política que se le ha dado al referéndum que por la jurídica, aunque hasta que no se active el artículo 50 que inicie el procedimiento de salida todo esta por ver (incluyendo, por supuesto, la nueva relación con la Unión Europea). No es fácil argumentarle a quienes quieren salir de la Unión Europea (y que pensaban que esta era una oportunidad única) que el referéndum tenía carácter consultivo y, por tanto, y dada la mayoría existente en el Parlamento a favor del Bremain, el Brexit no se va a aplicar. Y es difícil de prever qué consecuencias tendría que tal decisión se tomase, sobre todo si fuese de manera unilateral. Realmente, la única posibilidad para que no se produzca la salida es que se le dé a la ciudadanía una nueva posibilidad de elección, ya sea vía segundo referéndum para confirmar el resultado de las negociaciones entre el Reino Unido y la UE, o vía elecciones plebiscitarias donde se enfrenten dos bloques claramente diferenciados con propuestas alternativas respecto de la permanencia británica en la Unión Europea.
Hoy por hoy el plebiscito ha dejado al país dividido en dos mitades, con posiciones apenas reconciliables entre sí. En Escocia, Irlanda del Norte y Londres ha vencido el Bremain, y ya se están buscando posibles alternativas para permanecer en la UE si se consuma la salida del Reino Unido. Paradójicamente, la derrota en el referéndum ha provocado que muchos europeístas, ya sean de corazón o, simplemente pragmáticos, hayan decidido mostrar su condición, habiéndose producido incluso manifestaciones nunca vistas antes en el Reino Unido a favor de la permanencia en la Unión Europea, lideradas por unos jóvenes británicos que han votado mayoritariamente a favor del Bremain. Además, se escuchan voces de muchos que se arrepienten de la decisión tomada y de otros tantos que solicitan un segundo referéndum con unos umbrales más claros que el 52%-48% del 23J (más de 4 millones de personas han firmado una petición de estas características).
El resultado del 23 de junio ha demostrado que no existía plan B, que ni los partidarios del Bremain ni los del Brexit pensaban que de verdad se iba a votar a favor de la salida. Los principales actores de la campaña (Cameron, Johnson, Gove, Farage, Leadsom) han perdido gran parte de su protagonismo en la política británica en beneficio de Theresa May y nadie sabe cuándo se activará el artículo 50 ni cuáles serán las nuevas relaciones con la UE, si es que se acaba produciendo el Brexit finalmente, con la incertidumbre que todo ello plantea. Eso sí, lo que parece claro es que nada volverá a ser como antes.