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El populismo como respuesta

Ignacio Martín Granados

17 de Julio de 2016, 07:28

El mundo se encuentra en pleno proceso transformacional y las élites gobernantes no saben hacer frente a los retos que afligen a los Estados: crisis económica, descenso de las garantías del Estado de Bienestar, corrientes migratorias mundiales, desafección política... y el populismo se ofrece como respuesta a estos desafíos.

Esta fue la tesis principal que desarrolló el politólogo holandés Cas Mudde, actual profesor en la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales de la Universidad de Georgia (Estados Unidos) e investigador en el Centro de Investigación sobre el Extremismo (C-REX) en la Universidad de Oslo (Noruega), en el IV Encuentro de Comunicación Política celebrado hace unos días en Bilbao y organizado por la Asociación de Comunicación Política (ACOP).

Según Mudde, el populismo es una ideología de núcleo poroso que considera que la sociedad está separada en dos grupos que son a la vez homogéneos y antagónicos: el pueblo, que se define como puro, y las élites, calificadas de corruptas. El populismo, como respuesta al liberalismo democrático, enfatiza que la política debería ser la expresión de la voluntad general del pueblo, frente a la del establishment.

En la actualidad, la ola populista recorre casi todas las partes del mundo y está en boca de todos. Tampoco es un fenómeno nuevo ya que en América del Sur podemos identificar tres oleadas que surgieron a principios del siglo XX, primero con el argentino Perón, continuaron con el peruano Alberto Fujimori y después con el  venezolano Hugo Chávez. En América del Norte, aunque el populismo tiene raíces alargadas y profundas en la sociedad, su éxito político, de momento, sólo ha sido episódico. En Europa ha sido marginal hasta los años noventa que surge el Frente Nacional de Le Pen en Francia o el Partido de la Libertad (FPO) en Austria, desde una ideología radical de derechas, y hoy, entre otras, nos encontramos con las propuestas de tendencia autoritaria del húngaro Viktor Orbán o el británico Nigel Farage; y desde la izquierda, en España con Podemos y en Grecia con Syriza. En el resto del mundo su influencia todavía es relativamente limitada, pero está creciendo su alcance.

El populismo, como corriente política, puede ser tanto de izquierda como de derecha, dependiendo de la "ideología de acogida" del actor populista. Sin embargo, sí que podemos establecer cierta categorización, ya que, actualmente, es más de izquierdas en el sur y se ubica más a la derecha en el norte -tanto en Europa y como en América-.

Pero lo que si tiene más claro Mudde es que el populismo está a favor de la democracia, pero la antiliberal. Es lo que Fareed Zakaria, en un destacado ensayo publicado en la revista Foreign Affairs en 1997, llamó el auge de la democracia iliberal (o antiliberal), es decir, existen países que celebran elecciones (de imparcialidad variable) para elegir a sus líderes, pero restringen las libertades civiles y políticas.

Entonces, ¿por qué tiene éxito ahora el populismo? A pesar de que cada vez existen más artículos y publicaciones, de lo que carecemos es de buenas teorías que interpreten la realidad, pero Mudde propone cinco argumentos que lo explicarían:

  1. En primer lugar, las cuestiones importantes no son abordadas adecuadamente por las élites políticas (y un ejemplo reciente lo encontramos en el Brexit).
  2. Asimismo, las élites se perciben como si fueran todas iguales, ya sean de izquierdas o de derechas. Además, las élites políticas tienden a refugiarse en sí mismas y favorecerse cada vez más, facilitando a los populistas que les enfrenten a la realidad.
  3. Lo que denomina "movilización cognitiva", esto es, la gente cada vez está más informada y es más crítica y, por tanto, tiene mayor capacidad de decisión por sí misma, lo que favorece la volatilidad de su voto.
  4. No nos engañemos, los actores populistas como Wilders en Holanda, Trump en Estados Unidos o Le Pen en Francia, tienen un discurso atractivo para muchos ciudadanos.
  5. La estructura de los medios de comunicación les es más favorable porque su lógica comercial busca el espectáculo, la audiencia, dando cabida a los mensajes y actores populistas. Además, gracias a las redes sociales, es más fácil llegar a los ciudadanos.

Debido a su éxito, aunque no lleguen a gobernar, los partidos populistas están ganando pequeñas batallas y como consecuencia de ello podemos llamar la atención sobre sus efectos en las democracias liberales. Por un lado, la repolitización de ciertos temas (integración europea, austeridad económica); la polarización del debate político y su capacidad de determinar la agenda (Brexit, inmigración); el aumento de la utilización (oportunista) de instrumentos plebiscitarios (referendos para dilucidar cualquier decisión política); el debilitamiento de las instituciones no mayoritarias (tribunales, bancos centrales, medios de comunicación); y, en última instancia, una transformación lenta en una democracia iliberal.

Por tanto, y a modo de conclusión Cas Mudde, nos advierte de que a pesar de que el populismo se utiliza ampliamente como un Kampfbegriff (grito de guerra), es muy peligroso estereotiparlo y establecer comparaciones (¿en qué se parecen Evo Morales, Donald Trump y Alexis Tsipras?) para su análisis político porque es un fenómeno muy amplio. Su importancia se establece en términos de su relación con la democracia (liberal), una relación compleja ya que el populismo puede ser tanto un correctivo como una amenaza (y tenemos ejemplos recientes como el uso de la inmigración y la propia existencia de la UE). Pero, en definitiva, el populismo es una respuesta democrática antiliberal al liberalismo democrático, una respuesta que busca atraer electores con el voto del miedo y una narrativa ilusionante con unas expectativas que las élites gobernantes no son capaces de satisfacer.  Y eso es lo realmente preocupante.

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