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Transparencia y control democrático del TTIP

Salvador Llaudes

21 de Junio de 2016, 22:36

Las recientes filtraciones de los documentos de la negociación del Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP, por sus siglas en inglés), que Estados Unidos (EEUU) y la Unión Europea (UE) pretenden finalizar antes de fin de año, han vuelto a poner de manifiesto la suspicacia que éste genera en una parte importante de la opinión pública. Muchos medios han aceptado la tesis de los más críticos con el acuerdo, sentenciando que los documentos filtrados demuestran que el TTIP se está negociando de espaldas a la ciudadanía y sin control democrático.

¿Cuánto hay de verdad en estas afirmaciones? En toda negociación, ya sea comercial o de otro tipo, no existe (ni debe existir) una transparencia absoluta. La necesidad de articular un espacio de confianza entre las partes, unida a que a ninguna de ellas le conviene mostrar sus líneas rojas porque eso debilitaría su posición negociadora, hacen que sea inevitable un espacio en el que no haya luz y taquígrafos permanentes. Así se ha hecho con todos los acuerdos comerciales de la Unión Europea, pero también con las negociaciones sobre el programa nuclear iraní o el fin de la violencia en Irlanda del Norte, por mencionar solo algunos ejemplos.

Esto no significa que no haya que demandar la máxima transparencia posible. En sociedades democráticas y con las herramientas que las nuevas tecnologías ponen a disposición de la ciudadanía, es inadmisible esconder el impacto que puede tener un acuerdo de estas características, que además de económico será geopolítico. Por ello, es imprescindible que se produzca un debate informado entre partidarios y detractores, alejado de estereotipos que a veces muestran un convencimiento naïf en las inmensas bondades económicas del acuerdo o un temor (muchas veces infundado) de que vaya a terminar con el modelo social europeo o a socavar la democracia.

Ante la demanda ciudadana de mayor transparencia, la Comisión Europea, -- encargada de las negociaciones al tratarse la política comercial de una competencia transferida por los Estados miembros a la UE -- ha reaccionado, aunque con lentitud. Ha hecho público el mandato de negociación del Consejo, ha publicado sus posiciones negociadoras en cada tema, y ha permitido acceso a los detalles de la negociación a todos los miembros del Parlamento Europeo y a los funcionarios de los Estados miembros que lo soliciten.

Además, informa después de cada ronda de negociaciones de los avances, que ahora sabemos que están siendo más lentos de lo esperado porque la UE mantiene una posición firme ante las demandas de Estados Unidos en algunos temas clave para Europa. De este modo, estas negociaciones comerciales se han convertido en las más transparentes de la historia europea. EEUU, por su parte, no ha hecho nada similar, y, evidentemente, no se le puede exigir desde Europa que lo haga.

Respecto a la crítica de la falta de control democrático, se debe recordar que la UE tiene un complejo sistema de contrapesos que asegura la legitimidad de sus acciones, aunque no funcione a la manera de la democracia ateniense, como por cierto tampoco funciona ninguno de sus Estados miembros. Así, la Comisión, encargada de las negociaciones, tiene un Presidente expresamente surgido (por vez primera en la historia de la integración comunitaria) del resultado de las elecciones al Parlamento Europeo. Pese a los intentos de Estados como Reino Unido o Hungría de ignorar el mandato popular, la decisión de los grandes partidos europeos de seleccionar candidatos para ese puesto en las elecciones de 2014 acabó suponiendo la llegada de Jean-Claude Juncker, el más votado en las urnas y quien obtuvo luego mayoría absoluta en la cámara europea. Igualmente, todos los comisarios han sido nombrados tras un exigente proceso de audiencias y votación parlamentaria.

Como se ha señalado, para iniciar las negociaciones, la Comisión ha recibido el mandato del Consejo, institución en la que se reúnen los representantes de los 28 Estados miembros de la UE, elegidos como resultado de elecciones en sus respectivos países. Si se llega a un acuerdo, habrá una nueva ronda de control democrático: el Parlamento Europeo (cuyos miembros son elegidos mediante sufragio universal) tendrá que ratificarlo, y también tendrán que hacerlo los 28 parlamentos nacionales, ya que el TTIP cubrirá asimismo competencias no comunitarias. Esto último podría implicar incluso la celebración de algún referéndum a nivel estatal.

Así pues, en este momento, ni la falta de transparencia sobre el TTIP ni su control democrático pueden ser calificados como los principales problemas del acuerdo. El TTIP genera tanta inquietud porque se ha convertido en el chivo expiatorio contra el que muchos europeos descontentos con la globalización, las políticas de respuesta a la crisis, la inseguridad laboral generada por el cambio tecnológico o el aumento de la desigualdad (que mina la cohesión social), canalizan sus frustraciones.

Es difícil manifestarse contra el capitalismo de corte anglosajón o el aumento de la pobreza. Y tiene poco sentido estar en contra de progreso técnico (aunque elimine empleos), pero sí que se puede estar en contra del TTIP, que simboliza para el imaginario colectivo europeo muchas de estas cosas, además de levantar ampollas entre los grupos más anti-americanos. Por eso, el TTIP es la primera negociación comercial que ha atraído tanta atención (y rechazo) en los países europeos. Así, recientemente en Berlín 250.000 personas llegaron a la calle para manifestarse en su contra y, en España, activistas de Greenpeace colgaron pancartas en las Torres Kio de Plaza Castilla de Madrid denunciando el acuerdo. De todas formas, conviene no exagerar ese rechazo, ya que los datos del último eurobarómetro muestran una sensible diferencia todavía entre aquellos que están a favor de la firma del acuerdo (el 53% de los europeos) frente a los que están en contra (el 32% de los mismos).

Los temores e inquietudes de los perdedores de la globalización, que son el caladero principal de votos de los nuevos partidos antieuropeos y populistas deben ser tenidos en cuenta. De lo contrario, se corre el riesgo de que la Unión Europea acabe implosionando. Pero eso no significa que no se deba analizar el TTIP de forma equilibrada ni que sus negociaciones tengan que tener lugar en la plaza pública. La democracia multinivel europea, con sus distintos contrapesos, y los actuales niveles de transparencia sobre las negociaciones deberían garantizar que, en caso de llegar a un acuerdo y de ratificarse, se trate de un buen acuerdo para Europa. En todo caso, esperemos al resultado de la negociación y valorémoslo entonces.

Este artículo también ha sido escrito por Federico Steinberg

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