Las economías europeas no acaban de remontar el vuelo y alcanzar los niveles previos al estallido de la crisis financiera internacional. Nos asomamos con peligro al precipicio de una década perdida en términos de crecimiento real, niveles de consumo e inversión, donde la recuperación no está siendo tan vigorosa ni ecuánime como esperábamos. Los intentos de los bancos centrales de anclar las expectativas de los agentes mediante sus programas de compra masiva de activos empiezan a verse afectados por las dudas de las economías emergentes Brasil, China- y tensiones geopolíticas crecientes. Nada apunta a una mayor estabilidad a corto plazo.
Pero veamos ahora nuestro caso con algo de perspectiva. En el gráfico inferior muestro la diferencia de renta per cápita para las cuatro mayores economías de la zona euro desde el estallido de la crisis, en 2007, hasta el último año disponible, 2014. Como vemos, Alemania es el único país de los cuatro que había superado en 2014 el nivel de PIB per cápita del que gozaba en 2007. En el otro extremo nos encontramos una situación muy distinta: tanto Italia como Francia y España, los otros 3 grandes países de la unión, continúan por debajo de sus niveles pre-crisis, al igual que el conjunto de la unión monetaria. Las diferencias son destacables: mientras el crecimiento del gigante germano supera el 7% durante ese periodo, Francia continúa unos 2 puntos por debajo, y España e Italia habían perdido un 8 y 13% de su renta per cápita hasta ese momento, respectivamente.
Entonces, ¿hacia dónde vamos? En un reciente artículo publicado en Project Syndicate, Jean Pisani-Ferry se preguntaba sobre las posibilidades de reacción europeas ante un nuevo shock negativo en la economía mundial. Con la nueva expansión anunciada por el Banco Central Europeo (BCE) podría no ser suficiente y las alternativas se agotan. Además, la baja inflación dificulta la reducción de deuda de los hogares, obligándolos a ahorrar para devolver lo prestado. A esto hay que sumar las altas tasas de desempleo de la eurozona especialmente en el sur, que no hacen más que minar la confianza en el futuro próximo. Si tal shock se produjera, la demanda privada caería y los gobiernos altamente endeudados no serían capaces de cubrir ese espacio con mayor inversión pública. La falta de respuesta gubernamental sería vista por los ciudadanos como un nuevo fracaso, hundiendo todavía más la confianza en el euro.
Dada la frágil situación, el Fondo Monetario Internacional se dispuso hace unos días en su famoso World Economic Outlook a anunciar reducciones en las previsiones de crecimiento de todas las regiones mundiales salvo las economías emergentes asiáticas. Pronostican un crecimiento para el conjunto de la zona euro del 1,5% para 2016 y del 1,6% para 2017, iguales que para Alemania. Francia e Italia superan levemente el 1% durante los próximos dos años, y en España alcanzan el 2,6% y 2,3% en ese mismo periodo. Aunque el efecto rebote en España sea mayor que en el resto de países al igual que la recesión fue más intensa no debemos olvidar que el desempeño de nuestra economía depende en gran parte del rendimiento de nuestros países vecinos, especialmente para nuestras exportaciones.
Visto lo visto, la pregunta que surge tiene que ver con las opciones disponibles en caso de un nuevo parón mundial. El consenso parece dividido entre dos de ellas: replantearse las ya poco convencionales políticas monetarias llevadas a cabo por los bancos centrales en estos años, o comenzar un estímulo fiscal al estilo Plan Juncker basado en la financiación de proyectos que refuercen el crecimiento y ayuden a reducir los altos niveles de desempleo. Pisani-Ferry argumenta en su artículo que el estímulo fiscal podría ejecutarse con emisión de deuda de la zona euro como conjunto financiándolo a través de algún impuesto específico o aportaciones directas dado que los gobiernos individuales rechazarían un mayor endeudamiento bajo la coyuntura actual.
Respecto a las políticas monetarias el margen es mucho menor, pero esta senda de baja inflación y débil crecimiento no parece tener fin. En las últimas semanas hemos escuchado o leído a economistas tan influyentes como Peter Praet o Ben Bernanke en un completísimo post hablando del helicóptero del dinero, la idea introducida por el Nobel Milton Friedman a finales de los años 60. Ésta se basa en la financiación, a través de la emisión de moneda por parte del banco central de turno, de programas que busquen un aumento de la demanda agregada, ya sea disminuyendo impuestos o a través de transferencias directas de renta a los hogares. El principal problema de implementación de esta medida sería político y de una hipotética violación de los estatutos del BCE.
Por lo que pueda pasar, las autoridades y gobiernos europeos deberían volcar sus esfuerzos en la articulación de medidas que disminuyan drásticamente las tasas de desempleo, aumenten la productividad y la eficiencia, y mejoren el horizonte personal y profesional de sus habitantes. Ocho años después de la caída de Lehman Brothers, el futuro europeo no parece brillar.