27 de Marzo de 2016, 19:27
En los sistemas parlamentarios multipartidistas hay dos momentos claramente diferenciables. Un tiempo de enfrentamiento electoral, más o menos fiero o rutinario según cada cultura política, y un tiempo institucional que llega con la distribución de los votos, y en el que las partes que antes se presentaban como enemigos irreconciliables comienzan a fungir como socios para buscar un entendimiento. Si no se respetaran estos dos tempos y este cambio de actitudes, no cabría hablar de gobiernos de coalición propiamente dichos, y nunca sería posible el asentamiento de un gobierno estable. Por desgracia, no es esta la situación en la que ahora nos encontramos en España, entre otras cosas, porque algunos actores políticos trasladaron al segundo de esos momentos la misma lógica que impera en el primero.
Nadie niega que en política existe el conflicto. Nadie discute que los acuerdos, los consensos y los marcos que ayudan a acoger ese conflicto a veces se quiebran, y que para volver a institucionalizar el conflicto es necesario ofrecer otros acuerdos. Con el ejemplo de Podemos corroboramos la importancia del discurso para entender la naturaleza de la lucha política en esos momentos de quiebra de consensos. Comprobamos que los bandos dentro de la contienda no vienen dados de manera natural, sino que es posible "fabricarlos" ofreciendo razones que ganan legitimidad en la medida en que generan un consentimiento amplio como para que la gente tome partido por uno de ellos. Con tal fin se recurre a palabras o a metáforas que son capaces de condensar el mensaje que se quiere trasmitir. Por ejemplo, la palabra bunker puesta en circulación después de las elecciones aludía a una alianza a tres entre PP, PSOE y C´s frente al partido que dejaba en la oposición, que pretendía ser Podemos. La estrategia discursiva del Podemos de después de las elecciones nos confirmó que la formación morada seguía operando en código binario (ellos/nosotros), y que Pedro Sánchez trató a toda costa de desvincularse de ese posicionamiento.
Frente a una lógica de división binaria del campo político en la competición por el ejercicio del poder institucional, Sánchez propuso el día de su fallida investidura, una lógica transversal para llegar a un acuerdo entre lo que él denominó "las fuerzas del cambio". Su mayor equivocación fue plantear lo que podríamos llamar un modelo de "pacto por agregación", esto es, la concepción del acuerdo según la lógica que pone el énfasis en la agregación de partidos a un consenso base previamente ratificado por otras fuerzas políticas (PSOE y C´s). El pacto por agregación se impuso frente a la lógica de acuerdo siguiendo un procedimiento de verdadera negociación para el tratamiento del pluralismo de los intereses de parte a los que cada uno de esos partidos representa. El predominio de un enfoque de "agregación", frente a otro de verdadera negociación constituye uno de los fundamentos del incontenible bloqueo que vive nuestra democracia en el momento actual.
Sin embargo, Podemos tampoco ha entendido la naturaleza del tiempo institucional. El interés inicial por ocupar ministerios clave, junto con la vicepresidencia, y excluir a priori a C´s de toda negociación para favorecer una división binaria o de suma cero del campo político refuerza este argumento. Además revela que sigue instalado en una lógica de acceso al poder, cuando de lo que ahora se trata es de repartir el poder. Competir por el ejercicio del poder institucional forma parte de las reglas del juego, pero para eso está el tiempo electoral. El tiempo institucional impone otras lógicas que tienen que ver con la gestión de ese poder.
La pregunta que se suscita es hasta qué punto ese periodo de gestión del poder es compatible con una estrategia de crear hegemonía. La hegemonía es el momento de la lucha por construir el sentido que damos a las cosas y determinar las posiciones que toman los actores políticos. Tratar de recomponer ahora el juego de fuerzas, antes que ajustar la nueva relación de fuerzas a un programa de gobierno es seguir jugando en el terreno de la hegemonía. Tal vez ese sea el principal problema de Podemos en la actualidad, continuar centrando su acción política en una lógica del poder, frente a lo que debería ser una lógica de gobierno.
Esto no implica renunciar al proceso político como "lucha", como "actividad agonística". Pero cuando el objetivo es repartirse el poder, la lucha debe centrarse en imponer temas y problemas sociales dentro de la agenda política, o en hacer que los propios puntos de vista sean escuchados. La lucha ahora es persuasión sobre los otros acerca de lo que es o no relevante, lo que es o no prioritario, y proponer soluciones específicas. La lucha ahora consiste en comprometer a los actores políticos en ese debate sobre la agenda política para que expliquen y justifiquen sus posiciones, no en escindir en bandos a esos actores.
Esos actores políticos resultaron ser cuatro fundamentalmente. Nos guste o no, así se fragmentó la soberanía popular. Sin embargo, hay fuerzas políticas que quieren ver esto como una situación de "anormalidad" confiando en que finalmente la gente "votará mejor". El PP parece no haber entendido nada de lo que ha ocurrido en este país durante los últimos años; anclado en el pasado se muestra absolutamente incapaz para la acción política ante esta nueva situación. Mientras tanto, se sigue echando en falta una acción transversal para llegar a un acuerdo, y que es propia de un tiempo institucional, frente aquella que busca el frentismo y que sigue instalada en el tiempo electoral.