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Crisis de refugiados en la UE: diez cuestiones sobre las que reflexionar

Gemma Pinyol-Jiménez

1 de Marzo de 2016, 20:43

A mediados de febrero de 2015, ahora hace un año, el comisario europeo para migraciones, asuntos de interior y ciudadanía, Dimitris Avramopoulos, afirmaba que gestionar las migraciones era una responsabilidad común para la Unión Europea: no la tarea de un solo Estado miembro o de la Comisión, sino de todos. Esas palabras querían servir de apoyo al gobierno italiano, en ese momento superado por el número de personas que intentaban acceder a territorio europeo por sus costas mediterráneas. A principios de 2015, las cifras ya auguraban que sería un año complicado.

Hoy, un año después, podemos afirmar que las expectativas en las cifras se han cumplido: en 2015 se han alcanzado cifras récord en personas intentando acceder al territorio europeo para solicitar asilo; en embarcaciones y personas desaparecidas en las aguas del Mediterráneo; en incidentes en fronteras, etc. Y lo más preocupante: algunas de estas cifras serán superadas en 2016.

Pero en este año, las palabras del Comisario no se han cumplido, y tampoco los hechos. No hay, hoy, nada parecido a un nuevo enfoque integral para gestionar las migraciones y los flujos de refugiados, y no se espera a corto plazo una solución común europea. A pesar de que la Comisión tiene previsto presentar una nueva propuesta del reglamento de Dublín en abril, el último Consejo Europeo nos ha dejado con poco más de lo mismo: palabras que, de tanto repetirlas, están quedando vacuas. De hecho, el Consejo del 18 y 19 de febrero de este año concluye con una nueva reiteración de esta huida hacia adelante: "A tal fin, tras los exhaustivos debates del día de hoy, se intensificarán los preparativos para propiciar un debate global en el próximo Consejo Europeo en el que, a partir de una evaluación más precisa, habrá que fijar orientaciones adicionales y optar por decisiones concretas".

Pero, ¿nada ha cambiado en este último año? Tampoco eso sería cierto. De hecho, si hay algunas cuestiones que han marcado el ritmo de este año en relación con la inmigración y el asilo en el marco europeo. Si se quiere, una especie de decálogo de desencuentros.

1. Los países de la Unión Europea han decidido afrontar la situación de los refugiados como una cuestión de vulnerabilidad de sus fronteras. Por ello, han avanzado en acciones y propuestas para fortalecer las fronteras europeas, sin atender a las necesidades de asilo de las personas que se encuentran en las mismas. No se puede entender de otro modo las inversiones en vallas y otros elementos de control, ni la misión de vigilancia que quiere lanzar la OTAN para ‘frenar la inmigración ilegal’ en el Egeo. Inversiones que, por cierto, no evitan que sigan ahogándose personas diariamente, en uno de los entornos más ‘vigilados’ del mundo.

2. Esta securitización de las fronteras se ha acompañado por una externalización del control de las mismas. Es decir, se pide a los países vecinos que se encarguen de intervenir para evitar que los flujos de personas lleguen a las fronteras de la UE. Se ha hecho con Turquía y con los Balcanes occidentales, pero también con los países subsaharianos en la reunión de La Valetta. Si bien se externaliza el control de fronteras, ésta no va acompañada de una externalización a países terceros de los principios fundamentales que rigen (o deberían regir) la acción de los países miembros. El apoyo económico para, por ejemplo, garantizar que Turquía se encargue de ‘parar’ los flujos, no presta atención a las críticas que se hacen a las vulneraciones de los derechos humanos de los refugiados en el país.

3. Cómo la prioridad está en parar los flujos en las puertas de Europa, se hace poco o nada para buscar soluciones en origen. Sin entrar en las complejidades de la negociación para la intervención en Siria, hay margen de acción de la Unión Europea con los países vecinos que están asumiendo la mayoría de refugiados sirios, para facilitar su incorporación en esas sociedades (derecho a trabajo; ayudas económicas, etc.). La conferencia de donantes para Siria celebrada en Londres, y en la que se comprometieron más de 10.000 millones de dólares para ayudar a la población siria y los refugiados que huyen del país, es un paso importante, pero no deja de ser una acción reactiva ante una crisis que sigue generando refugiados y desplazados. Y, tampoco parece extremadamente generosa (básicamente lo que se gasta la población alemana en chocolate en un año).

4. Los países miembros han construido una dialéctica perversa, en la que des-gestionando la crisis de refugiados, han convencido a buena parte de la opinión pública que el influjo de refugiados está ‘descontrolado’. Se ha fallado estrepitosamente en el desarrollo de una política de inmigración y asilo común. Y que quede claro: no porque fuera imposible desarrollar una acción europea coordinada e integral que ofreciera respuesta a los flujos de refugiados, sino porque los Estados miembros no han querido hacerlo, y la Comisión Europea no ha podido forzarlos. Reubicar 160.000 personas en 2 años parecía, a priori, una ridiculez numérica. Pero ha sido un fracaso logístico. Este discurso del descontrol, que refuerza el de la seguridad externa, está teniendo consecuencias de mucho calado.

6. Así, se ha instalado en buena parte de la opinión pública que la Unión Europea no hace suficiente en este tema. Se olvida así, convenientemente, que las cuestiones de migración, asilo y fronteras son competencia de los estados miembros, y se diluyen (sus) responsabilidades. El crecimiento del discurso euroescéptico pone en duda la efectividad de las instituciones comunitarias y, por extensión, del proyecto europeo. Y además, refuerza algunas de las fracturas ya existentes entre los países miembros. A la habitual fractura entre países frontera (principalmente el sur europeo) y los países de acogida (los septentrionales) en temas de asilo y refugio, se le añade una fractura este/oeste. Mientras la primera tensión entre los países europeos que reciben y los que acogen tiene un marcado carácter económico, la segunda tiene un claro componente ético.

7. Progresivamente, se construye un discurso duro y, en ocasiones, criminalizador sobre los refugiados que ha despertado un fuerte discurso xenófobo en una parte de la clase política y la opinión pública europea. El proyecto europeo basado en la defensa de los derechos humanos, la democracia y el estado de derechos, entre otros principios rectores, se ha resquebrajado. Buena parte de la sociedad europea se ha sorprendido, por no decir asustado, por la virulencia con la que se han expresado algunos líderes europeos, algunos medios de comunicación o por las demostraciones de fuerza de la extrema derecha (véase el movimiento Periga). Algunos países de la Unión Europea han vulnerado su compromiso con el derecho internacional y la protección de los derechos de los refugiados que se creó después de la Segunda Guerra Mundial: en ese momento fue para garantizar la seguridad de refugiados europeos, que claramente no es lo mismo que los refugiados en Europa.

8. Este discurso está poniendo en riesgo la convivencia en muchas ciudades europeas. Se ha abonado, en muchos casos por razones electorales cortoplacistas, discursos sobre la  incompatibilidad de las culturas para convivir, se ha criminalizado al vulnerable y se está, de hecho, alimentando un fantasma que toma cuerpo y pierde el miedo. El auge de los partidos xenófobos y euroescépticos en Europa debería servir de toque de atención: recuerda demasiado a los discursos que se oyeron en la Europa de los años 20, y que alimentaron el horror que siguió.

9. Toda esta desconfianza ha puesto en jaque uno de los grandes avances del proyecto de construcción europea: la libre circulación de personas. Que Schengen está en peligro parece ya una obviedad, pero nadie parece querer hacer nada para frenar un derribo que no sólo tiene consecuencias para la ciudadanía europea, sino también para su economía. Ya lo avisó el presidente de la Comisión Europea el pasado noviembre: "Si el espíritu de Schengen deja nuestras tierras y nuestros corazones, vamos a perder más que Schengen. Una moneda única no tiene sentido si Schengen se desploma. Es una de las piedras angulares de la construcción de Europa". Y parece que sus palabras han caído en saco roto, con la posibilidad de alargar las suspensiones de Schengen por dos años más.

10. Parece que Europa se ha encerrado en si misma, pensando que –en un mundo globalizado– el modelo de control de fronteras del siglo XIX y XX sería suficiente para mirar hacia otro lado. Esta falta de visión no sólo ha significado dificultar considerablemente la vida de muchas personas que buscan refugio en Europa, sino también empequeñecer el proyecto europeo a los ojos de muchos países del mundo.

Un año después, la mesa se llena de propuestas de soluciones que nadie en la Unión Europea parece querer escuchar. Estamos ante un escenario que, cada vez más, recuerda la Europa de entreguerras. Con la diferencia que los resultados adversos de esa época resultaron en un mayor compromiso internacional (entre otros, la creación de Naciones Unidas e instrumentos como la Convención de Ginebra de 1951) y un mayor compromiso europeo (que dio lugar a la CECA, el embrión de la actual UE). Y ahora, para algunos, estos mecanismos internacionales forman parte del problema. Contrarrestarlos no requiere sólo seguir reivindicando más Europa, sino una Europa mejor, que nos remita a aquellos principios y valores que deben sustentarla.

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