8 de Febrero de 2016, 07:41
Tras ocho años de gobiernos del centro-derecha civilizado (Platforma Obywatelska/ PO/Plataforma Cívica), en 2015 la mayoría de los votantes polacos le dio una doble victoria a la derecha populista (Prawo i Sprawedliwo??/ PiS/ Ley y Justicia), la primera en las elecciones presidenciales de mayo (contra todo pronóstico, Andrzej Duda batió a Bronislav Komorowski en la segunda vuelta) y después en las legislativas de octubre. Estas últimas elecciones han sido muy relevantes porque por primera vez han dado la mayoría absoluta de escaños a un partido (el PiS, con el 37.7% de los votos, obtuvo 235 diputados sobre 460 en el Sejm, la cámara baja), aunque con una participación de apenas el 50% del censo electoral (por ello, la mayoría social del PiS debe matizarse ya que sólo representa al 19% del total potencial). A continuación, estas elecciones han dejado un Parlamento casi totalmente escorado a la derecha (el segundo partido, el PO, alcanzó el 23.6% y 138 escaños), con tres menores: uno de inspiración populista confusa (Kukiz15, con 42 diputados) y dos centristas (Nowoczesna con 28 y el PSL, el partido campesino, con 16), siendo sorprendente la completa desaparición del centro-izquierda socialdemócrata (el SLD). Por tanto, lo más llamativo es que hoy en Polonia la principal confrontación política se de entre dos derechas, una reaccionaria (PiS) y otra moderada (PO), con lo que el pluralismo se ha visto reducido. No obstante, hay un embrión extraparlamentario de reagrupación de fuerzas progresistas que es el KOD (Comité de Defensa de la Democracia), fruto de diversas iniciativas de sectores de la sociedad civil y que se inspira en el antiguo KOR (Comité de Defensa Obrera) que se organizó como plataforma opositora en la fase final del régimen comunista.
El PiS, que ya gobernó en coalición entre 2005 y 2007 (destacándose por sus posiciones abiertamente reaccionarias), es un partido dirigido por Jaroslaw Kaczy?ski (que controla a la Primera Ministra Beata Szydlo) que se caracteriza por su fuerte nacionalismo, su integrismo católico clerical, un creciente euroescepticismo (aunque no preconice la salida de Polonia de la Unión Europea/ UE) y una defensa del proteccionismo económico. Lo más preocupante es la concepción puramente instrumental que tiene el PiS de la democracia, toda vez que es un partido revanchista y divisivo. Según su criterio, las elecciones dan carta blanca al vencedor que, despreciando el consenso, los derechos de las minorías, los controles y las garantías, se cree legitimado para imponer por completo su ideario. Se trata, en definitiva, de aplicar el modelo del húngaro Víktor Orbán de una "democracia iliberal", una auténtica contradicción en términos. En otras palabras, la democracia queda reducida a un mero procedimiento electoral- en el que la oposición tiene cada vez más dificultades para hacer oír su voz y poder ser alternativa- sin todos los demás requisitos de una genuina poliarquía (con una real división de poderes). En la Hungría de Orbán el gobierno del Fidesz ha ocupado todas las instituciones del Estado, con fuerte control de los medios de comunicación y subordinación de los tribunales, a la vez que con una descalificación de la oposición reputada "antinacional".
Por tanto, el modelo de una "democracia iliberal" desvirtúa el sentido pluralista profundo de la competencia partidista y convierte los procesos electorales en juegos de "suma cero" (quien gana lo gana todo y quien pierde lo pierde todo), de ahí el nulo respeto por los derechos de las minorías, la ausencia de controles independientes y el recorte de libertades. Pues bien, el PiS no ha ocultado su admiración por este modelo: de entrada, ya ha iniciado el camino para controlar los medios de comunicación y los tribunales. De un lado, el gobierno del PiS está acosando a los medios independientes por no defender el "interés nacional" (identificado con el de su partido), y de otro, ha despedido a los periodistas incómodos de los medios públicos sin respetar las prerrogativas de su Consejo rector.
La otra gran institución de control que se pretende limitar es el Tribunal Constitucional (TC): el PiS ha cambiado el quórum para declarar la inconstitucionalidad de las leyes al elevar la mayoría (de 9 a 13, de un total de 15 magistrados). Todo ello por no mencionar el problema jurídico no resuelto con relación a los nombramientos de magistrados del anterior gobierno y los nuevos del actual. Esta reforma ha sido considerada claramente inconstitucional por el Tribunal Supremo, el Consejo Nacional de Jueces, el Defensor del Pueblo, el Colegio de Abogados y la Academia Polaca de las Ciencias. Además, ahora el TC examinará las causas por orden cronológico- sin poder ponderar la relevancia y la urgencia mayor o menor de cada caso-, desparece el control previo de las leyes ( aunque es cierto que este mecanismo es controvertido, como hubo ocasión de experimentarlo en España en los años ochenta cuando existió el recurso previo que la derecha utilizó contra los gobiernos socialistas para bloquear algunos de sus principales proyectos legislativos) y permite que el Ministro de Justicia acumule además la función de Fiscal General del Estado.
En consecuencia, Polonia está ahora en manos de un partido bien estructurado e implantado en el país y muy hábil a la hora de jugar la carta patriótica con tintes incluso conspirativos. Desde esta perspectiva, el país estaría rodeado de enemigos diversos, entre los que sobresaldría nada menos que el antiguo comunismo (es una de las recurrentes obsesiones del PiS), supuestamente infiltrado en las élites empresariales, administrativas y culturales, lo que exigiría una nueva "lustración" (no deja de ser llamativa esta tesis cuando hoy ya no queda nada políticamente hablando de los herederos del antiguo régimen comunista). Por último, como partido ultracatólico que es, el PiS es un partido homófobo y antifeminista, de ahí que los derechos de los homosexuales sean mínimos y el derecho al aborto, por ejemplo, cada vez más difícil.
Ante este grave retroceso democrático procede por último analizar la posición de la UE: en su momento, aquella manifestó su oposición al ingreso del ultra Jörg Haider en el gobierno austríaco, pero en cambio no se pronunció en absoluto por la presencia del postfascista Gianfranco Fini en el gobierno Berlusconi. Con Orbán, la UE sólo presionó en serio (lo que es muy significativo) para que diera marcha atrás en su reforma del Banco Central Húngaro (lo que se consiguió), pero transigió en todo lo demás. Ahora parece haber adoptado una actitud más crítica con relación al PiS tanto porque Polonia es el sexto país europeo por su peso demográfico (por tanto, un desequilibrio antidemocrático en el mismo es potencialmente muy desestabilizador para todo el conjunto) como por el hecho de que la derecha reaccionaria polaca forma parte de la Alianza de los Conservadores y Reformistas Europeos, mucho menos influyente que el Partido Popular Europeo del que forma parte Fidesz.
La UE ha iniciado la primera fase del complejo artículo 7 de su Tratado (tras "constatar" riesgos de violación de derechos por parte de un Estado miembro, se le pueden hacer "recomendaciones" al respecto) que- en teoría y tras un farragoso procedimiento (que nunca se ha activado)- podría concluir con la suspensión del derecho de voto en las instituciones comunitarias clave. A parte, la UE tiene otro potente instrumento de presión: recortar (e incluso retener) los fondos estructurales que Polonia necesita, lo que podría ser un factor muy condicionante.
En conclusión, es muy preocupante que Hungría y Polonia- pioneros aventajados en sus respectivos procesos de transición- estén hoy dirigidos por gobiernos políticamente antiliberales. En todo caso, es fundamental que un país europeo tan importante como Polonia se movilice democráticamente, deje de ser crónicamente abstencionista y recupere su indómito e histórico espíritu antiautoritario.