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El PSOE quiere ser como el SPD, no como la CUP

Juan Rodríguez Teruel

2 de Febrero de 2016, 07:32

El anuncio de Pedro Sánchez de someter al veredicto de la militancia los eventuales pactos de gobernabilidad que el PSOE pueda alcanzar quizá no resulte tan sorprendente como algunos medios han transmitido. Como algunos ya habíamos apuntado previamente, la implicación directa de las bases en la decisión final sobre los acuerdos es un instrumento que puede ayudar a reforzar la legitimidad de unos pactos que, fueran cuales fueran, no gozarían del apoyo inicial de sectores relevantes del partido. Tampoco resulta extravagante. Fue el propio Sánchez quien ya anunció tras su elección que encaminaría al partido por la senda explorada por la mayoría de partidos socialdemócratas, liberales e incluso conservadores desde hace un par de décadas: el ensayo de nuevas formas de democracia interna.

Dejando a un lado el significado táctico del anuncio, sus implicaciones van mucho más allá del pulso mantenido entre los dirigentes del partido. En realidad, el PSOE está normalizando paulatinamente el empleo de la democracia directa en asuntos internos, como ya vienen haciendo otros partidos dentro y fuera de España.

Algunos observan con recelo esta vía, señalando los paralelismos con el reciente proceso seguido por la CUP para decidir su política de pactos en Cataluña. Sin embargo, el PSOE no es la CUP, ni puede serlo. Esta obviedad no debe soslayar el mérito de los esfuerzos que pequeños partidos como la CUP y otras nuevas formaciones tratan de desplegar para reforzar la dinámica democrática en sus organizaciones. Así, la CUP lleva años desarrollando una organización suficientemente reducida en tamaño para permitirle una dinámica asamblearia, principalmente a nivel local, y cuya fortaleza va más allá de la caricatura que muchos han querido dibujar en los últimos meses. Por supuesto, a medida que la CUP ha crecido electoralmente y ha ganado influencia, su principio asambleario, de por sí controvertido, ha generado los problemas de ineficiencia e incluso de equidad democrática puestos de manifiesto semanas a tras.

El PSOE más bien sigue la senda del SPD y de su consulta interna en diciembre de 2013 para ratificar la coalición con la CDU-CSU. La controvertida decisión de Sigmar Gabriel, muy criticada por quienes veían en ella una amenaza para la gran coalición, se saldó con un indiscutible apoyo, que luego ha resultado clave para garantizar la estabilidad del pacto. El riesgo de someterse a plebiscitos inciertos nos evoca la apuesta de Felipe González al convocar el referéndum para la OTAN. Ciertamente, los plebiscitos los carga el diablo, y a veces funcionan.

Crecen los ejemplos de cómo relevantes partidos europeos han sometido importantes decisiones sobre estrategia política a la opinión de sus militantes: sobre el programa electoral (como hizo el Partido Socialista belga en 1993), sobre la renovación organizativa o de la denominación del partido (como los democristianos valones en Bélgica en 1996 y 2002), sobre la posición respecto al Tratado constitucional de la UE (por parte del PS francés en 2004), o incluso sobre la política de fusiones entre partidos (como hicieron Die Linke y WASG en Alemania en 2007).

En todo caso, la propuesta de Sánchez aún requiere un largo por trecho por delante para ser concretada. Por el camino, se le recordarán algunos dilemas inevitables que generan los votos plebiscitarios en los partidos políticos contemporáneos. El principal de ellos planteará si las decenas de miles de militantes socialistas que opinen en esta consulta, llegado el caso, representarán la voluntad de los millones de votantes. ¿Quién interpreta mejor la opinión de los votantes, las bases, las elites intermedias o los máximos dirigentes? Pensando en estados Unidos, John D. May sostuve hace cuarenta años que los dirigentes tienen más incentivos para moderarse y acercarse a la opinión de los votantes que los militantes de base. Pero numerosos estudios posteriores han cuestionado esa relación curvilineal. A veces, los dirigentes son los menos parecidos a los votantes, como ha sucedido en el debate soberanista en Cataluña.

También el grado de participación condicionará la legitimidad de la decisión. Los bajos niveles de implicación de las bases en los procesos internos de Podemos, Ciudadanos, UPyD y otros partidos (primarias internas, programas, etc.) sugieren que un recurso generalizado al plebiscito no responde a una demanda de los activistas de base, y que eso acaba desvirtuando su empleo. ¿Qué sucedería si existen niveles muy distintos de participación y apoyo en consultas paralelas para cada uno de los partidos firmantes de un acuerdo?

Diversas cuestiones ‘técnicas’ condicionarán el resultado: ¿votarán solo los militantes a corriente de pago o podrán participar los simpatizantes, incluso nuevos afiliados de último momento? ¿urnas presenciales o voto digital? ¿una jornada única o más tiempo, para facilitar la participación? ¿una pregunta plebiscitarias o habrá más opciones?

De hecho, aunque Pedro Sánchez se refirió a una consulta con carácter de ratificación de un pacto ya alcanzado, el recurso al plebiscito admite más opciones. ¿Y si sirviera no tanto para ratificar como para legitimar el inicio de conversaciones con otros partidos a priori totalmente rechazados por las bases, si las alternativas de coalición disminuyeran? ¿podría el secretario general solicitar la autorización para explorar otros pactos con unas línea rojas explícitas en la pregunta? ¿O si la consulta tuviera lugar en medio del proceso y sirviera para desencallar unas negociaciones bloqueadas, donde las bases escogieran entre más de dos opciones de niveles de compromiso programático? (La oposición de la mayoría a la OTAN se erosionó en 1986 cuando el gobierno de Felipe González matizó la pregunta del referéndum con precisiones seleccionadas quirúrgicamente).

A falta de precisar estos y más detalles, la principal crítica vertida contra el anuncio de Sánchez es que se trata de una medida de fuerza en el pulso contra los ‘barones’ contrarios a un pacto con Podemos. Y tiene buena parte de razón, como también sucedió con las primarias que impulsó Alfredo Pérez Rubalcaba, y otros casos. En realidad, el avance en la democracia interna de los partidos tradicionales no suele llegar de la mano de la presión de militantes y activistas deseosos de expresar su voz, sino más bien de su declive y de la debilidad creciente de líderes que gobiernan partidos menguantes. Ese será el principal reto para Sánchez y sus críticos en el PSOE. Pronto también el del PP.

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