15 de Junio de 2015, 21:21
En el imaginario colectivo del mundo neoliberal, el sistema de pensiones de capitalización individual ocupa un lugar muy destacado. El caso chileno es el más emblemático por dos razones fundamentales. De un lado, porque fue en su momento una experiencia pionera en el mundo: convertido Chile en laboratorio para la aplicación de recetas neoliberales no por casualidad en plena dictadura de Pinochet, su nuevo modelo de pensiones sirvió de ejemplo para otros países de Latinoamérica y del resto del planeta. De otro lado, porque aquel país es, pese a su reducido tamaño, la economía más exitosa del continente desde los años noventa, una circunstancia que ha sido a menudo utilizada para vincular ambos aspectos (pensiones privadas y éxito económico).
Transcurridos casi 35 años desde la puesta en marcha de este sistema privado de pensiones, parece un momento adecuado para hacer un balance de su funcionamiento y resultados. Sobre todo ahora que en Europa crece el interés por impulsar estos mecanismos de capitalización (véase Libro blanco sobre pensiones de la Comisión Europea, 2012)
La creación en Chile de un sistema de capitalización individual a través de Administradoras de Fondos de Pensiones (AFPs) responde a un doble fundamento de corte neoliberal. Primero, una exaltación del individualismo que relega las soluciones colectivas cegando los cauces para la articulación de la solidaridad. Y, segundo, la firme creencia en las virtudes taumatúrgicas de la reducción del papel del Estado y de la paralela expansión del mercado desde el convencimiento de que la concurrencia de la iniciativa privada es la fórmula más eficiente de funcionamiento del sistema en su conjunto.
A partir de estos presupuestos fuertemente ideologizados se construye un modelo de pensiones en el que el inicio de una actividad profesional implica la elección por el trabajador de una AFP en la que se constituye una cuenta individual de capitalización para la protección de las contingencias de jubilación, incapacidad permanente y supervivencia. Esta cuenta se nutre de dos tipos de recursos: uno, las cotizaciones (aportaciones) de los trabajadores, que suponen un 10% de su salario y cuyo coste es asumido por ellos exclusivamente sin que las empresas aporten nada a estos efectos, algo que no ocurre en ningún otro país de la OCDE. Y, otro, los rendimientos que genera la inversión de los fondos acumulados principalmente en bancos y grandes empresas chilenas. Sin olvidar que de ahí se han de descontar las (altas) comisiones que soportan también íntegramente los trabajadores, es indudable que el modelo diseñado favorece el ahorro y el desarrollo de un gran mercado de capitales con fondos acumulados por valor de un 62% del PIB chileno. Pero no es oro todo lo que reluce
Las deficiencias del modelo chileno son evidentes desde hace años. Ya en 2008 fue necesaria la creación por el Estado de un pilar solidario para compensar la baja cuantía de las pensiones a través de un doble mecanismo: una pensión básica solidaria, algo similar a nuestras pensiones no contributivas; y el denominado aporte previsional solidario, equivalente a nuestros complementos de mínimos para las pensiones contributivas más bajas. Pero la constitución hace ahora un año de una comisión de expertos (www.comisionpensiones.cl) con el fin de diagnosticar los problemas del sistema y plantear propuestas de reforma pone de manifiesto que estos parches, loables, no han sido suficientes; y que, por el contrario, tales problemas constatados también en varios países vecinos que siguieron la estela chilena en los noventa son mucho más profundos. Como más significativos, y sin olvidar el riesgo derivado de la incierta evolución de los mercados financieros sólo en 2008 los fondos de pensiones perdieron un 23% de su valor a nivel mundial, quisiera llamar la atención sobre los siguientes.
A la vista de lo anterior, no parece exagerado concluir que el modelo de capitalización individual chileno es un fracaso. Por eso, a la hora de plantear a la opinión pública, europea y española, la necesidad de recortar los sistemas públicos de pensiones de reparto sería bueno que los defensores de la capitalización no ocultaran a los ciudadanos los graves inconvenientes que este cambio trae consigo. Porque, más allá del formidable negocio que la privatización parcial, siquiera de las pensiones puede generar para algunos, la experiencia chilena pone de manifiesto el coste que un cambio así podría significar para muchos pensionistas en términos de pobreza, desigualdad y cohesión social.