16 de Septiembre de 2018, 16:11
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¿Qué explica esta tendencia negativa a tan largo plazo? Para ello podemos descomponer el PIB per cápita andaluz en dos términos: productividad y tasa de ocupación o empleo. La primera mide, aunque de un modo indirecto y no exento de críticas, la eficiencia de una economía, el cómo lo hace. La segunda mide en cierto modo la participación de las personas en el proceso productivo nacional o regional y, por lo tanto, que obtiene ingresos por ello. Es fácil entender que el aumento de cualquiera de ambas variables eleva el PIB per cápita. En el mismo gráfico tienen estas dos variables puestas en referencia de nuevo con España y con 1964 como año base. Así, destaca que el motor de la convergencia andaluza con España en los años 60 y 70 fue la productividad. Mientras, la tasa de ocupación no lo hizo mucho mejor que a nivel nacional. Hay que recordar que son años de intensos cambios productivos, con un cada vez mayor peso de la industria, con el consecuente aumento de la productividad, y de la caída del empleo asociada especialmente a las migraciones: agricultura-industria y campo-ciudad. Sin embargo, la productividad relativa andaluza se estanca antes que el PIB per cápita, justo en el mismo momento en el que la región accede a su autonomía. Ni puedo ni quiero relacionar ambas variables y su comportamiento coincidente. Simplemente ocurrió y si el sistema político tuvo algo que ver, o no, está por demostrar. Particularmente veo más una coincidencia, dado que esta evolución de la productividad se va a reproducir en otros ámbitos geográficos. Lo llamativo no es si la causa política existe o no, sino que ocurrió y es necesario investigar las razones. Desde entonces y hasta ahora, el nivel medio de productividad andaluza se ha mantenido constante, aunque con una tendencia imparable decreciente; aunque eso sí, muy leve. Si entre 1982 y 1987 osciló entre el 93% y el 95% de la productividad media española, en 2014 este nivel se situaba en el 91%. Es la tasa de ocupación la que momentáneamente ha mejorado nuestra posición relativa a España, así como también la empeorado cuando han llegado los reveses de las recesiones. Así, durante la segunda mitad de los 80 nuestro PIB per cápita avanza relativamente gracias al empleo, así como entre 1996 y 2008. Por el contrario, éste retrocede durante las dos últimas recesiones (1990-1993 y 2008-2013). Mostrada esta realidad, la pregunta es ¿qué explica tal tendencia? La pregunta es de muy difícil respuesta, aunque hay algunas posibles explicaciones. En primer lugar, un crecimiento económico basado en una deficiente estructura factorial, con niveles inferiores de capital físico y humano por trabajador y, sobre todo, un menor uso y deficiente de las nuevas tecnologías por trabajador respecto a los parámetros nacionales, y que se estima en un 40% del nivel nacional. Respecto a esto último, Andalucía forma parte del grupo de regiones y países en dónde el uso de las nuevas tecnologías no ha provocado el mismo efecto sobre la evolución de la productividad de los factores que en otros países, como los Estados Unidos. Las razones pueden ser muy variadas, desde la dotación de capital humano hasta regulación del mercado de trabajo. Sea cual fuere, el efecto impulsor de estas nuevas tecnologías parece no haber generado el efecto esperado si lo comparamos con otros países. Una segunda explicación posible de la caída de la productividad relativa puede ser una mayor segmentación del mercado de trabajo en términos de tipo de contrato, mayor temporalidad, en Andalucía y sobre todo a partir de 1995. Esto puede deberse tanto a un crecimiento económico orientado a actividades intensivas en mano de obra temporal como a un mayor efecto de las sucesivas reformas laborales, especialmente las de 1994 y 1997. Estas reformas pudieron facilitar la contratación de trabajadores poco cualificados; y, por complementariedad, la inversión en capital asociado a este tipo de trabajadores. Es más, algunos autores relacionan la flexibilización laboral con el escaso incremento de la productividad durante esta época. Aunque esto no está demostrado para el caso andaluz, sí se puede considerar como una explicación factible no sólo para la región, sino para el resto de España. Por último, la estructura sectorial de la economía andaluza, con una participación relativa más intensa de sectores de escaso nivel de eficiencia, no es la más adecuada para afrontar y aprovechar mejoras en la productividad. Puede, por lo tanto, existir un claro efecto composición que explicaría el menor avance en la productividad de la economía andaluza. Sea cuales fueran las razones, las conclusiones son fáciles de extraer. El papel del nuevo Gobierno deberá ser introducir las medidas necesarias y oportunas para que la productividad andaluza retome el impulso perdido a mediados de los 80. Para ello, las herramientas son escasas aunque significativas: educación, regulación, creación de incentivos positivos así como eliminación de incentivos perversos, favorecer actividades de alto contenido tecnológico, etc. Como pueden comprobar, no es poca tarea.