El pasado 6 de diciembre tuvieron lugar unas elecciones generales en Rumanía marcadas por la pandemia de la Covid-19, la crisis económica de la que nunca parece salir el país y el estrecho margen de diferencia entre las dos principales fuerzas políticas. Apenas un 32% de ciudadanos rumanos emitieron su voto, el porcentaje más bajo en comicios nacionales desde la caída del régimen de Nicolae Ceaucescu. Curiosamente, ese mismo día las votaciones en Venezuela ofrecieron una participación similar a la del país balcánico.
Son muchos los que vinculan esta elevada abstención con el miedo al virus y al frío, pero los datos nos dan otra explicación. En 2016, la participación alcanzó el 40%, y en las presidenciales de 2019, el 47%, baja para la media europea. Sin embargo, en las locales del mes de septiembre de este año se alcanzó el 46%. No parece que el frío sea la variable explicativa determinante en un país que siempre ha tenido bajas temperaturas en esta época del año.
El voto desde el exterior también se ha resentido. En estas elecciones votaron unos 260.000 ciudadanos rumanos, frente a los 106.000 que lo habían hecho hace cuatro años; pero esa cifra equivale a la tercera parte de las presidenciales de 2019, cuando acudieron a las urnas 900.000. El grupo de edad donde la participación ha sido más baja es el de las personas entre 18 y 24 años, los jóvenes. Todo parece indicar que es la desafección con las instituciones la clave explicativa de este nivel tan elevado de abstención.
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La corrupción y el nepotismo no han dejado de estar presentes en el país, antes y después de la dictadura, antes y después de su adhesión a la Unión Europea. Durante la legislatura 2016-2020 se ha sucedido una serie de acontecimientos sin los que no es posible comprender la situación por la que Rumanía parece transitar. La victoria electoral hace cuatro años correspondió al Partido Socialdemócrata Rumano (PSDR), de centro-izquierda, con un 45,5% del voto, frente al 20% de los conservadores del Partido Nacional Liberal (PNL). El Ejecutivo de Liviu Dragnea se convirtió en la pesadilla del Grupo Socialista Europeo, pues comenzó a seguir la estela de los gobiernos húngaro y polaco, legislando contra la corrupción o reformando el Poder Judicial con el ánimo de reducir su independencia. Finalmente, tras unas multitudinarias protestas ciudadanas y una moción de censura en otoño de 2019, Dragnea sería depuesto y encarcelado por corrupción. Ello hizo que tomara posesión un Gobierno minoritario liderado por Ludovic Orban, del PNL.
Una nueva extrema derecha en Europa
En estas elecciones, el Orban rumano quería fortalecerse como primer ministro, pero los resultados no han salido cómo él quería. El partido socialista se alzó con la victoria parcial, obteniendo un 30% del voto, mientras que los conservadores se quedaron en el 25,2%, los liberales de Alianza 2020 obtuvieron el 15% y la Alianza Democrática de los Húngaros de Rumania mantuvieron su habitual 6%.
Sin embargo, la sorpresa saltó con la aparición en la esfera parlamentaria de un nuevo partido de extrema derecha denominado Alianza por la Unidad de los Rumanos (Aura), que consiguió un 9% del voto. Rumanía era hasta ahora uno de los pocos países que no tenía una fuerza política con representación nacional de extrema derecha. Aura es un partido de reciente creación; apenas tiene un año de vida. Se suma al creciente club de fuerzas europeas de extrema derecha ultranacionalista y xenófoba. La construcción de su discurso guarda una total simetría con el de partidos como Vox, PiS o los Demócratas Suecos, posicionándose contra los matrimonios entre personas del mismo sexo y apoyando a los sacerdotes ortodoxos negacionistas de la pandemia.
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A lo anterior se añadiría, como ya es tradicional, un toque local. En este caso, la introducción de elementos anti-húngaros en el discurso, lo que hace recordar al extinto partido Romania Mare (Gran Rumanía), creado en 1991 y disuelto en 2015, con propuestas que incluyen un cambio constitucional para prohibir los partidos étnicos. Habrá que prestar atención a Aura. Es importante recordar que, en el año 2000, Romania Mare fue la segunda fuerza más votada y en las elecciones de este mes, Aura ha obtenido un alto nivel de apoyo entre los expatriados rumanos.
La decepción de Orban
Con los resultados electorales, Orban dimitió de su puesto como primer ministro, si bien lo hizo con el argumento de la negociación de un nuevo Gobierno de coalición que garantice la estabilidad del país durante los próximos años. Sin embargo, es imposible no detectar cierto grado de amargura en sus palabras. Lejos de una victoria contundente que legitime su liderazgo, ha perdido unas elecciones a las que el PSDR acudía en sus horas más bajas sacudido por grandes escándalos de corrupción. Era el mejor de los escenarios para la victoria del PNL. Sin embargo, Orban se ha encontrado con un muro infranqueable: la desilusión y desafección de la ciudadanía hacia sus instituciones y hacia su clase política. De ahí el crecimiento tan importante de la extrema derecha.
De esta forma, es probable que el Gobierno saliente de este proceso sea de centro-derecha, conformado por conservadores y liberales y con el apoyo de los liberales húngaros del UDMR. Enfrente tendrán al partido que ha controlado la política rumana desde los años 90, el PSDR, y a una nueva fuerza política de extrema derecha que ha entrado con fuerza en el Parlamento.
Y todo ello en un país que, antes de la Covid-19, tenía al 25% de su población sumida en la pobreza, con menos de 5,5 dólares al día. Como en todos lados, la pandemia no ha hecho sino agudizar los problemas estructurales preexistentes, incluido el colapso de la sanidad pública, y se espera que alcance un déficit fiscal del 9% este año, el doble que en 2019. Habrá que ver hacia dónde es capaz de avanzar la política rumana.
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