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Hacer de la digitalización una aliada de la democracia

Cristina Monge

4 mins - 23 de Marzo de 2021, 21:21

Si antes de la pandemia ya existía inquietud sobre los efectos de la digitalización, ahora, en un momento en que la Covid-19 nos ha dado un empujón y nos ha sumergido de lleno en el espacio digital, las preguntas se multiplican.
 
Es indudable que la revolución digital ha traído consigo consecuencias positivas en muchos ámbitos. Aterra pensar lo que hubiera sido el confinamiento y lo que podrían estar siendo estos meses de relativo encierro sin disponer de las tecnologías que nos han permitido seguir trabajando, formándonos e, incluso, comprando productos básicos y relacionándonos a través de la red. Es indudable que hoy ya vivimos en una realidad híbrida, que transita de lo físico a lo virtual y viceversa, generando un nuevo espacio de interacción que es la red. ¿Se trata de un espacio público, o por el contrario de la privatización de una buena parte de las conversaciones? Para responder a esta pregunta es preciso subrayar que, constatadas las ventajas, no se deben obviar las contradicciones que esta revolución genera para una sociedad que aspira a mantenerse cohesionada y a defender un Estado del Bienestar.

(Este análisis forma parte del ciclo ‘Ojo al Dato’, que produce Agenda Pública para la Fundación "la Caixa")
 
El primero de los problemas es evidente: las posibilidades que brinda la red no se han manifestado de igual manera para el conjunto de la sociedad, sino que se ha abierto una nueva brecha entre aquellas personas que pueden teletrabajar, que disponen de los medios necesarios –ordenadores, conexión a internet…– y que saben utilizarlos para estos fines, y otros sectores de la población que carecen de tales medios, o de las capacidades para aprovecharlos. La brecha digital, de la que existe evidencia hace años, se ha vuelto ahora más notoria, si cabe, por su afección a prácticamente todos los campos de lo cotidiano. Si, además, proyectamos el modelo social y de nuevos empleos que pueden venir de la mano de esta ola transformadora, no es difícil intuir que la brecha digital actuará de multiplicadora de otras brechas, haciendo más difícil el acceso a la formación, al conocimiento, al empleo e, incluso, a trámites administrativos básicos a esos sectores de la población que más lo necesitan.

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La forzosa inmersión en el espacio digital producida por la pandemia ha servido también para poner en evidencia un aspecto que llevaba años resaltándose: la fragmentación del espacio público, que ha saltado por los aires, dando lugar a una miríada de 'burbujas' auto-referenciales, homogéneas en su interior y sin conexión con otras burbujas. Se trata de una dinámica creada por la lógica del algoritmo, en la que prima la identidad por encima del pluralismo. Si se considera que una sociedad es un espacio de comunicación, la fragmentación de éste en grupos cerrados y aislados entre sí puede comprometer incluso la propia idea de sociedad, y desafiar frontalmente a la esencia de la democracia, que no es otra que la conversación, el diálogo, la deliberación, el acuerdo y el desacuerdo entre diferentes. La polarización que hoy hace mella en las sociedades occidentales no es ajena a este fenómeno, facilitando así que discursos excluyentes se propaguen a enorme velocidad.

Si se quieren aprovechar todas las posibilidades que la revolución digital puede ofrecer sin sacrificar por ello la convivencia en sociedad y la democracia, es preciso dibujar una gobernanza de la digitalización que priorice los criterios de equidad social y pluralismo. En el contexto actual, esto pasa por hacer de la digitalización una herramienta en la lucha contra la desigualdad, y un aliado en la construcción de un espacio público digno de tal nombre, tanto en su vertiente física como en la virtual.
 
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