El 27 de noviembre, ocurrió algo inédito en la Cuba post-59. Por primera vez, un grupo diverso de personas auto-organizadas, con diferentes demandas políticas, tomaron el espacio público y lograron presionar a una institución gubernamental.
Este hecho, cuyo desenlace todavía está en curso, no habría tenido tanta relevancia si no hubiese ocurrido precisamente en Cuba. Que un grupo de jóvenes artistas, intelectuales y periodistas reclamen diálogo con la institución que los representa debiera ser una garantía constitucional y legal; ni un "dilema", ni un "acto heroico" ni "
mercenarismo", sino un simple momento de civismo.
Después de que
las autoridades irrumpieran la noche del 26 de noviembre en la sede del Movimiento San Isidro (MSI), opositor al Gobierno, y desalojaran a quienes se habían declarado en huelga de hambre, sed o ambas en protesta contra la detención y el proceso judicial contra uno de sus miembros (el rapero Denis Solís), una veintena de jóvenes se encontró frente al Ministerio de Cultura para reclamar un diálogo con las máximas autoridades. El grupo y las demandas fueron creciendo a lo largo del día.
Ya en la madrugada, entre 200 y 500 personas, según diversas fuentes, esperaban los resultados de una conversación que comenzó sobre las 20.00 horas. En esta reunión sólo pudo participar un reducido grupo de 30 con las siguientes peticiones: derecho a la libertad de expresión, a la libre creación artística, al posicionamiento independiente, derecho al disenso, el cese del hostigamiento, la represión, la censura y la difamación contra quienes discrepan de las políticas del Estado, la revisión al proceso judicial de Solís y el regreso al domicilio de Luis Manuel Otero Alcántara, también miembro del MSI. Mientras esperaban, cada cuarto hora, los reunidos afuera aplaudían para recordar a los de adentro, que ahí seguían.
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El 27-N, como se ha conocido luego, agitó un conjunto de demandas acumuladas durante mucho tiempo entre diferentes sectores artísticos e intelectuales y compartidas también, tímidamente, por una parte de la ciudadanía. El 27-N las sacó del espacio privado, familiar, virtual y las llevó contra las puertas de la institucionalidad. El MSI no fue el protagonista principal de los reclamos, ni sus intereses, ni sus motivaciones; tampoco es un actor legitimado para la mayoría de los cubanos en el país. Fue el detonante, pero las causas yacían latentes desde mucho antes.
Dos cosas quedaron claras aquella noche: primero, que
es posible 'engrasar' una práctica movilizadora efectiva, ausente desde hace mucho tiempo del escenario político cubano, y generar consensos mínimos entre personas de intereses diversos para tomar la calle, presionar y, sobre todo, obtener una respuesta. Segundo,
esta situación ha forzado a los medios masivos de comunicación estatal a hablar al respecto, frente a la costumbre de invisibilizar e ignorar expresiones que choquen con la posición gubernamental. A pesar del sesgo informativo, la manipulación y el descrédito, han tenido que extender el tema a toda la sociedad.
Causas de la crisis
En los últimos años ha crecido un pensamiento crítico en varias esferas del espectro político dentro de la isla, incluida(s) la(s) izquierda(s), que coincide en la necesidad de detener el agotamiento progresivo del modelo burocrático y avanzar en la transparencia, la rendición de cuentas y la participación popular como elementos imprescindibles para la democracia.
Esto no es nuevo. En espacios institucionales, gremiales y sindicales esta necesidad se ha planteado, durante años,
no ya para dinamizar el modelo político, sino para su supervivencia. Sin embargo, los gobernantes siguen demorando formas más participativas para involucrar a la ciudadanía en la toma de decisiones y demonizando casi cualquier iniciativa diferente a las propuestas por ellos mismos.
La extendida crisis económica, agudizada por la Covid -19, y la adopción de decisiones en torno a las relaciones de producción (siempre en clave política) tan contradictorias como la venta de alimentos y aseo en monedas extranjeras, sin conexión alguna con los resultados del trabajo de los cubanos, han acentuado las desigualdades y ejercido más presión al sistema.
Por otra parte, la aprobación, en febrero de 2019 y tras un largo proceso deliberativo, de una nueva
Constitución que reconoció a Cuba como un Estado Socialista de Derecho, dejó un ambiente propicio para que cubanos y cubanas pudieran exigir demandas ahora establecidas en el propio texto.
A ello se suma
un impulso cívico materializado por el aumento del acceso a Internet. Según las últimas
cifras oficiales de la Empresa de Telecomunicaciones de Cuba (Etecsa), casi 3,9 millones de ciudadanos pueden hoy acceder a la red por datos móviles.
Como consecuencia, durante 2019 se convocaron e implementaron acciones movilizadoras con gran impacto social. Entre ellas, una
marcha animalista que reclamaba una ley de bienestar animal; la concentración anual de la comunidad LGTBI, previamente suspendida por el Gobierno y celebrada de forma alternativa; los reclamos por los precios de internet en Twitter y Facebook bajo la etiqueta
#BajenLosPreciosDeInternet, las
protestas de los integrantes de SNET (
Street Network) tras la aprobación de las resoluciones 98 y 99 del Ministerio de las Comunicaciones, que establecían nuevos requisitos para el uso del espacio radioeléctrico; y las
movilizaciones autónomas para ofrecer ayuda a los damnificados por el tornado que arrasó La Habana en enero de ese año.
La
guerrita de los correos en 2007, los posicionamientos contra la censura en la Muestra de Nuevos Realizadores durante dos años consecutivos (2019 y 2020) y las posturas contra la aplicación del
Decreto 349 del Ministerio de Cultura y el
Decreto-Ley 370 del Ministerio de las Comunicaciones para artistas, periodistas y activistas son otras muestras en diversas plataformas que están contribuyendo a romper condicionamientos ideológicos, políticos, educativos y mediáticos.
¿Ha generado todo esto un movimiento de transformación que vio la luz la noche del 27 de noviembre? Probablemente no. Frente al Ministerio de Cultura concurrieron personas, espontáneamente y desde posiciones políticas diversas, que estaban de acuerdo en que Cuba necesita cambios urgentes, pero sin consenso previo sobre cuáles son o cómo alcanzarlos.
Los participantes en el diálogo, casi 10 horas después, fueron elegidos 'in situ' y las demandas, consensuadas y redactadas en el lugar. Como resultado, sus exigencias fueron amplias, difícilmente medibles y la responsabilidad para materializarlas no dependía, mayoritariamente, del Ministerio de Cultura. Tenían en común las ansias de estar en ese momento, en ese lugar, juntos y juntas.
Las autoridades subestimaron a los primeros participantes y no esperaban que creciera con el respaldo de una parte de la comunidad artística, sobre todo joven. En este caso
el 'diálogo', más que una decisión, fue una obligación para solucionar la crisis, como se ha visto después. Una vez resuelta la presión, continuar los debates dependería de la buena voluntad política de la institución, que rápidamente encontró formas de recuperar su posición de poder.
Por otra parte, ese diálogo se reclamó en un escenario de confrontación pasional muy ideologizado desde extremos que se desconocen mutuamente. El descrédito y la violencia contra el criterio opuesto, venga de donde venga, genera en Cuba una espiral de silencio en la que se obliga a callar al que piense distinto.
La concentración frente al Mincult fue un acto concreto que traspasó los límites políticos y puso en la misma mesa asuntos y personas fuera de lo habitual. Sin embargo, los mayores niveles de expansión, respaldo y debate continúan dándose en el escenario virtual y no en las calles.
Pareciera ser un asunto más sobre Cuba que en Cuba, amplificado y sostenido por los medios de comunicación y por un inusual despliegue policial en los barrios del país.
Y como esta tensión ha alcanzado sus niveles máximos en el terreno de lo simbólico, los bandos son fácilmente reconocibles por las formas en que se pronuncian: algunos optimistas consideran lo sucedido como el "despertar de los cubanos" y "la revolución de los aplausos"; otros hablan de "golpe blando", "terrorismo", "anexionismo"; un tercer grupo imagina a los participantes como "confundidos" y "desinformados" y, finalmente, están los que no les importa, víctimas cansadas del poder normalizador.
[blockquoteLas posibilidades de disentirEn la Cuba actual, cualquiera que intente proponer ideas u organizarse para hacer frente a la hegemonía gubernamental tiene tres opciones:
o es secuestrado por múltiples intereses externos a los que tendría que aliarse y se enfrenta a la más profunda deslegitimación por parte del aparato ideológico estatal, o es cooptado por la institucionalidad cubana y desaparece, o es aplastado por falta de respaldo, experiencia y método.
Organizar un movimiento que pueda marcar la diferencia a gran escala con programa, liderazgo, apoyo y experiencia para quebrar tantos años de estatismo es extremadamente complejo. Con todos los vientos en contra, tendría que empezar por construir unidad política en un mosaico amplísimo de intereses y donde muchas personas respaldan al Gobierno.
Los derechos políticos son siempre los más complicados de alcanzar, porque suponen ceder una parte del poder en favor de otros grupos sociales. Esos derechos difícilmente se consiguen sólo con diálogo, aunque éste sea un primer paso necesario.
Pero, una vez más, se trata de Cuba. Presiones externas y confirmados planes de desestabilización extranjeros se unen a un aparato burocrático
Estado-Gobierno-partido que todavía cree que la ciudadanía debe adaptarse a ellos y no a la inversa; de lo contrario, "
no nos entendemos". Como consecuencia, expresiones de ciudadanía activa, aun de forma pacífica y dentro de un Estado de derecho, serán inevitablemente encajadas en patrones tan polarizados que pueden ir desde la más profunda admiración de unos al odio visceral de otros; pasando, casi siempre, por los intentos de descrédito de sus protagonistas, desde todos los bandos.